Una vista general de la batalla. | (c) Sergio G. Canizares

La décima edición del combate entre cartagineses y romanos congregó a medio millar de personas en la playa de s’Arenal de Sant Antoni.

Cuando a las 20,00 horas de ayer se preguntó al enviado del ejército cartaginés y al enviado de la I Legio romana si querían la paz, la respuesta estaba igual de clara como desde hace diez años. «¡¡No!!». Y es que precisamente lo que estaban esperando el cerca de medio centenar de combatientes de uno y otro bando y el medio millar de personas que se congregaron en la Platja de s’Arenal de Sant Antoni era que se diera el pistoletazo de salida para empezar con la tradicional batalla de tomates que organiza l’Associació de cartaginesos i romans con motivo de las fiestas de Sant Bartomeu.

Éxito

Una vez más el encuentro resultó todo un éxito de participación y los dos ejércitos se lanzaron unos 4.000 kilos de tomates maduros donados de forma altruista por agricultores de la localidad. Tras una hora de desfile por las calles de Sant Antoni, y el desembarco cartaginés en tres llauts habilitados para la ocasión el combate en sí duró apenas un cuarto de hora pero fue intenso. Ninguno de los participantes escatimó esfuerzos y todos acabaron sudando, manchados del jugo del tomate, y sin tener que lamentar ninguna lesión de importancia.

A tomatazo limpio

Además, los visitantes y turistas también recibieron lo suyo. Aunque está prohibido lanzar fuera del campo de juego muchos proyectiles fueron a parar de forma accidental contra el público y éste, en lugar de achantarse, los recibieron con alegría y alborozo. Lo bueno de una guerra divertida en la que no se vierte sangre sino jugo de tomate.

Los uniformes

A pesar de cada vez con más frecuencia se cuelan extranjeros en el bando cartaginés sin ir vestidos de época tal y como mandan las reglas, los uniformes de los participantes volvieron a derrochar imaginación. Así, entre los romanos destacaron dos peculiares hechiceros, que además de amenazar con sus conjuros al ejército cartaginés hicieron las delicias de los más jóvenes, escudos realizados con cajas de frutas y los tradicionales cascos cuyas plumas son elaboradas con cepillos de barrer. Mientras, los cartagineses, más desordenados y numerosos, fueron mucho más variados, incluyendo algún escocés con falda y algún vikingo con casco de cuernos.

Sin embargo, lo mejor llegó con el final de la batalla. Una batalla que se cerró sin muertos y con abrazos y risas entre los rivales. Ojalá que todos los conflictos se resolvieran igual.