Un agente de la Policía Local camina por detrás del Policía de Barrio en su camino por Sa Penya.

El agente 229 de la Policía Local de Vila lleva siete años realizando su trabajo como policía de proximidad en el barrio de sa Penya. Vigila día y tarde las calles de este conflictivo enclave, antiguo barrio de pescadores, para que no se inclumplan las ordenanzas municipales y aunque asegura que ya se conoce «prácticamente a todos sus habitantes» su labor se antoja sumamente complicada.

Afortunadamente, desde la apertura del retén hace una semana de la calle Floridablanca, contará con el refuerzo de una pareja de servicio en turnos de mañana y tarde. Sin embargo, su tarea será sólo la de prevención. «No vamos a hacer actuaciones especiales y ni mucho menos tomar la calle, sino que realizaremos un trabajo preventivo en materias de tráfico, seguridad ciudadana y cumplimiento de las ordenanzas municipales», aclaró al respecto a este periódico José Manuel Navas, jefe de la Policía Local de Vila.

Precisamente, tanto Navas como el mismo policía de barrio aseguran que este último tema es el principal «caballo de batalla» que afecta a la zona. «Mucha gente no se cree que en una ciudad patrimonio de la humanidad y a escasos metros de locales de moda y grandes yates haya una zona con excrementos de todo tipo, olor a orín día y noche, basura arrojada fuera de los contenedores, grafitis por las paredes, casas con puertas reventadas o animales como cerdos o gallos, corriendo por las calles», explica el propio agente que asegura que ha vivido tantas cosas que podría escribir varios libros con ellas.

Y no le falta un ápice de razón. Simplemente una hora de paseo sirve para constatar que todo lo que dice es cierto, sobre todo en las calles Alt y Retir. «El barrio de sa Penya comienza en el carrer Mare de Déu y se extiende por un laberinto de calles de casas blancas en las que se puede encontrar de todo, pero podríamos decir que hay dos partes bien diferenciadas en sa Penya, una con vida totalmente normal y otra, en esas dos calles, donde se vive en un mundo que parece de película», confirma mientras comienza su ronda.

En la zona a la que se refiere la música flamenca lo inunda todo mientras sus habitantes, la mayoría de etnia gitana, empiezan a despertarse a partir de las doce de la mañana. Cientos de piezas de ropa de todo tipo aparecen colgadas de las terrazas de infraviviendas de 20 metros cuadrados donde se acumulan veinte personas sin sanitarios, agua corriente ni luz eléctrica. Las paredes están decoradas con canarios que cantan con pena en su jaula y alguien ha habilitado bancos procedentes de algún parque municipal para formar parte de un improvisado porche.

Y todo con total impunidad. «No son mala gente, pero se han acostumbrado a vivir en estas condiciones y son capaces de hacer cualquier cosa con tal de hacer la vida imposible a todo aquel que quiera asentarse en estas dos calles y no sea de la cuerda», asegura el agente 229.

Nuevos okupas cada día

El último ejemplo de ello es lo que ha sucedido en los tres apartamentos de protección oficial que dan a la calle Vista Alegre y la calle Alt, construídas entre 2009 y 2010, y cuyos inquilinos «han sido extorsionados una y otra vez para obligarles a abandonar el lugar». «No conozco a nadie que haya durado más de un mes aquí porque han sufrido de todo y ahora, tras reventar la puerta, se han llevado los cables, las cocinas enteras, los muebles y hasta los sanitarios», explica el Policía de Barrio.

A pesar de ello, el lugar, al igual que las infraviviendas de las calles Retir y Alt, que fueron tapiadas en 2013 tras su expropiación por parte del Ayuntamiento de Vila, se han convertido en el refugio ideal de okupas. «A pesar de que se les ponen muchas trabas, una noche sí y otra también, revientan las cerraduras, acceden al interior, cogen la luz y el agua de forma ilegal y lo ocupan», explica el policía mientras asegura que estas actividades sufren un importante repunte durante el verano, sobre todo por «todos aquellos que pretenden conseguir ingresos durante la temporada turística y no quieren o no tienen para pagar una habitación».

Así que, visto lo visto, a los nuevos agentes de refuerzo que acudan al retén de la calle Floridablanca y al sufrido policía de barrio agente 229, aún les queda mucho por patrullar.