Pepe Roselló junto a la gran diva de la música Renata Tebaldi, en una imagen de archivo.

Eran los años de la Guerra Fría en una Europa dividida por el Telón de Acero. Y la gran diva de voz angélica, Renata Tebaldi, después de haber triunfado en todos los grandes teatros del mundo libre, decidió que no quería retirarse sin cantar al alma eslava.

Fue una decisión valiente, pero ella era de armas tomar y    la música hermana a los diferentes pueblos: el arte vuela muy por encima de la política cainita. Y además estaba la admiración por Chopin, Tchaikovski, Rimsky Korsakov… y toda la carga romántica de la Dama de Picas del mulato Puschkin.

Había que barajar bien, y gracias al cambalache artístico entre La Scala y el Bolshoi (cantantes por bailarines, ¡qué maravilla!), en 1975 se organizó una gira para Renata por Varsovia, Kiev, San Petersburgo y Moscú.

La diva escogió entre sus contados acompañantes a un gran amigo, Pepe Roselló, que hoy es vicepresidente del Patronato Renata Tebaldi. No era exactamente como acompañarla al tablado barcelonés de Maruja Garrido tras una actuación en el Liceo, pero Pepe, como buen corsario ibicenco, sabe nadar en todas las aguas.

Y para rememorar ese viaje charlo con Pepe Roselló en el mismo día que se cumplen cien años del nacimiento en Pésaro de una de las más grandes voces de todos los tiempos. Es un año de conmemoraciones en honor a la artista por todo el mundo, una voz que ha contagiado felicidad y emoción, éxtasis y esperanza por todo el planeta melómano.   

«Se le iluminan los ojos»

A Pepe se le iluminan los ojos hablando de la diva: «Renata irradiaba un algo mágico. Yo sentí amor y admiración, musicalmente hablando me enamoré locamente de ella, y también como mujer. Su voz de ángel, su personalidad única, con una elegancia, una presencia y un saber estar maravillosos».

Si en el escenario la diva era frecuentemente acompañada por el coloso Mario del Mónaco o el allegro forte de Carlo Bergonzi, el gran Di Stefano o el timbre prodigioso de Pavarotti, para su viaje soviético escogió como chevalier servant a su admirador ibicenco.

Pepe Roselló estuvo a la altura, pero primero tuvo que hacer malabarismos diplomáticos para lograr un visado. En su pasaporte español de entonces lucía la estampilla «Válido para todos los países del mundo excepto los países del Este». Pero gracias los contactos pudo conseguirlo milagrosamente en 24 horas. ¡Debía acompañar a la diva!

El rodillo esclavista del régimen soviético le pareció a Pepe mucho más duro que la dictadura franquista. Era normal que la comitiva que escoltaba a Tebaldi temiera por su recibimiento. Pero el comunismo no había podido matar el alma ni la pasión por el arte. El triunfo de la diva fue apoteósico.

Iniciaron la gira en Varsovia, donde también se dio un concierto de piano en honor de Tebaldi en la misma casa de Frederic Chopin. Luego fueron a Kiev. Renata siempre ofrecía lo mejor de sí misma y el público la adoraba. « La expectación y la acogida fueron magníficas. Regalábamos discos y fotografías de Renata a muchísimos admiradores que se acercaban a rendirla homenaje. Era gente que deseaba ser libre y poder viajar donde quisieran».

En San Petersburgo la expectación ya era máxima y hubo enamoramiento mutuo entre la diva y su público. Pepe recuerda como, al terminar el concierto, llovía a mares, pero que el público en la calle hizo un túnel con sus paraguas para que Renata pudiera cruzar hasta el restaurante sin mojarse. Cortesía de la vieja Rusia.

Es una anécdota que recuerda a los inicios de Tebaldi y que, en cierta forma, completa un círculo glorioso. Tras una actuación en el teatro Manzoni, sus admiradores rodearon el coche de la entonces joven promesa. Y no permitieron que encendiera el motor, sino que fueron empujando el vehículo hasta la mítica Scala, diciendo: ¡Aquí es donde debes cantar!     

Luego marcharon a Moscú. «El concierto estaba previsto en el Bolshoi, pero la demanda de público era tal que decidieron cambiarlo al Palacio de Congresos, con mucha mayor capacidad».

Y allí la diva impuso su voluntad. Se negó a que la pusieran un micrófono amplificador. Y por supuesto exigió que las cámaras de grabación estuvieran lo más ocultas posibles. Era una cuestión mágica y de prestigio: Renata quería llegar a todo el público sin artificio alguno.   

«¡Fue el delirio» –confiesa Pepe–. Su voz llegaba nítida, firme y sonora hasta el último ángulo, el último asiento, y aquella enorme sala quedó marcada para siempre por la estética y sencillez. Y el público la dedicó uno de los más calurosos aplausos de su carrera».

La diva había aguantado los micrófonos espías del gigantesco hotel Rossia, los pasillos helados por los que debía caminar con su abrigo de visón (incomprensiblemente habían asignado habitaciones en diferentes alas a los miembros de la su comitiva), el olor a col en los ascensores…, pero no iba a permitir que nadie la impusiera cómo actuar ante su público, al que se debía en cuerpo y alma.       

Jugó a lo Andre    Malraux

Por supuesto que Pepe lo pasó en grande. También jugó a lo Andre Malraux, adquiriendo unos iconos rusos de gran belleza. «Yo llevaba rublos y ellos esperaban dólares. Al final tuve que pagar el doble, pero son tan hermosos…». Antes del concierto moscovita guardaba un par de entradas que por casualidad sobraban, así que decidió salir fuera y regalar, entre la muchedumbre, una a una anciana y otra a lo que le pareció un joven estudiante.

Este era el armenio, David Zarkizian,    que deseaba ser libre y se jugó su carrera para llegar en otro momento hasta la habitación del hotel, algo prohibido en ese sistema delirante. «Le regalé varios discos de opera y le pedí una dirección para mandarle más después de mi regreso a Europa. Luego vi en la televisión que se había convertido en el director de urbanismo de Moscú. Cuando hice la apertura de Space en Moscú quise invitarle. Pero me dijeron que había muerto».

Presenciaron una Carmen de Bizet cantada por Yelena Obratszoba. «Era una Carmen como yo nunca había visto. Yelena se hizo amiga de Renata y luego actuó con gran éxito en la Scala de Milán». Y Pepe no puede resistirse a contar una anécdota picante: «Años después Yelena ejerció como traductora entre Berlusconi y Putin. En un momento el italiano dijo: Dígale al presidente Putin que yo, cuando me voy a dormir con una muchacha joven, soy capaz de hacer el amor tres veces en una noche. Yelena se lo tradujo y Putin respondió: «¿Solo tres?».

De ese viaje tras el Telón de Acero Pepe guarda muchas anécdotas no aptas para    publicarse. Pero cumplió acompañando a su diva adorada, de la cual permaneció amigo el resto de su vida.

En nuestra charla, Pepe entra en cólera cuando me enseña la reciente noticia de un diario hablando de la rivalidad entre Tebaldi y Maria Callas en términos ponzoñosos: «¡No es cierto! Ellas se admiraban mutuamente». Y presto me muestra unas cartas que conserva, donde queda patente la amistad    entre las dos prodigiosas divas.   

Naturalmente, no me resisto a preguntarle:

-Pepe, ¿alguna vez hiciste bailar a la Tebaldi a ritmo de Carl Cox?

-No me atreví a tanto.

Y hoy apoya los actos de conmemoración a La Voce d`Angelo, tal y como el director Arturo Toscanini bautizó artísticamente a Renata Tebaldi.