La aglomeración de desechos dibuja un decorado desolador en distintas zonas de la Marina, como la calle de la Cruz, el Mercat Vell y la plaza de Sant Elm.

La basura trae de cabeza a varios comercios de la Marina, especialmente a los de la plaza de Sant Elm.

Vender en una zona que «parece un estercolero», como apuntaron Mercedes Castaño, de Sweet, y Siona Camacho, propietaria de Loyen Ibiza, es, por momentos, una misión imposible.

La basura se acumula con asiduidad y no hay turista que se acerque a unas tiendas que, en algunas perspectivas, llegan a perderse de vista por culpa de un paisaje denigrante e impropio del casco antiguo de cualquier ciudad.

La gran cantidad de desperdicios generados, los horarios de recogida, la ubicación de los contenedores, algunos de los cuales están rotos y no se abren, y la actitud incivil de aquellos que no sólo incumplen el tramo horario para depositar los desechos, sino que, además, los vuelcan en el container equivocado o en el mismo suelo hacen de la Marina «un vertedero», como señala Ana Pujol, propietaria de Sweet.

Esta comerciante lanza un par de preguntas al aire: «¿Cómo compras una flor en el Mercat Vell cuando delante sólo hay basura? ¿Qué impresión te llevas de la isla cuando las calles del casco antiguo son vertederos?».

La aglomeración de desechos dibuja un decorado desolador en distintas zonas como la calle de la Cruz, el Mercat Vell y la plaza de Sant Elm.

Justo delante de la iglesia que lleva este último nombre, se encuentra colocada una de las cajas, cuyo material merece un aparte, para depositar basura.

«Encima la ponen ahí, cuando para mí la iglesia es sagrada», indicó Estanislao Padial, dueño del comercio Código. «¿Qué satisfacción tienen los padres cuando llevan a sus niños a catequesis o salen de una comunión y se encuentran la plaza llena de basura?», cuestiona Pujol.

Recogida y limpieza

El servicio de recogida y de limpieza no satisface nada a los comerciantes. «Llevo años aquí sufriendo esto, barriendo y fregando sin que nadie me pague. Yo estoy en contra de todo esto», señala Carmen Cano, del restaurante Sant Elm.

Más crítica se mostró Mercedes Castaño: «Por la mañana, después de los manguerazos que dan, tenemos que coger los cepillos porque el agua se queda encharcada delante de la tienda con un abominable olor a pescado. La tiramos por el sumidero y, luego, fregamos para que no huela mal. Esto parece un estercolero». Su hija, la dirigente de Sweet, también lamenta que «los contenedores no se limpian». «En Cataluña pasa un camión que lo hace, no como aquí, que no se ha hecho en tres años», agrega Ana, que, además, se queja de que «no sabemos para qué reciclamos porque el mismo camión mezcla el contenido de varios contenedores de distinto tipo».

Menos ventas

Esta lamentable situación afecta, lógicamente, a la caja de las tiendas. «Esto me perjudica muchísimo porque el turista se cree que esto es un estercolero en vez de una plaza en la que tenemos un negocio por el que pagamos alquileres muy altos, tasas de basura y por ocupar la vía pública, que no son bajas tampoco», explica Siona.

«Y esta vía pública está llena de basura que tiran los comerciantes. No les vas a decir nada, porque si no, dónde la van a tirar. Nosotros también la tiramos, pero, claro, hay unos horarios y aquí pasan a recoger los desechos una vez al día, y otros, dos. Lo hacen con camiones muy pequeños en los que no cabe la totalidad de la basura, así que esto sigue igual», añade la propietaria de Loyen Ibiza.

En una línea similar se pronuncia Padial: «Nos perjudica gravemente porque no hay ni diez metros entre la tienda y los desechos». Charlotte Mesana, dueña del negocio Holala en el Mercat Vell, también lamenta el estado de la zona: «Siempre está todo muy desordenado, con las cajas en medio. A veces, la gente ni se ve. Está todo lleno sólo de cajas y basura».

Varios han sido los intentos por poner fin a esta estampa, todos sin éxito. «El año pasado llamamos al ayuntamiento para decirles que no se podía dejar esto aquí, pero no nos hicieron caso», dice Charlotte.

«Hemos enviado escritos y hemos hecho fotos, pero aquí los políticos han venido a darse un paseíto y nada más», critica Siona. Por su parte, el dueño de Código subraya que «llevo nueve años aquí y siempre con la misma polémica».

«Cada vez que llamamos al inspector de la basura se basa en sus cosas y dice que los camiones pasan. Es su palabra contra la nuestra», lamenta.

Estos y otros afectados ya no saben qué hacer. La desesperación es total. Y es que, por culpa de esta denigrante imagen que producen las montañas de basura en pleno casco histórico, aquí no hay quien venda.