Varias personas cruzan por un paso de cebra en la Avinguda Ignasi Wallis. | Daniel Espinosa

Durante la mañana de ayer, el primero en que el Boletín Oficial del Estado (BOE) suprimía la obligatoriedad de llevar mascarilla por la calle –salvo excepciones–, aún se podía ver a mucha gente con ella puesta. Ese era el caso de María Juan, quien dijo que aún no se fiaba de quitársela. Pese a la bajada de la incidencia, el hecho de que aún nos encontremos bastante por encima de los 500 casos por cada 100.000 habitantes que marcan el umbral crítico le hace pensar que «el Gobierno va demasiado rápido de nuevo, pero sin saber muy bien por dónde».

Milagros Cortés la seguía portando por otro motivo, en su caso, proteger a su familia de un posible contagio, así que dijo que no le incumbía en demasía la nueva norma. Además, aunque admitió que la situación debe de normalizarse en algún momento, la costumbre también ejerce su influencia, y ya es mucho tiempo.

Su amiga Vedra Miranda, por contra, aseguró que, para ella, era «perfecto» que la mascarilla dejara de ser obligatoria en exteriores. «Espero que dure bastante y, si es posible, para siempre», aclaró.

«Cualquiera sabe»

Cerca de allí, a mitad de la Avinguda Ignasi Wallis, Gabriel Cardona se despojó de la mascarilla y Pablo Jiménez explicó que prefería no llevarla en exteriores porque no la considera «muy necesaria» en este ámbito. Sin embargo, visto lo visto, no firmaría que el Gobierno no la vaya a volver a poner como obligatoria. «Cualquiera sabe; todo es posible», apuntó.

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Algunas personas llevaban la mascarilla por la barbilla para subírsela si se daba el caso de que fuera necesario, al entrar en algún establecimiento o medio de transporte o si, por casualidad o causalidad, se amontonaban varias personas al mismo tiempo en un lugar determinado. Para Pablo de los Perales, «todo es una engañifa». Él, que es de Madrid, dijo que allí iban a trabajar «todos juntos y apelotonados como ratas» y, sin embargo, luego comían a dos metros el uno del otro y no pasaba nada. Sin pretender ser negacionista, sino tan sólo criticar las medidas del Gobierno, afirmó que «el virus existe, pero la mascarilla es inútil». Él pasó la enfermedad «como una gripe»; en cambio, su hermano, quien estaba vacunado, «fatal».

Pero, en general, había mucha gente contenta. Por las calles del centro paseaba el matrimonio formado por Vicente Bernabéu e Isabel Tomás. Para el primero, «aunque la mascarilla no sea muy molesta, mejor así». Para la esposa, «es un fastidio y se va mejor sin ella». Además, añadió con la sabiduría que le dan los años que «cualquier cosa impuesta es fastidiosa siempre».

De la misma opinión era Nadia Baena, para quien no existe peligro de contagio si uno se encuentra en el exterior y con una distancia de seguridad suficiente. Así, Baena se preguntó «a qué tiene miedo la gente que la sigue llevando».

Su amiga Andrea Cáceres directamente manifestó que no la solía tener puesta. Según dijo, no conocía a nadie que se hubiera infectado caminando solo por la calle. En su opinión, hay que dejar de usarla ya y «normalizar la situación» para dirigirnos, como se está apuntando últimamente desde las instituciones, hacia una enfermedad que sea endémica en vez de pandémica.