Marià Serra, ayer en la actual sede del Institut d’estudis Eivissencs. | (c) Sergio G. Canizares

Parece imposible imaginarse un Institut d’Estudis Eivissencs sin la presencia de Marià Serra Planells como presidente. Sin embargo habrá que hacerlo. Después de dos décadas en el cargo, tras suceder en el mismo a Joan Marí Cardona, y más de cuatro como militante, este hombre «defensor a ultranza» de todo lo que tenga que ver con lo ibicenco renunció ayer por la noche a su cargo y dio a un paso atrás «para dejar paso a savia nueva». Sin embargo, no se va del todo, seguirá aportando toda su experiencia como miembro de la institución.

—Dice adiós después de 20 años. ¿No le da pena abandonar el cargo?

—Un poco sí, no le voy a engañar, pero creo ha llegado la hora de dar un paso al lado. Creo que es el momento de dejar que pase gente con ideas frescas y estoy seguro que Mariano Mayans hará un gran trabajo.

—¿Qué se lleva de todo este tiempo?

—La satisfacción del trabajo bien hecho o al menos haber intentado todo lo que estaba en nuestras manos. Tenga en cuenta que yo entré en el Institut d’Estudis Eivissencs en el año 1970 junto a un grupo de ibicencos que queríamos dar un impulso a nuestra cultura, nuestra historia, nuestra tradición y nuestra lengua. Y creo que en este tiempo se ha trabajado muy bien.

—En 1970 vivíamos los últimos coletazos de la dictadura. Me imagino que los inicios no debieron ser fáciles.

—Realmente no. Además cuando llegamos el IEE formaba parte del Ayuntamiento de Eivissa y nunca nos dejaron trabajar con tranquilidad. Afortunadamente, los entonces miembros del Institut, que había comenzado a funcionar en el año 1949 y por aquellos días estaba muy parado, colaboraron con nosotros y nos cedieron su fondo bibliográfico y sus archivos.

—¿Tanto influía el Ayuntamiento?

—Sí. Eran otros tiempos. Tenga en cuenta que nosotros éramos un movimiento cultural y todo lo que sonaba a cultura daba mucho miedo al régimen franquista. Nos consideraban hostiles y peligrosos y por eso querían a toda costa mantenernos dentro de su estructura para tenernos controlados. Y mientras, nosotros hacíamos todo lo posible para volar solos.

—¿Y como consiguieron liberarse?

—Bueno realmente nos independizamos a medias porque éramos conscientes de que los necesitábamos para subsistir ante la falta de fondos. Pero bueno, lo primero que hicimos fue crear unos estatutos, también con muchos problemas por no ser afines al régimen, y después comprar una sede que nos costó 60.000 de las antiguas pesetas. En aquellos primeros días nos ayudó mucho la Fundación Juan March, quien nos dio 3 millones para gastos.

—¿Se puede decir que eso les dio la vida?

—Prácticamente sí, porque además de poder poner el techo a la sede nos permitió trabajar con más tranquilidad y dar un impulso a las actividades que comenzábamos a poner en marcha como las fiestas de la Nit de Sant Joan, los premios, los cursos de cultura y de ibicenco para adultos o los ciclos de conferencias sobre historia, cultura o tradiciones.

—Me imagino que todo eso debió de sorprender a los ibicencos.

—Pienso que sí, porque tenga en cuenta que la sociedad de Eivissa había dado un salto tremendo, casi al vacío, de trabajar en el sector terciario al primario, es decir del campo al turismo. Y eso conllevaba que nadie se interesara por la cultura y las tradiciones y sí por ganar dinero rápidamente.

—¿Estaba en peligro entonces lo ibicenco?

—Hubo un tiempo que sí. Mi militancia en el Institut d’Estudis Eivissencs en aquella época era complementaria a mi trabajo como docente, labor que he desarrollado durante casi 50 años, pero siempre defendí la necesidad de crear un tejido social y cultural para defender lo nuestro aprovechando el proceso de la transición democrática y la apertura de miras. Sin embargo, ya le digo, no todo el mundo pensaba así y nuestras canciones, nuestro romancero, nuestros bailes e, incluso, nuestro idioma estaba en peligro de desaparecer.

—Incluso los expertos aseguran que no había ni gramática.

