La obra se podrá ver mañana a las 19.00 horas en el Palau de Congressos.

Me gusta actuar. Soy feliz». Con esta contundente frase se autodefine el conocido clown Guillem Albà (Vilanova i la Geltrú, 1985). Este sábado a las 19.00 horas, en el Palau de Congressos de Ibiza, presenta Calma, un alegato contra las prisas y con el que hará reflexionar a todos los asistentes sobre el absurdo ritmo que dicta la sociedad actual.

— Calma ¿surgió por una impetuosa necesidad de parar?
—Sin duda. Era algo que necesitaba después de reflexionar y ver que corremos todo el tiempo, sólo trabajamos, y hay momentos en los que te planteas por qué corres tanto y por qué no tienes tiempo de quedar con los amigos y hacer determinadas cosas. También vi que a la gente de alrededor le pasaba lo mismo. Además, estamos hiperconectados con tanto teléfono y redes, aunque al mismo tiempo estamos alejados. Quedamos con alguien con el que hablamos por teléfono y, cuando estamos con esa persona en un bar, estamos hablando con otra. Es una manera de reivindicar el hecho de parar porque sólo lo hacemos cuando es algo forzoso, ya sea por salud o por un virus.

— Es de los que cree que la sociedad actual se lo ha montado mal en este sentido.
—Es algo obvio. No creo que sea un descubrimiento mío. La gente no es consciente de lo efímeros que somos. Cuando muere alguien, el resto parece que no había pensado que es algo que puede suceder. Si fuéramos conscientes de que sólo corremos y somos efímeros, quedaríamos más con nuestra gente, aprovecharíamos la vida. Con estas prisas, no tienes tiempo de escuchar al otro, de cuidar a la gente. Con la prisa, la gente es más individual, menos colectiva. Precisamente, el teatro es algo colectivo, es un momento para estar todos y todas en un mismo espacio. Es algo muy antiguo, pero muy revolucionario, y más después del Covid. Hay que reivindicar momentos colectivos y de compartir.

— Para un clown no debe ser fácil conseguir que el público reflexione sobre problemas como el estrés o la ansiedad sin utilizar, por ejemplo, el habla.
—Es un reto. En el espectáculo me fijé algunos retos y uno de ellos era no utilizar las palabras porque creo que se deja más espacio a que aquello que te explican no te entre por la cabeza, sino por la emoción. Las palabras son muy directas. Decir, por ejemplo, que estoy triste, si lo digo bailando o utilizo marionetas, deja más espacio a la imaginación. Además, permite pasar de la risa a la emoción. Cada uno puede así llevar a cabo su propio viaje.

— Un estado de ánimo, ¿puede alterar lo que un clown va a hacer sentir o va a transmitir al público?
—Sí y depende mucho del momento vital de cada uno. El espectáculo es para todos. Los jóvenes pueden hacer su propia lectura y que les afecte algo en concreto y también han llegado a venir niños que son aún ajenos a determinadas cosas de la vida y no saben qué ven en ese instante, pero viajan visualmente y he llegado a ver a un niño explicar a su madre qué significaba una escena. Los adultos piensan mucho, demasiado, y los niños y niñas conectan mucho más con la emoción.

— En Calma se apoya también en la música, títeres o sombras.
—Son distintas técnicas que he ido utilizando. Se trataba de encontrar diferentes maneras de explicar sin palabras todo lo que quería. Con un títere es más fácil explicar algunas cosas que no puedes hacer con un humano, contar determinadas emociones. Cada técnica da unas cosas que no son posibles con otras. Quería encontrar esta mezcla de lenguajes para ofrecer estas emociones.

— Usted asegura que le gusta imaginar. ¿Es algo que se está perdiendo?
—Sí. El hecho de tener prisa y estar muy ocupado supone no poder aburrirse, lo cual es muy importante para imaginar. De niño, aprendí a aburrirme porque mis padres no me ponían una película en una tablet. Yo miraba por la ventana y me imaginaba cosas. Está demostrado científicamente: la parte creativa surge de la quietud y el aburrimiento. Cuando dicen que los niños de hoy están sobre estimulados, yo digo que hay que dejar que se aburran.

— Entre otros, se formó con el clown Eric de Bont, ligado a la isla de Ibiza durante muchos años.
—Fui mi primer profesor de clown, aunque en Ibiza acudí a las clases de Leo Bassi. Tenía claro que quería hacer teatro. Mis padres tienen una compañía de marionetas desde hace 49 años y me mostraron este mundo con amor y cariño. Vi que me tiraba la comedia, me gustaba, y con Eric empecé con lo del clown. Para mí, alguien muy importante fue el americano Jango Edwards, que supuso un antes y un después en el mundo de los clowns. Rompió con aquella imagen de la nariz roja, el maquillaje, y me explicó la importancia que tenía dar algo a la gente, curarla, y tuve claro que quería hacer esto. Vi que podía ofrecer y dar. La gente sale del teatro con más ganas de vivir, más fuerza y con más ganas de reivindicar.

— ¿Qué personaje actual sería un gran clown?
—Son necesarias algunas cosas, como la parte escénica o el ritmo. Cuando oigo cómo llaman ‘payaso’ a los políticos, creo que no se lo merecen. Si un político provoca risa, es que no hace bien su trabajo. Además, un clown debe emocionar, mostrar su parte vulnerable. Si hablamos de políticos, no me viene ninguno a la cabeza en este sentido.

— ¿Cómo hay que afrontar Calma?
—Sin miedo y sin expectativas. Intento que quien viene, no crea que ha perdido el tiempo. Es una hora, no quiero robar más tiempo, y no perderán nada por venir. Sólo podrán sacar cosas positivas.