Poblado chabolista de más de 200 personas a las puertas de la ciudad de Ibiza

Se trata de un asentamiento chabolista ubicado en la parte posterior al Recinto Ferial

El asentamiento desde el exterior de este, con Dalt Vila de fondo | Foto: Alejandro Mellon

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A tan solo unos metros de las entradas por carretera a la ciudad de Ibiza, entre los matojos de una descuidada vegetación ubicado detrás del Recinto Ferial, se esconde un poblado saharauí en el que, pese a lo difícil de realizar un conteo con exactitud, probablemente vivan más de 200 personas. Lo hacen, en su inmensa mayoría, o bien en tiendas de campaña, generalmente de la marca de Decathlon, o en pequeñas casetas elaboradas mediante maderas y contrachapado, recubiertas con lonas de color azul o verde, para cubrir su interior.

Los residentes del lugar son, en su inmensa mayoría, trabajadores. Aseguran que lo hacen en puestos diversos: en hostelería, limpieza, construcción, transporte… Sin embargo, su situación a nivel legal no es fácil: muchos de ellos provienen del territorio de la RASD (República Árabe Saharaui Democrática) reconocida por cerca de 80 países, pero no así por España. Esto hace que sean consideras como apátridas, lo que les dificulta la obtención de un permiso de residencia.

La totalidad de los residentes en el asentamiento son temporeros, y acuden a la isla exclusivamente a hacer la temporada. La mayoría de ellos repite, y vive en el lugar durante el verano por segundo o tercer año consecutivo

En este asentamiento, aseguran, se las apañan como buenamente pueden. Entre las diferentes jaimas -como ellos mismos les llaman- destacan las pequeñas placas solares con las cuales consiguen la electricidad necesaria para las tareas más básicas. Para cocinar hacen uso de pequeños fogones y de camping gas portátiles. Las labores de higiene son más complicadas: los que pueden intentar ducharse en el trabajo, los que no pueden ahí, en duchas públicas o en casa de amigos o conocidos.
La vida para ellos no es fácil, pero se las apañan como pueden, según explican a Periódico de Ibiza y Formentera. Su sentimiento de comunidad es grande y se apoyan los unos a los otros en aquello que necesitan. En este lugar, salvo una pequeña esquina de recién llegados, combinación de españoles y marroquíes, son todos de origen saharauí. Se organizan para vigilar las cosas los unos a los otros, y prevenirse de posibles robos, así como de la presencia de alguien externo.

Se muestran orgullosos de calificarse a si mismos como «gente trabajadora y pacífica». No les gustan las comparaciones con la gente que proviene de los países vecinos del norte de África, de países como Marruecos o Argelia: «aquí somos todos tranquilos y honrados, no venimos ni a robar ni a delinquir. Otra gente viene con otros propósitos, y por las acciones de unos, se nos juzga a todos», asegura uno de los residentes de este asentamiento que prefiere no dar su nombre.

A diferencia de lo que puede suceder con otros asentamientos de la isla, como puede ser el de Can Rova II, con un perfil de población latina y residente de larga estancia, en las inmediaciones del Recinto Ferial solo se encuentran temporeros, gente que viene a estar durante la temporada de verano. «Luego marchamos a otros lugares; nos vamos a la Península, o a otros lugares más lejos, pero no pasamos el invierno aquí», explica otro de los residentes.

Ellos experimentan los problemas de los elevados precios del alquiler en la isla de primera mano. Acuden a estos asentamientos ante las dificultades para acceder a una vivienda del mercado habitual. «Trabajamos y tenemos un sueldo. Podemos pagar 300 o 400 euros por una habitación cada uno. Pero nos piden más de 1.000 euros y eso no podemos pagarlo», explica otro de los jóvenes allí presentes.
Muchos de ellos vienen a hacer la temporada para poder ganar dinero y enviarlo a sus familiares, que siguen en las tierras del Sáhara Occidental, donde las condiciones de vida son muy complicadas. Marruecos ocupa buena parte del territorio, dificultando su desarrollo y reconocimiento, y desplazándoles a vivir en muchas ocasiones a campamentos de refugiados.

Ahora, se preparan para el verano. Las altas temperaturas a la intemperie, con el añadido de los recubrimientos de las jaimas, en las que viven entre tres y cuatro personas cada una, provoca un pequeño efecto invernadero, aumentando todavía más las temperaturas en el interior. «Estamos acostumbrados; somos gente del desierto», asegura uno de ellos.

Sin embargo, las condiciones de salubridad en el lugar dejan mucho que desear. Bolsas de basura, botellas y garrafas de agua o papel higiénico son habituales en el terreno si se recorre el lugar. La falta de agua corriente es el principal reto al que se enfrentan estos temporeros que, en su mayoría, llevan ya dos o tres años acudiendo durante el verano a este lugar.