Marcos Chércoles (Barcelona, 1986) lleva tres años como coordinador del servicio de salvamento del municipio de Vila en la empresa Pro-Activa Serveis Aquàtics. En septiembre decidió aceptar la propuesta de trasladarse quince días a la isla de Lesbos para ayudar a los refugiados sirios que cruzan hasta Europa. Explica que cada día llegan alrededor de 30 embarcaciones «en condiciones lamentables» con 50 personas cada una. Dice que se lleva la mirada de la gente y sus gestos de agradecimiento . Tras su vuelta, hace una semana, fue recibido en el aeropuerto de Eivissa como un héroe por sus compañeros.

— ¿Cómo surgió la iniciativa de ir a ayudar a la isla de Lesbos?
— La iniciativa nace de nuestro director de la empresa, Óscar Camps, tras ver las imágenes que transmitían los medios, sobre todo,la del niño sirio Aylan que apareció ahogado en las costas de Turquía y que ha dado la vuelta al mundo. Vio que no se podía quedar de brazos cruzados y puso 15.000 euros de su propio bolsillo para ir allí a ver que se podía hacer. Se fue con un compañero a hacer un trabajo de campo, pero la primera mañana que llegaron ya tuvieron que saltar al agua unas cuantas veces. A raíz de esto, decidió crear una comitiva de socorristas, yo uno de ellos, para ir a Lesbos, donde llegan el 50% de los refugiados sirios que huyen de la guerra. Llegamos allí con los medios propios de los socorristas, un neopreno, tubos de rescate, unas aletas y empezamos a trabajar. Viendo el gran coste económico que suponía estar allí se decidió crear una ONG (Pro Activa Open Arms), para conseguir recursos materiales y económicos porque creemos que el trabajo que hacemos es muy necesario, ya que no hay otra organización que haga nuestro trabajo.

— ¿Con qué afluencia llegan las embarcaciones?
— Cada día llegan unas 30 embarcaciones con 50 personas cada una en condiciones lamentables. Son más de mil refugiados cada día. Van con chalecos falsos, con motores de marcas blancas que fallan y muchos acaban a la deriva arrastrados por la corriente. Cuando están a dos o tres kilómetros de la costa, ante el pánico, tienden a saltar al agua. Es un grave error porque no están preparados para nadar. Piensan que van a llegar, pero se tiran con ropa, con tejanos, con abrigos y lo que hacen es hundirse y más con los chalecos que llevan, que se llenan de agua. Intentamos estar para eso, para poder saltar al agua y traer a gente. En 15 días que hemos estado, cada día hemos tenido que hacer rescates o ir a por barcos a la deriva. Las mujeres llevan a sus bebés atados con cinta aislante en la barriga. No lo hacen con mala intención, pero si caen, el primero en ahogarse es el bebé.
Ahora se están enviando dos motos de agua y una embarcación para Lesbos, que nos facilitará bastante el trabajo.

— Hasta ahora, ¿no contaban con medios de transporte?
— No, lo que hemos hecho es coger un bote de refugiados de los que llegan y aprovecharlo para ir a socorrer a otros, pero no estamos hablando de un bote fiable. No es un bote con autorización ni permiso para navegar por aguas internacionales, pero lo usamos para sacar a gente del agua que se está ahogando. Puede haber muchas leyes, pero, al final, cuando ves que se está ahogando una persona, lo que queda es la ética y la conciencia de cada uno.

— En su caso, ¿se ofreció voluntario para ir cuando le propusieron esta posibilidad?
— Sí, evidentemente. Me dijeron que buscaban un equipo y me preguntaron si iría a Lesbos a ayudar y dije que sin ninguna duda. Hemos ido cuatro socorristas con más de diez años de experiencia cada uno. Se está mirando mucho el perfil de socorrista que se envía. Primero fueron dos, después cuatro y han relevado cuatro más. Como hemos conseguido financiación, la idea es tener seis personas allí con las embarcaciones que vamos a enviar. Nuestro objetivo es estar el máximo de tiempo posible porque la climatología está cambiando. Hace más frío, hay más viento y más oleaje, por lo que pone en más riesgo a la gente. Cada vez somos más necesarios allí.

— Después de la experiencia, ¿volvería?
— Sí, sin ninguna duda. Y no porque lo pase bien, sino todo lo contrario. Pero, por mi profesión, por mi situación en el trabajo se me ha dado la oportunidad y creo que por toda la gente que está confiando en nosotros siento el deber de ir. Como europeos tenemos la responsabilidad de parar esta oleada de muertes. No podemos quedarnos de brazos cruzados cuando
se está ahogando gente.

