José Boned, Miquelet Basora por su malnom, recibe a los invitados de pie en su salón. Por la puerta entran los periodistas, también el alcalde de Vila, Rafael Ruiz y Carmen Tur. El hijo del anfitrión, Bartolo, le ofrece el bastón, pero no lo quiere. Es día de presumir de buena salud.

Desde ayer, José Boned es uno de los centenarios de la isla. Nació un 9 de marzo de 1922 en Vila, en la calle de la Mare de Deu de Sa Penya. Su padre, Miquel, salinero de profesión, tuvo que llevarlo a casa de sus abuelos en Sant Joan a los pocos meses de nacer. La madre de José, Catalina, murió a los tres meses de dar a luz. Así que Miquel llevó al pequeño José a casa de sus padres, pero no informó de cuál era el nombre del crío. Así que, el hijo de Miquel Basora, se quedó como Miquelet Basora.

Criado en Sant Joan

En la pared del salón de José luce una copia coloreada de una foto con sus abuelos. Vivió atendido por ellos y por otra familia hasta los siete años. El centenario hace gala no sólo de buena salud, también de una cabeza privilegiada a su edad. «En aquella época había parejas que cuidaban de los niños de otros hasta que se podían valer por sí mismos. A mí me hicieron una cosa así. Me llevaron a Can Mestresó, en el kilómetro 20 de la carretera de Sant Joan. Fue una familia muy noble, no creo que hubiera podido estar mejor en ninguna otra casa».

En aquella casa tuvo una infancia feliz, jugando con las tres hijas del matrimonio de acogida, hasta los siete años. A esa edad su padre decidió que Miquelet tenía que bajar a Vila para ir a la escuela. A partir de ese momento vivió en la ciudad, con su padre, pero se pasaba el día en la escuela hasta que él volvía de trabajar.

Adulto a los 13 años

Su educación formal acabó a los 13 años. A esa edad empezó como botones en el hotel Isla Blanca. «Entonces había que trabajar o morirse de hambre. Era duro, porque abusaban de tí. Me hacían trabajar 16 y 17 horas tres días a la semana». En el hotel se alojaban muchos marineros de barcos de carga. Se llevaba mucha leña de Ibiza a Palma.

Su época de botones acabó pronto. Estalló la Guerra Civil cuando él era adolescente. Sobre la guerra no quiere hablar, «casi todo son recuerdos tristes». Sí que cuenta que él se embarcó en un barco, «el Carlitos, que era de un tal Prats de Sant Antoni». Llevaban carbón de pino a Palma. «El mayor problema en Palma era que no tenían nada para hacer fuego».

Los barcos iban cargados de Ibiza con el combustible para los hornos y estufas y volvían con las bodegas llenas de patatas, vino y paja para los militares.

Cuando acabó la guerra todo volvió a funcionar poco a poco, «muy poco a poco». José se casó en el año 48 y todavía dice que era complicado organizar una fiesta. Fue a comprar un cerdo de ocho arrobas (100 kilos) a un lugar entre Ibiza y Sant Jordi «para hacer un banquete como Dios manda».

Casado y empresario

José se caso en la parroquia de Sant Francesc, a las 12 del día 29 de mayo de 1948. Hicieron un banquete para unas 60 personas. Arroz de olla a la ibicenca, estofado de cerdo, orelletes y vino payés. «En aquel momento era una comida de lujo, había que tener dinero y era una época en la que el dinero no abundaba».

José se permitió incluso alquilar dos coches para traer a su familia de Vila a Sant Francesc, porque tenían que bajar desde Sant Joan «en el camión de la leña». A las cinco de la tarde se acabó la fiesta.
No era época de viajes de novios. Después de casarse tocaba volver a trabajar. José era camarero en aquella época del Casino de Ibiza, en el puerto. Después pasó a trabajar en el restaurate Portmany, en Sant Antoni.

Al final de una temporada dice que se le iluminó la bombilla y vio claro a qué se quería dedicar. Volver a sus orígenes, pero como jefe de su propio negocio, una pensión.

«Fui al Crédito Balear para ver si me daban un préstamo y me dijeron que sí. Que me dejarían dos millones de pesetas y sólo pagaría intereses de los beneficios que obtuviera. Pensé que era un buen asunto, así que, cuando llegué a casa, le dije a mi mujer: tengo una buena noticia. Ella me contestó que ella también tenía otra buena noticia. Una pareja nos ofrecía por nuestra casa lo que pidiéramos para hacer una pensión».

Vendieron. Se fueron dos años a trabajar a Sóller y volvieron con el dinero para montar su propio negocio. Compraron un solar cerca de Talamanca y pusieron en marcha el hostal Basora donde ahora está el hotel Nobu. Llevaron el negocio una década hasta que surgió la oportunidad de venderlo a un inglés.

Con los ingresos de la nueva venta puso otra pensión en la avenida Isidoro Macabich número 20. Compró un edificio de tres plantas en el que montó una cafetería y una pensión, Isla del sol, a la que se dedicó hasta su jubilación.

Hacia los 101

En torno a José, todo el mundo escucha atento, nadie ha tocado la comida y la bebida que su hijo Bartolo ha dispuesto sobre la mesa. Bromean sobre su edad. «Me queda otra vida para llegar a la edad de mi padre», dice Bartolo, de 56 años.

El Ayuntamiento le entrega una placa conmemorativa y Carmen Tur una corbata. «Para que la lleves el año que viene, cuando cumplas 101».