—Correcto. Nuestra gente era un pueblo analfabeto en ese sentido. Todos los payeses sabían hablar perfectamente en ibicenco pero nadie se había parado a dejar por escrito unas pequeñas reglas. Igual pasaba con la música o los relatos. Todo el mundo los conocía pero de oídas y prácticamente nadie los tenía registrados. Por eso conseguirlo supuso un gran esfuerzo.

—Afortunadamente lo rescataron.

—Sí, creo que lo realmente importante fue volver a poner en valor lo nuestro y que nadie renegara de lo suyo sino todo lo contrario, que nos empezáramos a sentir orgullosos de ser ibicencos. Creo que gracias a todo el trabajo, muchos jóvenes de la isla se encontraron con que su tierra era algo interesante y ya no había que esconderse. Sin embargo, también le he de decir que si lo conseguimos no fue por los apoyos de las de las instituciones. Es más, el viento nunca ha soplado a nuestro favor con ningún gobierno, sea de las siglas que sea.

—¿Eso quiere decir que no reciben muchas ayudas?

—Muy pocas, las justas para poder pagar a los profesores que imparten un curso de ibicenco o para pagar la fiesta de la Nit de Sant Joan, que aunque no se lo crea, pueden costar 6.000 euros.

—Entonces la crisis les haría mucho daño.

—Más de lo que se piensa. Somos una asociación sin ánimo de lucro y gracias a que siempre hemos tenido las cuentas muy controladas hemos conseguido seguir en pie. Nuestros socios sólo pagan cincuenta euros al año, en dos cuotas, y nosotros tenemos que hacer frente a la edición de la revista Eivissa, El Pitiús, los libros de los ganadores de nuestros premios y al pago del alquiler de la sede donde estamos ahora.

—Precisamente sobre eso le quería preguntar. ¿Cómo está el tema de su traslado?

—Pues seguimos a la espera. De momento el obispado nos concedió una prorroga hasta que podamos completar nuestro traslado a la escuela de adultos. Lo que pasa es que ahora eso está parado porque todos sus profesores y alumnos se tienen que mudar a su vez a Sa Bodega y eso no es fácil debido a la gran cantidad de material que tenemos unos y otros.

—¿Y eso no podría haberse hecho en septiembre antes de que empezara el curso?

—Hubiera sido lo suyo pero tampoco vemos mucha voluntad por parte de la Conselleria d’Educació del Govern. Está todo muy parado.

—¿Y ahora que vienen elecciones?

—Podría ser. Los político para ganar votos regalan bunyols, arreglan carreteras o invierten en algo, pero creo que una vez más lo educativo y cultural se quedará en un segundo plano. De todos modos no se pueden hacer las cosas con prisa, es necesario una buena coordinación entre unos y otros.

—¿Entonces?

—Los más optimistas dicen que el traslado de la escuela de adultos podría hacerse en Semana Santa pero yo no me lo creo.

—Realmente, parece difícil de entender la situación que vive una institución como el IEE que es un referente en la defensa de la cultura ibicenca.

—Pues créaselo. Nunca hemos tenido un gobierno a nuestro favor, si caso alguna persona en concreto, pero nada más. Incluso creo que se han aprovechado de nuestro trabajo para apuntarse tantos.

—¿Por qué?

—Muy sencillo, porque los políticos consideran que la democracia únicamente consiste en votar cada cuatro años y por eso, sólo se interesan por el ciudadano cuando va a haber elecciones. Nunca piensan en el día a día. Y eso sigue igual en nuestros días. Nada ha cambiado con el tiempo.

—¿Y ahora cómo está la situación?

—Prácticamente igual. Es verdad que recibimos alguna subvención para pagar las actividades que hacemos pero realmente estamos bastante abandonados. Y eso es porque, aunque hayan cambiado los tiempos, todos los políticos temen todo lo que tenga que ver con cultura. La cultura, es el gran enemigo de muchos gobiernos.

—Y ustedes si algo destacan es por la difusión de la cultura.