— ¿Cómo actúan cuando ven que van llegando embarcaciones y solo son un equipo de cuatro personas? ¿Cuál es vuestro modus operandi?
— Lo primero que hemos hecho es hacer un estudio de la litología y establecer en un mapa cuáles son los puntos de llegada que nos pueden generar más conflicto. No es lo mismo que un bote llegue a una playa que a una zona de acantilados, en la cual no van a poder bajar. La mafia en el otro lado empieza a llevar el barco y a los 100 metros salta y lo recoge una moto de agua. Entonces se queda un refugiado llevando la embarcación de siete metros de eslora y muy estrecha con 50 personas a bordo, muy difícil de maniobrar. ¿Cómo les dices que hagan una aproximación segura o lleguen a la playa? Si alguno se cae, el patrón tampoco va a saber dar la vuelta para recogerlo. Es un poco la ley pirata, quien se cae se queda atrás.
Se daban dos casos. Que las barcas quedaran a la deriva o que llegaran con motor, que eran las más fáciles.

— ¿Cómo actuaban en cada caso?
— Cuando las veíamos llegar, saltábamos al agua y nos subíamos al bote para conducirlas a un lugar seguro o bordeábamos la barca por los lados pidiendo calma. Aprendimos palabras en árabe con la intención de transmitir tranquilidad, darles la bienvenida y evitar que saltaran al agua y que no pincharan la barca, porque es la orden que reciben. En condiciones de oleaje, intentábamos que la barca llegara recta, que no se pusiera de través, porque con una manga tan pequeña lo que hace es volcar con el impacto de la ola. Si vuelca es un problema porque la gente se queda abajo. Intentábamos aguantar el bote de las sacudidas de las olas, pero con 50 personas, más el bote, son unos cuatro mil kilos de masa que nos empuja con la fuerza de las olas. Eso no lo para nadie. Otros se quedan a la deriva, porque han perdido el motor o porque se ha estropeado. Si vemos que la corriente los lleva a una zona donde el desembarque es difícil, salimos con otro bote para remolcarlos. Si están a 100 o 200 metros, que podemos ir nadando, nos tiramos con las aletas y nos subimos con ellos.

— ¿Cuáles son las principales dificultades o riesgos que se encuentran ante un rescate?
— Hay que ir con mucho cuidado cuando nos acercamos con otra embarcación. Somos nosotros los que tenemos que saltar y hablar con ellos para mantener la calma, porque acercarte con una embarcación a la suya, cuando llevan cuatro horas a la deriva, lo más probable es que te salten a tu barco. También nos hemos encontrado que la gente, por miedo a que los repatrien, pinchan la barca y la gente cae al agua, lo que dificulta el rescate.

— ¿Qué es lo que más le ha impactado de esta experiencia?
— Lo que más me ha impactado son las condiciones en que llegan los miles de refugiados cada día. El sacar del agua a niños y cestos de bebés, el agradecimiento que tiene la gente cuando los ayudas, cuando los subes a la barca o los sacas del agua. Te miran con unos ojos de agradecimiento que te parte. Si bien es muy duro, eso te anima a seguir y da sentido al trabajo que estás haciendo.
Me ha sorprendido también la cantidad de gente que hay allí dispuesta a ayudar, hay voluntarios de todo tipo, desde médicos, a gente que da ropa o realiza transportes. Es gente que ha decidido gastar sus vacaciones para irse allí, alquilan una furgoneta y hacen transporte de refugiados hacia el campo para evitarles que caminen 20 minutos.
Me ha sorprendido ver el caos que se genera cuando llega un bote. A medida que pasan los días te vas haciendo un escudo contra las cosas que ves, porque si bajas a un niño que está llorando no puedes pararte a escuchar su historia o mirarle a los ojos porque te conmueve. Una vez que lo has bajado, tenemos que levantar la cabeza e ir a por otro bote porque si empatizas, si te lo llevas al terreno personal no puedes realizar tu trabajo.

