El voluntario ibicenco, minutos antes de la charla con ‘Periódico de Ibiza y Formentera’. | Daniel Espinosa

En la madrugada del pasado 6 de febrero Abel O'Ferrall, vigilante marino del Parque Natural de ses Salines y la reserva de Es Vedrà, es Vedranell y los islotes de Poniente y voluntario de la Asociación de Voluntariado GEA, recibe una alerta en su teléfono móvil.

Se ha producido un terremoto de gran magnitud en Turquía y Siria y los miembros del equipo de rescate inician el habitual protocolo en estos casos. Lo primero que se hace es «solicitar permisos en las embajadas del país en el que ha ocurrido el terremoto para que nos autoricen a ir como equipo de ayuda de búsqueda y rescate», y una vez obtenido todos los miembros del equipo «quedamos en Madrid para desplazarnos al lugar en cuestión», relata O'Ferrall.

El destino elegido fue Turquía, dado que «cuando nos desplazamos a un sitio vemos las posibilidades que tenemos como equipo de ayudar y movernos. En este caso Siria, debido a los conflictos, no era una opción para poder ir a ayudar», por lo que la opción más fiable era Turquía. Y aunque fuera la opción más fiable, la enorme magnitud del terremoto ha sumido a este país fronterizo entre Europa y Asia en el caos «pese a que el gobierno está intentando por todos los medios minimizar los daños».

Ciudad de Adiyaman
En este sentido, el voluntario ibicenco explica que su primer destino era la ciudad de Adana, la quinta con mayor población del país con más de dos millones de habitantes, «pero la situación de su aeropuerto no era muy halagüeña, por lo que los mismos medios turcos nos ofrecieron la posibilidad, mediante un vuelo militar, de acercarnos la ciudad de Adiyaman», en el sureste del país, «que es donde al final hemos estado realizando nuestras operaciones de búsqueda».

Una vez en el terreno, la misión de rescate era la única prioridad de todo el equipo desplazado desde España. «Según llegamos ya nos pusimos a trabajar. Nos dieron la posibilidad de instalarnos en un campamento, dejamos allí nuestros equipos personales y, con nuestra mochila de día y nuestros equipos de búsqueda, nos dirigimos a las distintas zonas que nos iban asignando». Y lo que encontraron fue una ciudad absolutamente devastada. «Sin lugar a dudas ha sido la catástrofe más grande en la que hemos estado», recuerda.

«El nivel de devastación que había en esta ciudad no lo habíamos visto ni en Argelia, ni en l’Aquila ni en Lorca», que son las otras misiones de rescate en las que ha participado Abel O'Ferrall. «Había calles enteras en las que habían colapsado el 80% de los edificios. Había calles por las que no se podía pasar porque los edificios se habían derrumbado sobre el pavimento, bloqueándolas en su totalidad».

Además, el caos circulatorio «era tremendo» y las ambulancias no dejaban de ir de un lado a otro continuamente. «Ha sido el nivel de devastación más grande que he visto», insiste. En cuanto a su labor de rescate, este miembro de la Asociación de Voluntariado GEA afirma que «había un centro de coordinación donde recibían los avisos de donde se escuchaba que había posibles signos de vida, y nos iban dirigiendo a los distintos equipos de búsqueda para que fuésemos confirmando si realmente había indicios de vida en esos edificios colapsados», precisa Abel O'Ferrall.

«El único descanso que nos permitíamos era o bien cuando estábamos caminando de una zona a otra porque no había acceso con vehículo, o cuando la distancia era más amplia y nos podíamos mover mediante un microbús. Y en cuanto llegábamos al punto en cuestión seguíamos trabajando para intentar salvar al mayor número de personas».

Destrucción y caos
Y dentro de toda esta destrucción, del caos y de la tragedia, el peor momento pasado por el voluntario ibicenco fue cuando tuvo que informar a una familia de que no había restos de vida bajo los restos de su casa.

«Tenían la esperanza de que sus seres queridos estuviesen con vida debajo de los escombros», recuerda O'Ferrall con pesar, «y tuvimos que decirles que ni nuestros perros, ni las cámaras térmicas ni el resto de equipo que llevábamos marcaba signo de vida bajo las ruinas. A pesar de que le daba cierta tranquilidad a la familia, no son cosas fáciles de decir nunca».

Pero en estos días de tanto luchar por rescatar vidas también hubo momentos buenos dentro del drama. «Estuvimos colaborando en el rescate de una niña de 10 años y su madre, y posteriormente hubo un sitio donde nuestro perro marcó que había signos de vida, y después nos enteramos de que pudieron sacar a tres personas vivas de los escombros», recuerda.

En el resto de las más de 30 localizaciones en las que estuvieron trabajando «desgraciadamente no había signos de vida y las personas que había allí abajo ya habían fallecido». O'Ferrall reconoce que, aunque estén preparados psicológicamente para este tipo de experiencias, lo vivido en las zonas donde se producen estas tragedias suele pasar factura.

«Las cosas cotidianas que tenemos aquí son cosas excepcionales allí», asevera. «El hecho de poder abrir un grifo de agua caliente y poder darte una ducha, el hecho de poder dormir en una cama como he podido hacer esta noche sin la preocupación de que haya una réplica y te caiga algo encima, o estar caliente en lugar de estar a cinco o seis grados en una tienda de campaña o a la intemperie con una manta, son cosas que no se aprecian aquí. Pero cuando estás fuera de tu hogar y vuelves te das cuenta de la suerte que tienes».

En el aspecto psicológico, «nos solemos preparar para que no nos afecte sobremanera estar en lugares como Adiyaman. No significa que no seamos humanos, son cosas que nos afectan pero hay que trabajar, hay que ayudar y estando lo más lúcido posible es la mejor forma de hacerlo». Abel O'Ferrall ha participado hasta el momento en cuatro misiones de envergadura: el terremoto de Argelia, de la región italiana de l’Aquila en 2009 y el de la ciudad murciana de Lorca en 2011.

En el mes de octubre de 2022, además, participó en el traslado de una potabilizadora a un municipio de Guatemala, donde dieron una formación de búsqueda y rescate a un grupo de 60 personas de diversos países de centroamérica «ya que es una zona donde se producen este tipo de fenómenos naturales».