Es Cafetí, «la resistencia de Dalt Vila» | Toni Planells

Corría el año 1969 y, mientras en Nueva York las revueltas de Stonewall ponían las bases del movimiento moderno por los derechos LGBTQ+ y las protestas contra la Guerra de Vietnam alimentaban el movimiento hippie, que supondría un antes y un después en la historia de Ibiza, en la calle Ignasi Riquer de Dalt Vila abría sus puertas un pequeño local, el ‘César’s Place’, en plena España franquista.

Más de medio siglo después, son Luca Ballotta y Gabi Spinassi quienes mantienen el pulso del local, situado en la esquina entre las calles Ignasi Riquer y General Balanzat, bajo el nombre de ‘Es Cafetí’ desde hace décadas.

«En 2020 se jubilaron Pedro y María José, que lo llevaron durante unos 25 años», recuerda Spinassi, vecina de Dalt Vila, para explicar que «como Luca, mi pareja, tenía una amplia experiencia en hostelería, decidimos alquilar el local».

Gabi es abogada, pero también una persona creativa que decidió abandonar su carrera en Italia para venir a Ibiza. Su creatividad es la responsable de la decoración del establecimiento, mientras que la experiencia de Luca en la hostelería se refleja en el servicio tras la pequeña barra de Es Cafetí. La simpatía de la pareja es quien cautiva a la clientela: «Cuando le pones amor a lo que haces, se nota, y aquí te sientes como en casa, tanto por el trato como por los zumos caseros y los capuchinos ‘a la italiana’ que hace Luca», asegura Antonietta, una «vecina recién llegada» a Dalt Vila que ya ha convertido Es Cafetí en uno de sus puntos clave de su nuevo barrio.

La mejor tostada
Mayte y Pilar son más veteranas en Dalt Vila. Ambas, funcionarias del Ayuntamiento de Eivissa, han convertido Es Cafetí en su espacio de descanso durante su tiempo de desayuno «desde que lo llevaba Pedro». Mariano también es habitual desde hace décadas en Dalt Vila como notificador del Ayuntamiento y coincide con sus compañeras en que «es el lugar al que venir a tomar un café o desayunar bien durante el tiempo de descanso desde que Pedro lo abrió allá por los 90».

«Pedro tenía el bar mucho más austero de lo que lo tienen ahora», apunta Mayte, quien recuerda que, entre la austera decoración del bar, «había dos cuadros preciosos de Tur de Montis».

«Ahora la decoración es mucho más alegre», añade Pilar, de la que Gabi explica que «he aprovechado y reciclado parte del mobiliario antiguo y, además, algunos de los vecinos han colaborado aportando sillas o mesas que ya no querían».

«Desde el mismo momento en que abrieron, se han hecho querer», asegura Pilar sentada en una de esas variopintas mesas, mientras Mayte no duda en añadir que «Luca hace las mejores tostadas con tomate de toda la isla».

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Clientela
Tanto el funcionariado como los políticos y, sobre todo, los vecinos que necesitan hacer algún tipo de trámite en el Ayuntamiento han sido el perfil de clientela que ha permitido resistir a este pequeño establecimiento en una Dalt Vila cada vez más alejada de la rutina de los ibicencos. Una circunstancia que Gabi subraya, denunciando que «los dos primeros años fueron muy buenos, pero desde que cambió el Ayuntamiento y trasladaron las oficinas desde Can Botino al Cetis, todo cambió de golpe».

Sin embargo, la soledad de la Dalt Vila en invierno también supone un atractivo para clientes como Sergio, quien asegura que «ese es uno de sus encantos», mientras reconoce que «debería venir mucho más a menudo».

«Ahora somos la resistencia de Dalt Vila», añade Gabi con humor, sin dejar de reconocer que «es frustrante cuando llega la tarde-noche en invierno: esto queda abandonado y solo. No nos sentimos seguros». Esta circunstancia lleva a la pareja a variar el horario de apertura del negocio: «Antes abríamos de 9:30 a 20:00, pero ahora cerramos mucho antes, a una hora indeterminada, cuando ya no queda absolutamente nadie por la calle».

Esta no es la primera variación en los horarios de este local, tal como recuerda la clientela más veterana de Es Cafetí: «A mediados de los 80, cuando comencé a trabajar en el Ayuntamiento, solo había un quiosco de madera donde, por las mañanas, nos juntábamos los que íbamos a trabajar con los que venían de fiesta. Es Cafetí solo abría por la noche y ni siquiera tenía este nombre; era algo muy distinto», recuerda Mayte.

Cambios
«Pedro quiso cambiarlo todo», añade Pepita, una de las vecinas más veteranas de Dalt Vila, respecto a la imagen del local, al que Pedro no solo cambió el horario, el mobiliario y parte de la estructura y distribución: también cambió el nombre, de ‘César’s Place’ a ‘Es Cafetí’, para desvincularlo de la actividad que había tenido hasta entonces.

Más allá de lo que explicaban los mentideros de Dalt Vila, que relacionaban a César, fundador del César’s Place, «un tipo muy guapo y con mucho dinero», con alguien de la burguesía ibicenca de Dalt Vila, Pepita explica que «César alquiló el local durante un tiempo a un tal Manolo y a su novio, y después a una pareja de franceses un poco raros antes de que llegara Pedro y lo cambiara todo».

Sobre la actividad del César’s Place, la veterana vecina de Dalt Vila asegura que «lo que pasaba en este local no se puede ni contar». Un tipo de actividad que en la época franquista era necesariamente clandestina, pero que, tal como reconoce la vecina, «todo el mundo sabía».

«Yo era la única mujer que venía a esa especie de discoteca, que era solo de hombres, y lo hacía para controlar a mis clientes», explica Pepita, quien era responsable de un establecimiento hotelero en Dalt Vila y califica abiertamente el César’s Place como «un bar gay clandestino, pero muy divertido; aquí venía mucha de esa gente famosa e influyente que venía entonces para ser ellos mismos».

Entre los cientos de anécdotas que Pepita ‘no puede contar’ sobre aquellos años y sus clientes, no faltan las relacionadas «con el cuarto oscuro que tenían allí abajo», en referencia al sótano del local. «Recuerdo cuando lo pintaron de negro», explica Pepita para relatar entre risas que «una pareja de clientes bajó para bailar o hacer lo que fuera y se encontraron el bote de pintura. En la oscuridad lo confundieron con lubricante y, cuando volvieron por la mañana al hotel, ¡no os imagináis cómo estaban de pintura por todos lados!».