En 1990, tres socios y cuñados decidieron emprender su propio negocio: un restaurante en Cala de Bou. Alfredo, Joaquín y Victoriano le pusieron de nombre Aljovic, usando las primeras letras de sus propios nombres.
Las diferencias de criterio no tardaron en surgir entre los socios durante el primer año, y la solución pasaría por repartirse la gestión del restaurante entre los tres, durante tres años cada uno. La evolución de las negociaciones culminó con los seis primeros años de gestión a cargo de Joaquín y Alfredo. Victoriano sería el responsable del local durante el siguiente trienio, periodo en el que el restaurante estuvo alquilado a distintas personas hasta que, en el año 2000, los tres socios, libres por fin del crédito, se reunieron para decidir el futuro del negocio. La conclusión de la reunión fue la venta del restaurante, y Alfredo Soria compró los dos tercios restantes del negocio a sus socios.
De aquella primera época, Alfredo recuerda que «entonces la calle no estaba ni asfaltada. Era de tierra, y cada vez que pasaba un coche levantaba una buena polvareda». Un problema que, asegura, se solucionó cuando «vino el alcalde a hacer una comida con los vecinos de la zona y pudo ver que eso no podía continuar de esa manera. Unos días después, ya estaban asfaltando».
Relevo
Respecto a su regreso tras tres años, el responsable del Aljovic explica que «a partir de ese momento nos pusimos a trabajar toda la familia: tanto María, mi esposa, como mis hijos, José, Jesús y Alejandro, que crecieron aquí dentro y ahora son ellos quienes se encargan del negocio a día de hoy». «Hemos podido dejarles ‘la caña’ para que ellos mismos saquen su propio ‘pescado’, y lo están haciendo muy bien», añade Soria con orgullo.
Rosana’s
«Menú diario, tapas variadas y un aperitivo con cada cerveza, como estamos acostumbrados los de Granada», así define Alfredo la fórmula del éxito del bar restaurante que pusiera en marcha hace 35 años. «Hoy en día es, básicamente, lo mismo que era cuando lo pusimos en marcha», asegura Soria, tanto al referirse a la oferta del Aljovic, «donde las tapas, la ‘zapatilla’ con jamón serrano, las lentejas y el choto (cabrito en salsa) que cocina mi hijo Jesús tal como le enseñó su madre, son la estrella del restaurante», como a su clientela: «vecinos del barrio, trabajadores y gente que viene de otros pueblos porque han oído hablar de nosotros. Raramente te encontrarás algún turista».
«Llevo viniendo desde el mismo día que abrieron», asegura Paco, mientras su esposa, Josefa, confirma entre risas que «viene cada día y yo vengo con él, así no nos perdemos». En el mismo tono humorístico y distendido, entra en la conversación otro de los vecinos, Antonio, que acusa a los responsables del Aljovic de que «cada día esté más gordo», mientras señala los jamones que lucen colgados al final de la barra.
Erminio califica el bar como «el centro de reunión del barrio» mientras alaba toda una lista de virtudes del Aljovic: «las papitas súper ricas, las tostadas del desayuno, la cerveza fresca…». «Y los mejores potajes de, por lo menos, todo Sant Antoni», añade otro de los vecinos del barrio, Pep ‘Saliner’, que asegura estar en el Aljovic «como en casa. Por eso suelo venir prácticamente cada día para comer. Es un lugar al que hay que venir, sobre todo en invierno». Al otro lado de la mesa lo acompaña Elsa, que subraya «el valor de la comida casera auténtica que, además, aquí tienen a muy buen precio».
Gema y Ramón reiteran los argumentos de sus vecinos mientras toman una cerveza en la terraza del bar de su barrio. «Cada momento libre que tenemos, venimos a pasar el rato a la terraza, solos o con nuestros hijos, que han crecido junto a los chicos del bar», añade Gema, ilustrando la cercanía y familiaridad que supone el Aljovic para el barrio.
2 comentarios
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se come mal
Excelente calidad precio y magnífico equipo humano. Muy recomendable.