Hector Vall, ayer en la sede del Obispado de Ibiza y Formentera.

El jesuita Héctor Vall, nació en Banyols, capital de la comarca del Pla de l’Estany, en la provincia de Gerona. Es cercano, amable, divertido y sin pelos en la lengua. Además, viendo su vitalidad nadie creería que el exrector del Pontificio Instituto Oriental de Roma está cerca de los 80 años. Ahora, tras dedicar toda su vida al acercamiento entre las distintas ramas de la Iglesia, llega a Eivissa para promocionar El Octavario Internacional, una oración por la unidad de los cristianos que se hace desde hace más de 100 años.

—Primero de todo. ¿Qué es el Pontificio Instituto Oriental?

—Una institución que inventó el Papa León XIII para mejorar las relaciones entre la iglesia católica de occidente y la de oriente. Está en un bonito edificio cerca de la basílica de Santa María la Mayor, de Roma, y aunque comenzó su andadura en 1917 bajo el papado de Benedicto XV fue Pío XI quien en 1922 lo puso al cargo de la Compañía de Jesús.

—Y desde entonces ¿han conseguido acercarse unos a otros?

—Por supuesto. No sólo existe la Iglesia católica latina, también hay otras veinte en Oriente y no son tan diferentes. Sólo es querer entenderse.

—Todos creen en Dios, pero ¿cuáles son las diferencias?

—Por ejemplo que en algunas de estas iglesias sus curas están casados. En Roma teníamos un instituto afiliado de Budapest de los que 204 de sus 205 curas tenían mujer y el que estaba soltero era porque era muy alto y no encontraba una de su talla. Al igual que practico el celibato no veo problema en estar casado. Es más, la mujer es una gran ayuda en el trabajo apostólico.

—Esto lo piensa usted, pero a priori parece una diferencia muy importante. ¿Y con los ortodoxos ha habido acercamientos?

—Más de los que la gente se cree. Cuando se redactó el Decreto Unitatis redintegratio, en 1964, ya se establecieron paralelismos muy sorprendentes para muchos. Incluso se reconoció que los ortodoxos tenían auténticos sacramentos, auténticos obispos, auténticos sacerdotes y auténtica eucaristía, lo que igualaba a las dos confesiones. Somos iglesias hermanas con teologías muy validas.

—Pero aún no tienen el reconocimiento del Primado del Papa.

—Sí, es el principal escollo. Pero tenga en cuenta que el tema del papado era tabú hasta que se celebró una reunión del Comité de la Fe y Constitución en 1993 en Santiago de Compostela en la que se dijo que «el papado no era contrario al espíritu evangélico». Ahí cambió todo.

—¿Y ahora como está el tema?

—Mejor que nunca. Fue muy importante la petición de ayuda para una unificación que pidió Juan Pablo II en su encíclica Ut unum Sint (Para que todos sean uno). Ahora estamos dogmáticamente muy cerca pero teológicamente muy lejos.

—¿Y con los protestantes?

—También estamos muy cerca. Hasta hace poco los seguidores de Lutero y los de la fe de Roma hablaban lenguajes distintos, uno personalista y otro metafísico. Sin embargo, en 1999 se puso fin a cinco siglos de discusión y se aceptó que las dos iglesias dicen lo mismo aunque con visiones diferentes en el mérito, el valor de las obras o la certeza de la salvación.

—¿Y con otras religiones?

—Igual. El Vaticano valoriza otras religiones como el judaismo, porque son nuestros abuelos, y el Islam porque es una de las religiones monoteistas más bonitas en su origen.

—En el fondo no son tan diferentes unas de otras.

—Por supuesto, todas son positivas. Tal vez la gran diferencia sea la manera de entender la figura del profeta, ya que la Iglesia considera a Jesucristo como el redentor único.

—Sin embargo, ahora el Islam aparece como una religión muy violenta.

—Sí, pero en su origen no es así. También es cierto que, sin justificar ningún atentado terrorista, nadie puede insultar a ninguna religión. Creo en la libertad de expresión pero esta no es absoluta y no puedes ir metiéndote con todo el mundo.

—Cambiando de tema, usted es jesuita. ¿Orgulloso de Francisco?

—Por supuesto. Lo está haciendo perfecto.

—¿Cuál es el secreto de la ‘franciscomanía’?

—(risas). Ser uno mismo, hablar para que todos lo entiendan y sin andarse por las ramas. Ha conseguido desacralizar la figura del Papa.

—En definitiva, acercar la Iglesia a la gente.

—Sí. La iglesia se había alejado del pueblo y ahora Francisco transmite un mensaje de que la fe es humana, liberadora y creadora de alegría. Además, nos enseña con su ejemplo que hay que estar al lado de los que más sufren como hizo Jesús, y en este mundo, por desgracia hay mucho pobre al que ayudar.