Varias excavadoras acumulan la sal extraída en los estanques de las Salinas para depositarlas en los camiones.

Las fuertes lluvias caídas sobre Eivissa en días puntuales de agosto, septiembre y octubre no han sido razón suficiente para acabar con el tesoro blanco de Eivissa. Salinera Española SA, la empresa que lleva más de 120 años explotando este producto estratégico de la isla, se encuentra en el ecuador del proceso de extracción de su producto estrella, un mineral esencial cuyo mercado de exportación principal se encuentra desde hace casi un siglo en las Islas Feroe y los países nórdicos, donde se emplea para el consumo humano y la salazón del bacalao.

La industria que dirige José María Fernández prevé producir hasta noviembre, mes en el que finaliza la campaña de extracción, unas 44.000 toneladas, muy lejos de las 73.000 extraídas el año pasado. El objetivo de la empresa para esta temporada se fijaba en las 50.000 toneladas de producto, la media anual, pero las lluvias han provocado pérdidas que rondan las 6.000 toneladas de sal.

Según explica el apoderado de Salinera Española en Eivissa, Juan Ribas, las fuertes precipitaciones han dañado a los cristalizadores de los estanques, que ya estaban secos. A partir de la evaporación del agua de mar por la acción del sol y del viento, la sal se condensa y cristaliza en la superficie de los cristalizadores, donde por un proceso de recolección controlado, se corta y recoge la sal marina para ser transportada a la montaña o gravera.

Con la gota fría, el proceso se ve alterado y la producción se resiente, aunque Juan Ribas considera que la producción acabará siendo «buena» gracias a que las altas temperaturas de octubre pueden ayudar a aumentar el grosor de la capa cristalizada de sal, que suele promediar los 12 o 13 centímetros.

Salinera Española cuenta con 15 empleados en Eivissa, de los que 9nuevese dedican a la extracción de sal. Su jornada comienza a las 08.00 de la mañana y finaliza a las 17.00 de la tarde. Durante esas horas, el Parque Natural de las Salinas simula ser un puerto nevado en el que parecen trabajar máquinas quitanieve. Es el singular efecto que producen estos maravillosos estanques que comenzara a labrar el empresario Manuel Salas Palmer en noviembre de 1878.

Innovación

Como cuenta Juan Ribas, las máquinas han ido sustituyendo a la mano de obra humana y la empresa ha reducido personal al no cubrir las bajas por jubilación –a principios del siglo XX la empresa llegó a dar trabajo a 1.000 personas antes de que apareciera el turismo–.

En cuanto al método de extracción, la empresa empleaba camiones hace años, hasta la implantación de palas cargadoras en 2013, lo que supuso «una innovación» en el sector. «Antes se sacaba la sal con un tractor que llevaba una cinta de ángulos que se ponía encima del piso de cavado del cristalizador y se apilaba encima de remolques. Luego se pasó a la pila de camiones, para aguantar las 20 toneladas del camión con la sal, y luego a las palas cargadoras», explica el apoderado de la compañía, quien reitera que «se ha ido mejorando la maquinaria y eso conlleva emplear a menos operarios».

La máquina principal en la recolección de sal es el rotovator, un artilugio con un extremo en forma de estrella con entre 6 y 8 puntas que sirve para separar la sal de los barros que quedan en las capas más bajas, para así conseguir que la calidad del producto sea la óptima.

A diferencia de otras salineras, la de Eivissa «es una sal muy limpia, cristalina, que no necesita lavarse, es decir, no necesita pasar por procesos industriales de refinamiento», explicó en un reportaje anterior su presidente, José María Fernández, quien apuntó que esta pureza «hace que tenga sustancias naturales como el magnesio, el potasio o el yodo que la hacen idónea para la salazón de bacalao, su principal uso».