Familiares y dirección de la residencia se reunieron este pasado viernes para buscar soluciones. | Daniel Espinosa

«No podía ser cómplice de esa situación y me tuve que marchar». De esta forma explica una auxiliar de enfermería su decisión de, tan sólo 15 días después de entrar a trabajar en la residencia Colisée, renunciar a su contrato. Medio mes que califica como «la peor experiencia que he pasado en mi vida» y que le llenó de «angustia y tristeza».

Nada más ser contratada en el centro le sorprendió que, directamente, le ofrecieran un contrato de un año, «algo que es muy raro a la hora de contratar a un auxiliar de enfermería», aunque finalmente negoció un contrato de tres meses con un mes de prueba. Y con el primer día de trabajo empezó también su personal calvario. «Te sueltan el primer día ahí para que te apañes», precisa esta extrabajadora, «y con la carga de trabajo que hay tus compañeros no te podían ayudar porque si no, no podían cumplir con sus obligaciones». Y es que, según relata, entre dos personas tenían que llevar de 30 a 40 habitaciones, «cuando los ratios en una residencia normal son de cinco a siete pacientes por auxiliar de enfermería». Y todo eso sin contar con la figura de un celador, que es quien ayuda para poder realizar las movilizaciones de los usuarios. «Teníamos que levantar a los pacientes a pulso», indica, lo que en algunas ocasiones provocaba caídas. «Todos íbamos sobrecargados de trabajo», recuerda, lo que provocaba que se marcharan muchos trabajadores por lo que nunca había una plantilla estable. «No se les está dado calidad de vida a esas personas», reconoce.

En esos 15 días de trabajo el turno de esta profesional de la sanidad era el de tarde. Eso suponía entrar a las 15.00 horas y lo primero que había que hacer era levantar a los usuarios de la siesta, hacerles una pequeña higiene, sentarles en las butacas y darles de merendar. «La mayoría se quedaban sin limpiar porque, entre el primero y el último, podían pasar hasta tres horas», manifiesta esta extrabajadora, que además de la falta de trabajadores denuncia la escasa formación de los que había en el centro. «Mis compañeros no tenían titulación; sólo éramos dos auxiliares de enfermería y el resto o eran sociosanitarios o ni siquiera eso». Además, «sólo había una enfermera para toda la residencia».

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Uno de los recuerdos que se le ha quedado grabado a fuego tras ese período de tiempo trabajando en la residencia Colisée es que «los pacientes siempre estaban tristes» porque, entre otras cosas, se pasaban prácticamente toda la tarde «sentados mirando a la pared», lo que junto a la falta de fisioterapeutas hacía que su sedentarismo fuera extremo.

Algo que se acentuaba con la deficiente nutrición, ya que «el tema de la comida era horrible; era de una calidad nefasta». De hecho, la única merienda que se les daba era «papilla de galleta y zumo concentrado». Además, los manteles y las servilletas siempre estaban sucios y a la hora de la cena, «o bien no había cubiertos o los que había estaban sucios».

«No recomiendo a nadie acudir a esa residencia», subraya esta extrabajadora, « y a las familias que tienen algún pariente ahí, sólo decirles que les están robando», concluye.

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