Ayer en Sant Llorenç, todo el mundo buscaba una sombra en la que poderse proteger del fuerte calor. | ANA ISABEL GARRIDO SANCHEZ

Todo el calor que debía de expulsar la parrilla donde quemaron a Sant Llorenç está hoy aquí». Esta broma, hecha por Margalida, una de las vecinas de la zona, reflejaba el sentimiento de muchos de los que acudieron ayer a presenciar la festividad del día grande de Sant Llorenç.

Y es que el calor fue el invitado sorpresa durante toda la mañana. Afortunadamente dentro de la iglesia el aire acondicionado hizo que la misa oficiada por el obispo de Eivissa, Vicente Juan Segura, fuera más llevadera. Incluso, si no se quería participar de la ceremonia, el pórtico de la entrada del templo también era un buen refugio.

Sin embargo, los problemas empezaron a llegar después. Cuando comenzó la procesión, el calor ya se dejaba notar, y los sudores y los abanicos se convirtieron en los grandes protagonistas. El que tenía una sombra o una botella de agua empezaba a ser el más afortunado de la fiesta.

Todos a la sombra

Tal vez por eso, la procesión, en la que desfilaron siete imágenes, fue seguida por muchos menos fieles que otros años. «Yo siempre vengo y, aunque me gusta seguir a los santos, hoy lo mejor es ponerse a la sombra para que no nos dé una lipotimia», explicaba Juana sin parar de abanicarse.

La situación se fue agravando según el sol iba llegando a su punto más alto. El desfile de carros, cerrado por dos caballos de raza menorquina de Can Munar, Odin y Oriol, y que hicieron las delicias de muchos de los niños presentes, ya discurrió con una temperatura difícil de aguantar. «Son muy bonitos y nunca los habíamos visto, pero jamás habíamos pasado tanto calor», comentaba Karl, un alemán que pasa sus vacaciones en la Isla con su mujer, Anette, y sus hijos Fabian y Gerhart.

Aún así, el punto álgido llegó con los valientes miembros de la colla de Sant Joan de Labritja. Su espectáculo de ball pagès a la puerta de la iglesia tuvo un mérito aún mayor que el de costumbre por el calor reinante en el lugar. Algo que supieron reconocer los presentes con una gran ovación, mientras que, por una vez, las orelletes y los bunyols que ofrecían los vecinos de Sant Llorenç fueron menos demandados que las botellas de agua y cualquier tipo de bebida que pudiera estar fría.