—Sí, pero no sólo la de Eivissa sino la de todo el mundo. Ya lo dicen nuestros estatutos, nuestro fin fundacional es dar prioridad al mundo cultural a nivel global. Soy un firme defensor de todo lo relacionado con Eivissa y siempre lucharé porque no se pierdan nuestras tradiciones ni nuestra lengua pero tampoco hay que estar ciego para darse cuenta que en este mundo actual no podemos ir por libre. Formamos parte de una sociedad donde todo está interrelacionado, para bien o para mal.

—Pero desde el primer momento apostaron por el ibicenco.

—Por supuesto y así seguirá siendo mientras exista el Institut d’Estudis Eivissencs. Una lengua es una fuente de cultura y por eso hay que mantenerla y cuidarla. Desgraciadamente el ibicenco es de las lenguas minoritarias que han sido tiranizadas por otras de profundidad más amplia, como el español o el inglés, lenguas que se han convertido en universales por motivos económicos o simplemente políticos. Por eso nuestro esfuerzo por mantenerlo con vida nunca ha de desfallecer.

—Pero también ha de entender que en la isla hay muchas personas que no han nacido aquí y que su primera lengua es el castellano.

—Por supuesto, la mayoría son los descendientes de inmigrantes que vinieron de la Península, fundamentalmente de Andalucía o Castilla buscando un futuro mejor al amparo del turismo y la construcción. La mayoría de ellos jamás hicieron nada por intentar integrarse en las tradiciones ni la cultura ibicenca, pero es entendible porque bastante tenían con trabajar muchas horas para ganar el dinero justo para mantener a su familia.

—Ahora esa falta de integración pasa también por los que vienen con la mente puesta en ganar dinero en discotecas o beach clubs.

—Exactamente. Lo que sucede es que los que vivían antes de la construcción ahora vienen a vivir consiguiendo dinero del sector del lujo. Son los que pasan la temporada estival y luego se van, sin reparar siquiera que Eivissa arrastra una historia y una cultura que no empieza con la llegada de los hippies ni por supuesto de los djs. A toda esta gente no le importa nada lo nuestro. Es más, estoy seguro que ni siquiera saben que existe el Institut d’Estudis Eivissencs.

—¿No tiene la sensación de que eso sucede también entre nuestros jóvenes?

—Puede ser, pero hay que ser consciente de que la sociedad ha cambiado mucho y es muy diferente a la de hace treinta, veinte e, incluso diez o cinco años. Personalmente creo que los jovenes de hoy en día están muy dispersos, y puede que los de Eivissa incluso algo más, ya que dedican buena parte de sus intereses a comenzar a trabajar lo más pronto posible para ganar dinero del turismo. Con ello, creo que hemos creado una sociedad de servidores para los que vienen de fuera y eso no es nada bueno. Los valores y los estudios tienen que estar por encima de eso pero también soy consciente que esto aquí no es fácil, contodo lo que ofrece Eivissa al alcance de la mano.

—¿Y cuáles son sus planes para que esto mejore y los jóvenes de la isla se preocupen por lo nuestro?

—Es complicado puesto que la sociedad pitiusa es muy poco homogénea. Está formado por muchas personas de fuera, tanto de la Península como extranjeros, que no saben nada de lo que les rodea y eso no juega a nuestro favor. Y es que todo parte de la base, de la familia, si no son los padres los que transmiten esa pasión por lo suyo entonces no tendremos mucho que hacer. Son ellos el principio de todo.

—¿Lo mismo pasa con el ibicenco?

—Por supuesto. Tenemos que seguir impulsando nuestra lengua en nuestras escuelas, pero no con ánimos expansionistas sino para que siga viva. Y es que si una lengua se vuelve no necesaria acaba desapareciendo. Afortunadamente con el tiempo hemos conseguido grandes avances a pesar de que ahora el gobierno de José Ramón Bauzá se empeña en hacernos retroceder a los tiempos de la dictadura, donde estaba mal visto hablar en ibicenco. Creo que no hay nada más absurdo que intentar acabar con una lengua y una cultura por la fuerza porque al final se consigue lo que ha pasado en Catalunya, un efecto de secesión.

—¿Cree que en Eivissa se podría dar algo parecido?

—No creo. Aquí somos muy diferentes, pero si es cierto que creo que no se han hecho las cosas bien y por eso la gente se ha levantado. Lo único que creo es que se podía haber tratado el tema con más delicadeza porque jugar con sentimientos nunca es bueno.