El Jefe del servicio de Medicina Interna de Can Misses, Ramón Canet.

Después de detectarse un primer caso de Covid en Mallorca -el segundo en el país- el virus tardó prácticamente un mes en llegar a la isla de Ibiza. El primer positivo fue confirmado el 6 de marzo de 2020. El paciente era un hombre que acababa de regresar de Italia y hubo que esperar horas hasta conocer el resultado de las pruebas. Para la sociedad pitiusa, ese primer caso supuso un auténtico shock, provocando miedo e inquietud. Para el doctor Ramón Canet (Ibiza, 1962), jefe de Medicina Interna y referente para el coronavirus en Ibiza y Formentera, supuso un gran reto profesional.

—Hace justo dos años, el virus llegó a la isla de Ibiza. ¿Cómo recuerda ese preciso momento?
—Supuso pasar de una situación que habíamos tratado a principios de febrero de 2020 como una curiosidad, con una actualización académica para que tuviéramos conocimiento de la enfermedad, a constatar la rapidez con la que un virus, definido como un problema envuelto en una proteína, era capaz de cruzar el globo terráqueo e instalarse entre nosotros en menos de un mes y medio.

—En concreto, ¿qué sensaciones había en aquel momento entre los sanitarios?
—Estábamos atentos. El primer caso sospechoso llegó a finales de febrero y la confirmación tardó un tiempo en producirse porque en aquel momento carecíamos del equipamiento diagnóstico que actualmente tiene el Área de Salud. Una especialista, la doctora García Almodóvar, acostumbrada a manejar enfermedades infecciosas víricas, se ofreció voluntaria para realizar el seguimiento de este primer caso sospechoso y estuvimos ese día hasta tarde para ver si se cumplía lo que teníamos como conocimientos científicos de la enfermedad. Poco a poco, después nos fueron llegando noticias de que bastantes hospitales de España comenzaban a registrar casos y se iban tomando precauciones generales para la protección de los sanitarios y esto, lógicamente, nos llevó a estar más en alerta.

—En las Navidades de 2019 se hablaba ya de un virus que había aparecido en China. ¿En algún momento imaginó que iba a llegar a la isla?
—Nunca pudimos llegar a pensar que se instalara entre nosotros con tal intensidad. Sí que habíamos celebrado esa sesión en febrero abierta a todos los sanitarios del hospital y con la participación de especialistas, en un intento por compartir noticias e información científica o las semejanzas con otros primos del virus como el SARS- 1. Siendo sinceros, no fuimos capaces de atisbar el grado de afectación o implicación que iba a tener.

—Una semana después de confirmarse en Ibiza el primer caso se confinó a la población. ¿Fue una medida acertada?
—No creo que tenga un fundamento científico de cara a reducir la mortalidad. Es algo que se ha descartado. Pensamos en una situación en la que teníamos un conocimiento parcial y a toro pasado es fácil decir que probablemente fue una medida exagerada. Si analizamos las acciones adoptadas en muchos países y en instantes diferentes durante estos dos años, se ha visto que, lo que en un momento ha funcionado en un país, al cabo de unos meses ha sido un rotundo fracaso. Hemos de concluir que no existe una única receta que se pueda utilizar para todo el mundo y en todo momento.

Noticias relacionadas

—¿Qué pautas de actuación les marcaron en aquellos instantes?
—Inicialmente, la información proporcionada por organizaciones sanitarias internacionales como la OMS indicaba que algunos tratamientos eran ineficaces y posteriormente se vio que no era así y, por ejemplo, el uso de cortisona fue lo único que mostró capacidad de bajar los casos de fallecimientos. Saberlo antes hubiera supuesto una ayuda desde el principio y probablemente algunas personas hubieran podido superar la infección con otro resultado. También hubo un rechazo inicial al uso de las mascarillas, algo que después se ha visto inadecuado y no basado en datos científicos. Fue otro obstáculo que dificultó el manejo comunitario de la pandemia.

—En estos dos años, ¿cuál ha sido el peor momento para usted?
—Hemos pasado seis olas con diferentes instantes y estructuras. La primera ola comportaba ignorancia en cuanto al manejo de la situación e incertidumbre en las medidas que podíamos adoptar. Además, sentíamos una sensación de aislamiento con toda una comunidad cerrada y pensamos que eso también comportaría con el tiempo unas consecuencias. En ese momento estábamos preocupados por la disponibilidad de medidas de protección de los sanitarios y muchos hasta optaron por apartarse de sus familias para evitar riesgos de transmisión. La que recuerdo con mayor intensidad fue aquella de principios de 2021, cuando nos encontramos en enero con un número de nuevos casos que crecían diariamente de forma explosiva, en una situación en la que se juntaron sanitarios aislados en la Península por el fenómeno Filomena y otros en sus viviendas porque se habían contagiado o porque eran contactos. Así, había muchas personas por atender y pocas manos para ofrecer. La que recuerdo con mayor intensidad fue la de enero de 2021.

—Tras ómicron, ¿cree posible la llegada de nuevas variantes?
—Desde el principio sabíamos que, por el tipo de virus, era probable que se produjeran nuevas mutaciones. En enfermedades semejantes al coronavirus ya las conocíamos y está en su propia naturaleza el que se vayan seleccionando variantes que pueden ser más infecciosas, pero menos mortales. Es una característica que históricamente se conoce en este tipo de virus. El futuro es imposible de asegurar. Al principio, volvimos los ojos hacia el comportamiento histórico de los coronavirus que lo habían precedido y el primero, el COV-1, apareció de forma rápida y desapareció espontáneamente en dos años, entre el 2002 y el 2004. Le siguió otro virus que ha quedado como un virus persistente, pero muy localizado en una zona geográfica de Emiratos Árabes. Sabíamos que esta familia de virus podía tener un comportamiento variable. Es posible que ómicron permita a la enfermedad permanecer como un virus de tipo respiratorio, aunque lo que está claro es que ha venido para quedarse y parece poco probable que llegue a desaparecer. Debemos trabajar con la hipótesis de que ha venido para quedarse, aunque cómo se comporte no lo podemos asegurar.

—De hecho, parece que ahora afecta más a la población de 70 años.
—No debemos olvidar que a comienzos de la pandemia el grupo de 70 años fue uno de los más afectados, especialmente cuando hablábamos de residentes en centros sociosanitarios. Fue un colectivo sobre el cual la administración sanitaria puso su interés para evitar que fueran afectados y fueron los primeros en vacunarse. Por ello, no es ninguna sorpresa pensar que, con el tiempo, este grupo haya ido perdiendo estas defensas, aunque esté vacunado con las tres dosis. Que volvamos a ver ahora este porcentaje alto de ingresados de 70, 80 o 90 años, no es ninguna sorpresa.

—¿Cree que el pasaporte Covid ha sido efectivo?
—No tengo mucha información científica sobre la efectividad del pasaporte y, por tanto, no es una medida que pueda apoyar o favorecer.

—¿Y es partidario de que se mantengan las mascarillas en interiores?
—Es lógico pensar o creer que cuando nos juntamos en un espacio cerrado y poco ventilado, eso favorece la transmisión de cualquier tipo de infección respiratoria. Mientras exista una circulación comunitaria elevada del virus, es una medida acertada recomendar el uso de mascarillas en lugares cerrados y mal ventilados. Si estamos al aire libre y con distancia social, no veo la necesidad de su uso. Si el virus ha venido para quedarse, lo debemos tener en cuenta.