La convivencia entre vecinos es a menudo complicada, por mucho que se comparta espacio con unos moradores intachables.

Hace unas tres décadas, cuando se hizo público que Can Fita albergaría el edificio de la Prisión de Eivissa, nadie quería que el centro penitenciario se instalara en el barrio.

En esa época, no se atendieron las demandas de los residentes y el penal es hace lustros una realidad que casi da cierta identidad al barrio.

Con la perspectiva que otorgan los años, muchos de ellos manifiestan que la cárcel «es un buen vecino, más tranquilo y controlado de lo que sería un hotel o una discoteca», comenta el presidente de la Asociación de Vecinos de Can Fita, Vicente Ribas.

Sin embargo -siempre hay un pero- Ribas denuncia que muchas veces los funcionarios del centro penitenciario no respetan algunas cuestiones de convivencia: «A veces conducen en dirección prohibida y también tenemos ciertos conflictos a la hora de maniobrar en las inmediaciones de la prisión», señala.

Otro asunto que destaca Ribas es que el barrio todavía paga la caótica urbanización de hace décadas, con calles estrechas, aceras pequeñas, inexistentes o que desaparecen en algunos tramos.

Otra cuestión que indigna a Ribas es la ‘algarabía’ por la construcción del Centro Social de Sa Carroca-Can Fita: «Las instalaciones estarán bien, claro, pero no es lo que queríamos la gente de Can Fita», asegura.

«Nosotros utilizábamos un solar que su legítimo propietario reclamó, como es normal, y ahora con el nuevo centro tendremos que celebrar nuestras fiestas en el barrio de al lado», afirma con cierta acidez e ironía.