U n manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado...» Cuando la vida se vuelve tan inhóspita y cruel, sólo la gran poesía tiene autoridad para acercar consuelo al duelo.
Esos versos de la Elegía de Miguel Hernández a la muerte de su querido amigo Ramón Sijé, me vinieron ayer a la mente en cuanto Ben Clark me dio la maldita noticia por teléfono... Pero si no puede ser, si hace sólo una semana o así otro buen amigo de Concha, Joan Ribas, me dijo que estaba evolucionando bien del trasplante. No sé, no sé... El dolor se aferra a cualquier espejismo o recurso que aplace el inapelable impacto de la verdad a secas y aplaque la sorda rabia que nos crece ante noticias de este desgarrador calibre.
Concha, Concha, qué invasión de recuerdos queridos se agolpan en mi mente en esta calurosa y terrible tarde de verano. Tu estación preferida, cuando al fin desconectabas de tu apretada agenda profesional y te entregabas con la pasión que ponías siempre en todo lo que hacías a gozar de tu querida isla, de los tuyos, de los tantos y tantos amigos incondicionales que siempre nos alegrábamos de verte. Por tu calidez, por tu calidad humana, por tu alegría de vivir, por tu generosidad, por tu inteligencia, por tu sentido del humor, por tu belleza tranquila...
No hay derecho, no hay derecho, no hay derecho. Y cómo duele esa letal indiferencia de la vida con sus mejores valedores. Mejor, entonces, volver a la poesía, antes que el odio me cabree aún más: «A las aladas almas de las rosas del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas», mi querida colega independiente, valiente y decidida. Un ejemplo imborrable para todos los que amamos el periodismo.