El ‘portmanyí’ Jorge Nacher no descarta volver a Ucrania a seguir ayudando. | Toni Planells

Un hombre tuvo que huir durante la Segunda Guerra Mundial de Alemania para asentarse en Ucrania. Ahora, con 96 años, ha tenido que hacer el mismo viaje a la inversa, y también para huir de otra guerra. Esta es sólo una de las historias que ha vivido el voluntario de Sant Antoni, Jorge Nacher, durante su segundo viaje en tres meses a Ucrania para ayudar a la población civil en todo lo posible.

«Ha sido una experiencia muy diferente a la de mi primer viaje», asegura. «En aquella ocasión el principal contacto lo tuvimos con los militares ucranianos, y en esta ocasión el contacto ha sido con los civiles, que son los que están soportando lo peor de esta guerra. Esta experiencia ha sido más emocional», reconoce.

Más emocional y más peligrosa, porque durante los primeros cuatro días de esta segunda parte de su voluntariado no pudo acceder a Ucrania dado que las ciudades en las que iba a operar, Mikolaiev y Kramatorsk, estaban soportando continuos bombardeos «y hacían peligroso realizar las evacuaciones porque no había forma de concretar ni una hora ni un punto seguro donde recoger a los evacuados». Unos bombardeos que se solían repetir en intervalos de dos horas y que incluso alcanzaron el edificio contiguo al aparcamiento donde habitualmente hacían las recogidas en Mikolaiev.

Sin embargo, ese contratiempo no fue óbice para que Jorge dejara de hacer su labor solidaria. «Ante la imposibilidad de entrar en Ucrania, aproveché para ayudar en todo lo posible en una iglesia de Moldavia a la que llegan muchos refugiados», relata, labores relacionadas con intendencia, cocina «y todo lo que se necesitase».

Tras cuatro días ayudando en Moldavia, pudo finalmente entrar en el país en conflicto para realizar su primera misión, que consistió en la evacuación en ambulancia de una mujer de más de 80 años. «Un hombre decidió sacar a su madre del país porque la situación era ya insoportable ya que, a la dureza de la guerra, se le añadía que la mujer necesitaba continuos cuidados». El trayecto fue de Mikolaiev a Odesa. «Nos movíamos continuamente por zonas bombardeadas», recuerda Jorge Nacher, que quedó impactado por lo vacío y silencioso que estaba todo.

Tras este primer viaje, se tuvo que desplazar a Kramatorsk para evacuar un autobús con 55 personas, 10 de ellos niños. «Se trata de un viaje de alrededor de 17 horas, unos 1.000 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta», relata el portmanyí. Salieron a las 09.00 horas y hasta las 02.00 horas no cruzaron la frontera moldava, donde finalmente durmieron en un campo de refugiados.

De ese trayecto Jorge tiene clavada en el alma la imagen de una adolescente que, consciente ya de la situación que estaban viviendo los suyos, «no sonrió ni una vez». Otra cosa era los niños, «que cuando parábamos para descansar eran eso, niños, y sus padres hacían todos los esfuerzos posibles para que no notaran que había una guerra».

«Era un autobús silencioso», rememora, «esta gente sale de ahí porque les están matando, están bombardeando sus ciudades y tienen muy claro que esta guerra va para largo». Y pese al dolor y al sufrimiento que están padeciendo, «se quedan alucinados cuando les dices que vienes desde España para ayudarles. Su día a día es sobrevivir, acudir a sus trabajos como sea, y no se pueden creer que puedes ir de tan lejos a ayudarles».

«Ucrania me ha marcado», reconoce. «Su gente es muy fuerte. No abandona nunca. Llama la atención ver a civiles armados o ver a militares ir a la lucha en vehículos privados. Se defienden como pueden». Tanto le ha marcado esta segunda experiencia que no descarta realizar un tercer viaje. «Si el trabajo me lo permite y me llaman no descarto volver», manifiesta, «y más si sigo contando con el apoyo que he tenido en este viaje con Viajes Marazul, que además de pagarme los billetes de avión se hizo cargo de realizar los cambios de vuelos porque tuve que retrasar mi vuelta a Ibiza».