Imagen de archivo de la entrada a la residencia. | Daniel Espinosa

«Ha sido un infierno trabajar ahí, tanto es así que llegué a cuestionarme si realmente me gustaba este trabajo». Así calificó una exempleada de la residencia Colisée el tiempo que pasó ejerciendo su labor de auxiliar de enfermería en este centro privado de Jesús. «Lo que debía ser una vocación pasaba a ser una pesadilla», reconoció.

Y es que, según constató, las quejas planteadas por los familiares de los usuarios tanto al Govern como al Consell Insular son del todo ciertas. Uno de los principales factores que destacó en su etapa en esta residencia de mayores es la falta de personal, y la escasa o nula preparación del que contrataban, que en la mayoría de los casos ni siquiera contaba con la titulación requerida para desempeñar las labores para las que se les requería. «Contrataban personal sin titulación ni ningún tipo de preparación», subrayó esta auxiliar de enfermería, quien matizó que para atender a 20 pacientes con un elevado grado de dependencia había dos o tres trabajadores, «algo totalmente insuficiente para hacer un buen trabajo».

Jornadas interminables

La jornada laboral comenzaba a las 07.00 horas, una hora antes que en residencias de las mismas características, porque si no no daba tiempo a realizar el trabajo pautado para ese día. En ese momento empezaban las prisas para poder sacar adelante el trabajo de la mejor manera posible, aunque de ninguna forma era la correcta. «Teníamos aproximadamente cinco minutos para realizar la higiene de los pacientes», afirmó, «por lo que no daba tiempo a nada. Se les limpiaba únicamente el tren superior, hasta las partes íntimas, a no ser que tocara ducha, que solía ser dos veces por semana».

Para realizar la higiene a los mayores y ante la falta de material, que era la tónica general en la residencia, «en muchas ocasiones teníamos que limpiar a los usuarios con toallitas húmedas mojadas en jabón».

La falta de personal era tan evidente que la dirección del centro solía pedir a los trabajadores que hicieran turnos extra, esto es, trabajar 15 o 16 horas seguidas. Esta escasez de mano de obra provocaba, entre otras muchísimas cosas, que no se hicieran cambios posturales a los pacientes postrados en la cama ni que se les echara crema y que los auxiliares de enfermería tuvieran que realizar labores que no les correspondía, como emplatar la comida o limpiar el comedor. «El tercer día de trabajar allí le dije a la coordinadora que hacía falta más personal y me dijo que no era necesario. Horas después me tuvo que pedir que doblara el turno para poder cubrir el turno de tarde».

Las prisas también obligaban a que los cambios de pañal, que se tenían que hacer dos o tres veces al día, «se hicieran cuando se pudiera», y que muchos de los pacientes permanecieran la mayor parte del día sujetos a las sillas de ruedas «con los petos para evitar que se cayeran». Caídas que, en caso de producirse, no se informaba de ellas a los familiares.

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La extrabajadora del centro reconoció, a su vez, que los empleados no tenían conocimiento de qué enfermedad tenía cada uno de los internados hasta pasados al menos 20 días que podían consultar el historial telemáticamente, lo que llevaba a que tuvieran que atenderlos a ciegas, sin conocer las características de sus patologías.

En la residencia, además, había como personal sanitario un médico y una enfermera. «Al médico lo vi una vez», según explicó, «y la enfermera era la única encargada de dar la medicación a los mayores», tarea que en otras residencias realizan los auxiliares de enfermería.

Las comidas

En lo referente a las comidas, la comodidad era la que imperaba a la hora de elaborar las dietas de los usuarios. «Una vez una paciente tuvo un pequeño problema, que no fue ni atragantamiento, a la hora de comer. Para evitar tener que estar pendiente de esta persona se procedió a ponerle una dieta turmix».

También escaseaban los medios para poder realizar movilizaciones de los pacientes. Al no haber celador que ayudara a levantar a los pacientes ni grúas, muchos trabajadores acababan teniendo problemas de espalda.

Además del escaso personal y de lo poco preparado que estaba, la falta de material también estaba a la orden del día. Faltaban toallas, menaje para que los pacientes pudieran comer, que en muchas ocasiones se veían obligados a traer de casa los familiares, y las ya citadas carencias en material de higiene personal de los usuarios.

La respuesta del centro

Desde la dirección del centro, por su parte, remitieron un comunicado en el que afirmaron que están «poniendo todos los esfuerzos económicos, humanos y materiales necesarios para restablecer la normalidad en el centro y recuperar la satisfacción de las personas residentes». Para ello, según afirmaron, «la residencia ha reforzado el equipo responsable de su organización y coordinación, y está actuando de acuerdo con las pautas y recomendaciones acordadas con las administraciones competentes».

«Asimismo, la dirección del centro está en contacto constante con las personas residentes y sus familiares para que estén debidamente informados, y ha abierto un canal de encuentro y comunicación para recoger todas las opiniones y aportaciones», según concluyeron.