— ¿Hay algún caso de alguna personas con la que haya tenido un mayor contacto o que se lleve su recuerdo?
— Sí, llegó un señor que tendría unos 85 o 90 años, con las piernas dormidas. Huía de Siria y llevaba 25 días cruzando países para llegar a Europa. Nos contó que había perdido hijos en la guerra, pero que otros le acompañaban. Nos costó sacarlo pero una vez que lo teníamos, el hombre lloraba, nos cogía la mano y nos la besaba, nos daba las gracias con unos gestos que son universales. También me llevo el recuerdo de las miradas de las madres cuando en situaciones en que la embarcación estaba en peligro, te entregaban a sus bebés para que los saques de allí sin preguntarte dónde los ibas a llevar, solo querían salvarlos. Podías estar fuera de la barca con el agua al cuello, pero te miraban y te entregaban a su bebé. No te preguntaban ni quién eras ni qué ibas a hacer. Estar allí es una cura de humildad, aunque suene a tópico. Te das cuenta de que lo realmente importante en la vida es la vida de las personas.

— ¿Cuál es la reacción de los refugiados cuando tocan tierra? ¿En qué estado llegan?
— Había de todo. Había gente que perdía el conocimiento o que llegaban con un estado de salud muy deplorable, pero el sentimiento general cuando desembarcaban en buenas condiciones, era de alegría, se abrazaban, se ponían a llorar... estaban seguros. Es gente que encuentra las puertas a una nueva vida, buscan una Europa que les abrace.

— ¿En algunos momentos dudaban de si ir al rescate porque ponían su vida en peligro?
— Sí, antes de ir a un rescate lo primero que tienes que hacer es analizar la situación para ser conscientes de las limitaciones personales y circunstanciales. Se generan situaciones de tensión y de estrés. Hubo un día que nos alertaron que había caído gente al agua a dos kilómetros. Esta distancia la haces en unos 20 minutos en buenas condiciones, pero una vez que llegas allí... ¿a quién coges? Además, la vuelta remolcando a una persona pueden ser 50 minutos, por tanto no es la decisión más acertada ir a por ellos. La solución que encontramos fue que vimos que llegaba otro bote a dos kilómetros, les ayudamos a hacer el desembarco en la playa pidiendo que no rompieran el bote porque lo necesitamos. Lo cogimos y pudimos rescatar a la gente.

— ¿Al final es un trabajo que recompensa?
— El otro día, por ejemplo, mis compañeros vivieron una experiencia dura, pero bonita. Si bien el mar se está cobrando vidas, vemos que también las está dando. Nació un bebé a pie de orilla y es europeo, es griego. Los compañeros con los pocos medios que tenían le hicieron un nudo al cordón umbilical con una cuerda de un bañador. Son momentos que valen la pena, aunque también pasas por estados de ánimo muy variables. He estado 15 días y parece que he estado seis meses. Es la sensación de cuando vives cosas muy intensas.

— ¿Están pendientes día y noche de la llegada de embarcaciones?
— Más o menos tienen un horario, si llega una, vienen diez detrás. Por la noche, como no hay visibilidad, no puedes vigilar. Hacemos luces y nos ponemos a escuchar los gritos y el ruido de los motores, pero cuando vemos que el flujo de gente para, nos vamos a descansar. A veces nos hemos levantado a las siete de la mañana y hemos tenido que desayunar en tres veces porque no paran de llegar botes.

— ¿Fallece gente cada día?
— Sobre todo en Turquía, en Lesbos te enteras de que cada día en algún punto de la isla fallece gente. Cada día muere alguien, otra cosa es que salga.

LA NOTA

“Los barcos continúan llegando y cada día sigue muriendo gente”

La empresa catalana Pro-Activa Serveis Aquàtics, gestionada por Óscar Camps, decidió trasladarse a la isla de Lesbos (Grecia) para ayudar en el rescate a los refugiados que llegan a la costa. Camps hizo una primera visita junto a un compañero en septiembre, y, a continuación, formó una comitiva de cuatro personas, entre las que se encontraba Marcos. A los quince días un nuevo equipo tomó el relevo. Aunque la iniciativa empezó con 15.000 euros, para poder seguir allí vieron que eran necesarios más recursos materiales y económicos, por lo que crearon la ONG Pro-Activa Open Arms, que cuenta con la web www.proactivaopenarms.org donde se pueden realizar donaciones y hacer seguimiento de esta misión a través de noticias, fotografías y vídeos. El objetivo es estar el máximo de tiempo posible y aumentar el personal del equipo cubriendo más islas. “En invierno las condiciones empeoran con más frío, más viento y más oleaje”, recuerda Marcos, que advierte que “los barcos siguen llegando y cada día sigue muriendo gente”.