Las piezas de la muestra han sido encontradas en Ibiza y son parte del fondo del Museu Arqueològic d’Evissa i Formentera. | Daniel Espinosa

El Museu Monogràfic de Puig des Molins acoge durante los próximos meses su primera exposición temporal de 2022. Lleva por nombre Principi Vital: Closques d’ou d’estruç a Eivissa y recoge más de un centenar de huevos de avestruz de origen fenicio púnicos decorados profusamente y que han sido encontrados en algunos de los yacimientos más importantes de Ibiza y Formentera tras usarse fundamentalmente en ritos funerarios.

Ha sido coordinada por María Bofill y ha contado con el asesoramiento de tres grandes expertos, los profesores Juan Antonio Martín Ruiz de la Universidad Internacional de Valencia, Luis Alberto Ruiz Cabrero, miembro del Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid, y María Luisa Ramos Sainz, responsable del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Cantabria. Además, al tratarse de piezas que casi en su totalidad forman parte de la colección del Museu Arqueològic d’Eivissa i Formentera, de la selección, documentación y restauración de materiales se ha encargado la arqueóloga y conservadora del museo Helena Jiménez.

Precisamente Jiménez explicó ayer a Periódico de Ibiza y Formentera que la exposición tiene como fin conocer unos objetos relativamente desconocidos para el gran público a pesar de su importancia tanto histórica como social en el mundo fenicio púnico. «Solo en el último siglo se han encontrado más de 1.000 huevos de avestruz en yacimientos de distintos lugares de España, de los cuales más de 100 estaban en la Necrópolis de Puig des Molins de Ibiza, además de en el hipogeo de Can Pere Català de Sant Joan, en Can Marines de Santa Eulària o en Sa Caleta, Ses Païsses de Cala d’Hort o Illa Plana, lo que habla del importantísimo papel que representaron dentro de esta civilización».

Según la restauradora, es de suponer que estos huevos de avestruz debieron de llegar a Ibiza y Formentera, Baleares o la Península Ibérica tras ser adquiridos en la zona del Magreb, en el norte de África, por comerciantes que hacían negocios con las poblaciones autóctonas de ambas zonas.

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Además, Jiménez cree que, muy probablemente, «se convirtieron en objetos muy codiciados durante la época, sobre todo entre las clases más poderosas, porque el huevo en el mundo fenicio está ligado a la génesis del mundo y dentro del ámbito funerario se creía que podía ayudar a la regeneración y a una posible vida en la ultratumba».

Algo que demostraría que en muchos huevos recuperados «se haya encontrado ocre, que funcionaría como agua lustral, huesos de gallo ya que este animal que era conocido como el Dios de la medicina o el más allá, o grano de cereal para su uso posterior a la muerte».

Elaboradas decoraciones
La mayoría de estos huevos son verdaderas obras de arte con preciosas decoraciones que fueron más elaboradas durante los primeros siglos para después simplificarse. Fundamentalmente se hacían en rojo, aunque hay ejemplos en los que se ha usado la técnica del grabado, y sus formas son geométricas o lineales, distribuidas en franjas a lo largo de toda la superficie «con la intención de para dividir supuestamente el campo iconográfico y servir de abstracciones de otras realidades».

Además, es habitual encontrar en ellos «símbolos como el gouraya, un triángulo isósceles con dos apéndices laterales en el vértice que puede indicar una montaña primigenia de la que emana agua; la fitoformes, una flor de loto, roseta y palmeta que son los atributos de la diosa Astarté, o figuras zoomorfas como pájaros, peces o ciervos que indican la presencia simbólica de la divinidad femenina conocida como Potnia Theron».

Además, gracias a las últimas técnicas que se emplean en el campo de la arqueología se ha descubierto que cada ejemplar pasaba por distintas fases durante su tratamiento para convertirlos en objetos funerarios muy destacados. Según Jiménez, se sabe que en ocasiones «se rayaba la superficie con limones metálicos, que se marcaban líneas formando un retículo sobre el que diseñar los motivos decorativos y que éstos se fijarían en la cáscara con pigmentos minerales en polvo que se aplicarían con la técnica del temple graso, empleando pigmento, yema de huevo y aceite de linaza».
Incluso, se han encontrado vestigios de que una vez abierto el caparazón «éste se desinfectaba quitando las membranas testacias interiores mediante el uso de ceniza combinada con agua caliente o lejía de ceniza» o que «para preparar la superficie y eliminar la capa de grasa o cutícola, los fenicio púnicos sumergían el caparazón en ácido acético, conocido popularmente como vinagre».