La imagen del santo de la localidad, el Arcángel Sant Miquel, desfiló cerrando la procesión. | (c) Sergio G. Canizares

Finalmente y a pesar de que la misa del día grande de Sant Miquel se prolongó durante más de hora y cuarto, la lluvia que se anunciaba para ayer decidió apiarse de los fieles, vecinos y curiosos que acudieron hasta la localidad y finalmente no descargó durante la salida en procesión, el espectáculo de ball pagès y el posterior reparto de orelletes, bunyols i vi pagès.
La jornada comenzó con una misa que incluyó una pequeña lección de historia a cargo del obispo de Eivissa y Formentera, Vicente Juan Segura, sobre este templo, una de las cuatro iglesias fortificadas de la isla, junto con las de Sant Jordi, Santa Eulària y Sant Antoni, y la única que posee planta de cruz latina. «En 1785 el primer obispo de Eivissa, Manuel Abad i Lasierra, convirtió este templo en parroquia pero ya se tiene constancia de una pequeña capilla en el siglo XV, sobre las ruinas de la antigua alquería árabe de Balanzat, propiedad de una importante familia de origen mozárabe», comenzó su omilía Segura.
Posteriormente continúo con otra lección, en este caso eclesiástica, sobre la figura del arcángel Sant Miquel, patrono de la localidad y «defensor del cristianismo, protector de la Iglesia y sanador de los enfermos», y con una reflexión sobre la importancia de la vida parroquial en la actualidad. «La parroquia es el lugar en el que se da respuesta a la vida cristiana, y el lugar perfecto para estar cerca del buen Jesús, acortando las distancias entre nosotros y sus enseñanzas, y para dar sentido a una vida organizada, coherente y honrada que permita hacer mejor a los demás y a nosotros mismos», explicó a sus fieles el obispo de Eivissa.
«Saint’s walking»
Tras ello llegó la esperada procesión, bautizada por algún visitante despistado como «saint’s walking». Bajo un fuerte bochorno y bajo el sonido de las campanas, los petardos y tres tracas, siguiendo a dos niñas y un niño, apareció orgulloso el alcade de Sant Joan, Antoni Marí, Carraca, encabezando la comitiva, junto al presidente del Consell d’Eivissa, Vicente Juan Segura. Tras él, cinco imágenes, la última la del santo de la localidad, el Arcángel Sant Miquel, 18 miembros de sa Colla de Balansat, incluyendo siete menores, y una amplia comitiva de autoridades entre la que destacaba la presencia de la alcaldesa de Vila, Virginia Marí, y el conseller de Economía, Álex Minchiotti.
A los pocos minutos y tras superar con bastante dignidad Antoni Marí, Carraca, algunos pequeños problemas que tuvo con el estandarte de la iglesia, que revoltoso no paraba de enredarse, la procesión llegó de nuevo al que había sido su punto de partida, los arcos de su patio central. Allí, mientras no paraban de repicar las campanas, que sonaron más tiempo del previsto, sa colla de Balansat mostró a todos los presentes su destreza en el ball pagès, también bautizado por el mismo turista, que aún estaba más despistado que antes, como «typical dance».
Y finalmente, y mientras aún las palmas de las manos echaban humo de tanto aplauso a els sonadors y balladors, llegó uno de los momentos más celebrados por los asistentes y más teniendo en cuenta que se acercaban peligrosamente las dos de la tarde: el reparto de orelletes, bunyols y vi pagès. Pero todo mucho más rápido que años anteriores ya que nadie sabía con certeza cuanto más el cielo se iba a apiadar de los presentes.