«Nuestro trabajo representa la diferencia entre un buen aterrizaje o un gran batacazo». Con estas palabras resumía Rafael Llinares, observador de la estación meteorológica de Eivissa, ubicada en el aeropuerto, su labor en el centro.

Entre barómetros y pluviómetros, aquí la precisión se cuida al máximo, tanto a la hora de confeccionar los partes, que periódicamente se envían a Madrid, como en la extracción de los datos. No obstante, Rafael niega que esta sea una función monótona: «Es como el tiempo, cambia constantemente».

Las seis personas que componen la plantilla cuidan que durante las 24 horas se genere información básica para los aviones, cuyo vuelo depende de factores tales como la dirección y velocidad de los vientos, la nubosidad, la temperatura, el punto de rocío o el QNH (a través del cual se evalúa la presión atmosférica). Los datos, expuestos a modo de claves según criterios internacionales, suponen las pautas a seguir para los pilotos, encargados de su interpretación.