Contemplar el alba en Platja d’en Bossa resulta en cualquier caso una experiencia singular. Ya sea saliendo de uno de sus principales templos de música electrónica o haciendo ‘footing’ a orillas del Mediterráneo, ver amanecer en uno de los principales destinos turísticos de la isla deja a uno de todo menos indiferente.

La madrugada avanza en la calle de la Murtra y la carretera de Platja d’en Bossa a su paso por el municipio de Sant Josep. Centenares de ‘clubbers’ agotan sus últimas copas en las terrazas y pubs de la zona antes de retomar el pulso de sus piernas, hombros y caderas en la pista de baile del reconocidísimo Space Beach Club, una de las salas de ocio con más caché del planeta. Para algunos será el tercer o cuarto asalto en la agitada noche ibicenca. El combate pudo arrancar a media tarde en Bora Bora y proseguir hasta medianoche en Ushuaïa Ibiza al ritmo de los ‘deejays’ y productores más afamados del mundo.

En una noche de agosto la concentración de jóvenes en la playa y las calles de Platja d’en Bossa es tan elevada como el volumen de negocio que generan para el sector servicios. Y directamente proporcional al cabreo de buena parte de los vecinos y residentes de la zona. En apenas un kilómetro de extensión se agolpan en torno al turismo restaurantes, supermercados, terrazas, clubes y establecimientos de comida rápida. Todo para mantener viva la energía de miles de jóvenes llegados de medio mundo, sedientos del elixir que buscan y encuentran en Eivissa.

Embriagados por la obscenidad y la electrizante banda sonora de la isla –ese pegadizo ‘tech-house’ que a más de un oriundo le reverbera en las sienes como una taladradora- miles de veinteañeros prosiguen la juerga en busca del ‘bajón’ que les sitúe de bruces en tierra firme.

Son las 6.30 de la mañana en Platja d’en Bossa. Una hilera incesante de jóvenes con cuerpo de ‘J’ marcha en pos de un bocado que alivie su voracidad. Otros muchos hacen tiempo para bajar la ‘caraja’ mientras filosofan con amigos o aprovechan para meter ‘fichas’ al grupito de enfrente. Da igual el idioma porque a ciertas horas y en según qué estado algunos son auténticos filólogos en lenguas ajenas. Tampoco faltan trabajadoras del sexo, que aguardan pacientes su oportunidad con mayor o menor discreción. Y algún que otro carterista pues, según comentan testigos, hay un par de bandas acechando este verano por la playa el mínimo despiste para hacerse con bolsos, móviles y enseres personales. La policía está tras su pista, pero sorprende no ver ningún vehículo policial ni agente de seguridad durante todo el reportaje, realizado durante esta semana.

Cuando comienza a despuntar el alba una larga fila de taxis espera su turno en el parking de la conocida discoteca de Pepe Roselló. También se presta completo el autobús que conecta Platja d’en Bossa con Sant Antoni y cuya primera parada está situada en el Sport Center, junto al Ushuaïa Tower.

Son ya las 7.30 y una marabunta satisfecha con los ritmos impuestos por Carl Cox comienza su éxodo. Algunos todavía tienen una bala en la recámara. En un local situado a escasos metros comienza un ‘after’, anuncian felices varios tiqueteros, y el ambiente se anima mientras el sol escala por el costado de Dalt Vila.

Basura y recogida

Para entonces, ya han pasado los primeros vehículos de limpieza viaria para refrescar la avenida, mientras un par de operarios se reparten por la zona la recogida manual de residuos.

Lo mismo sucede en el litoral. El rincón más caliente de Platja d’en Bossa despierta cubierto de bolsas de plástico, vasos, latas de refresco y botellas de alcohol a medio acabar. La mayoría de cubos, varias decenas, no han podido aguantar en pie el batallón. El paisaje es desolador. Un fuerte olor a lejía mezclado con orines impregna el ambiente, una sensación que contrasta con la frescura que desprenden varios vecinos que pasean por la orilla mientras maldicen los excesos de la fiesta ibicenca a su paso por el improvisado vertedero. Allí mismo yacen jóvenes agotados por la parranda mientras otros tratan de intimar ocultos a miradas indiscretas. No pasan de unos cuantos arrumacos.

Al fondo se observa a un operario municipal de la limpieza de playas. Los transeúntes sobrios respiran aliviados. El amable empleado de Sant Josep no tiene reparos en detallar su faena diaria. Y lo primero que hace es advertir de que la basura que se observa no es nada comparable a la que se acumula de jueves a lunes o en semanas atrás. “¿Tu has visto una cuba de champiñones? Pues igualito. Ves aquello y dices, ‘madre mía’. Pero bueno, me pagan para esto. Valor, al toro y para adelante”, confiesa con carácter y una pizca de humor.

Junto a él, otros dos trabajadores de la concesionaria peinan la playa entre el hotel Garbi y la torre de sa Sal Rossa. Comienzan a las 5 de la mañana y finalizan pasado el mediodía, aunque a eso de las 10 nuestro interlocutor reconoce que ya tienen el litoral niquelado. Además, un par de veces por semana sacude la arena la máquina cribadora, lo que ayuda a mantener durante parte del día la playa en perfecto estado de revista. “Hasta las 5 o 6 de la tarde, que está otra vez sucia. Este año ha habido el doble de basura porque yo creo que ha venido más gente. Cubos de basura hay, pero no se molestan en recogerlo y en sus países sí que lo hacen”, apunta el operario, que prosigue entreteniendo su faena con cuidado de no alterar el amanecer de los adeptos a este atípico escenario que los más ácidos comparan con The Walking Dead.

Mientras Eivissa duerme la vida se abre paso en uno de los centros neurálgicos de la noche ibicenca. Un núcleo urbano dedicado casi exclusivamente al turismo de ‘borrachera’ que en poco más de un mes echará el cierre, convirtiendo a Platja d’en Bossa en una ciudad fantasma.

Con el ocaso del verano llega también la hora de despedir a miles de turistas llegados de todos los rincones del mundo y que, en gran medida, sólo buscan su máximo disfrute desoyendo normas elementales de convivencia.

Los residentes, según varios testimonios, han experimentado este verano una ligera mejoría en materia de ruidos y horarios, pero el ‘secuestro’ de las playas por parte de establecimientos y concesionarias, junto a la basura acumulada, siguen siendo problemas carentes de solución. Es Platja d’en Bossa –o ‘embosa’, como algunos le llaman-, una jungla de fieras a las que nadie consigue domar.