José de la Cruz Medialdea, el Huete, desembarcó en Ibiza en 1971 procedente de Guadix (Granada) en busca de trabajo. Eran tiempos en los que los ibicencos ‘cazaban’ mano de obra a los pies de las escalinatas de los barcos, por lo que a el Huete no le costó encontrar empleo. Solo un año después se trasladó con su numerosa familia a la isla. Su séptimo hijo, Jordi, ya nació en Ibiza.
«Trabajaba 25 horas al día para mantener a toda la familia: cuando terminaba de trabajar en el aeropuerto como maletero se iba a hacer trabajos de jardinería –por eso se le empezó a conocer como ‘el jardinero’ en Ibiza– y, por las noches, hacía de guarda en el recién inaugurado Club de Campo, en el Algarrobo», recuerdan sus hijos.
El tío Pepe
Entre 1983 y 1984, el Huete, el jardinero o el tío Pepe, como también se le conocía, abrió su propio negocio en un terreno cercano al aeropuerto, en Sant Jordi. Una tasca que no podía llamarse de otro modo que La Tasca del Tío Pepe, en la que se implicó toda la familia desde el primer día.
Mientras Ana Contreras, la madre, se encargaba de la cocina —«era una gran cocinera, una abuela de las de antes»—, Pepe atendía la barra y los siete hijos correteaban y ayudaban en lo que podían.
«Cuando pusieron la primera cafetera, todavía no habían instalado las ventanas del bar y dormimos dentro para que no nos la robaran hasta que vino el carpintero», cuenta Paco, uno de los hijos de Pepe. Su hermano Jordi presume de haber sido «el primer camarero del bar» y señala una fotografía antigua en la que aparece tras la barra con su padre. «Allí está la prueba».
Paco y Jordi recuerdan con cariño los campeonatos de dardos que organizaban en la tasca. «Venía gente del extranjero y todo para participar. Se alargaban hasta las cuatro de la madrugada», según aseguran.
Las anécdotas se cuentan por decenas, pero ambos coinciden en una inolvidable: una amenaza de bomba en el aeropuerto que obligó a desalojar a cientos de personas. «Era verano y hacía un calor impresionante», recuerda Paco. «Entonces mi padre, el tío Pepe, sacó una manguera y se puso a regar a todos los extranjeros que se estaban deshidratando». Aquella tarde, dice, «hubo que pedir camiones de agua y mucho más pan para poder atender a toda esa masa de gente».
El relevo
El formato familiar de la tasca se mantuvo durante décadas. Con la llegada del siglo XXI llegó el primer relevo generacional: Espiración, hija de Pepe, se hizo cargo del local junto a su marido, Carlos, manteniendo intacto el espíritu de sus padres.
En 2019, tres años después del fallecimiento del patriarca, ambos dejaron el negocio. Durante cinco años, el local pasó por distintas manos hasta que el año pasado regresó a manos de la familia. El nieto de Pepe, Jorge Pavón, tomó las riendas del bar y lo devolvió a sus raíces.
«Mi objetivo era conservar el bar tal como ha estado siempre, no cambiar nada: hacer el bar que a mí me gustaría, aunque no me vaya a hacer millonario», dice Jorge. «No hubiera cogido ningún otro bar. Soy mecánico y hasta que me salió la oportunidad vendía coches con mi madre aquí al lado», según precisa.
Reconoce que los inicios no fueron fáciles. «La cocina no era lo mío y, como mi socio tenía demasiada carga de trabajo, lo dejó al cabo de un mes», afirmó.
Jorge sigue adelante con ayuda de su equipo: Merche en la barra y Hanna en la cocina, autora de unas tortillas que, según Pavón, merecen un templo propio. «Si por mí fuera, convertiría el bar en una tortillería», afirma.
Además de las tortillas, la Tasca del Tío Pepe mantiene su esencia: producto de calidad a precio ajustado. «Aunque a veces los números salen demasiado justos», reconoce. El jamón, la cecina de León, los bocadillos de carne mechada o el cachopo de los viernes preceden al ya famoso ‘tasqueo’: un tardeo con DJ, música en directo y happy hour.
Los fines de semana siguen siendo punto de encuentro: barbacoas, fiestas privadas y celebraciones, siempre a precios populares.
El buen humor sigue siendo marca de la casa. «Mi sobrino Jorge es un poco ‘cabroncete’ y siempre hace la broma de que ‘Paco invita’», dice el propio Paco entre risas. «Luego siempre se lo cobra», replica Jorge.
Los tíos del nuevo responsable comentan con orgullo que «hace unas fiestas buenísimas y viene mucha gente joven». Jorge también participa activamente en la comisión de fiestas de Sant Jordi, llevando el espíritu de la tasca más allá del bar.
Distinguir entre clientes y amigos en la Tasca del Tío Pepe no tiene sentido. Gabriel, vecino y constructor, es testigo de ello: «Llevo viniendo toda la vida. Cuando han tenido que hacer reformas me he encargado yo mismo».
«Lo mejor siempre ha sido el jamón ibérico o las paletillas que nos pedimos los viernes. Nos sacan un jamonero y no dejamos ni el hueso», dice entre risas.
Paco, otro habitual desde hace tres años, lo tiene claro: «Trabajo enfrente, pero aunque estuviera más lejos vendría igual. Todo es bueno: el precio, la comida, el trato. No hacen cosas estrambóticas. Todo es simple y está bueno».
La juventud de Jorge ha traído también savia nueva al negocio. «Se mezclan las generaciones, gente joven y gente más mayor sin problema». Miquel y Sara lo confirman. «Siempre que vienes, te encuentras a alguien que conoces», dice ella mientras suena Statuas d Sal en el local. «Es el mejor lugar para el afterwork».
«Hay un ambiente familiar muy chulo, se come bien y hay buenos precios», añade Miquel, que aprovecha para lanzar una crítica cariñosa: «Aunque no es inclusivo para los celíacos como yo, por lo menos tiene la cerveza sin gluten al mismo precio que la otra», concluye.
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