‘Portmany’ en una fotografía de 1973 sentado en el Rastrillo.

Los que conocieron a Antoni Marí Ribas, más conocido como ‘Portmany’, dicen de él que fue voluntarioso y terco. Un hombre cuyo fuerte carácter fue, sin duda, fundamental para llegar a ser un ilustre dibujante.

Su historia se puede resumir como la de un pagès que se convirtió en artista. Nació en una casa de la calle Joan Román, en pleno corazón de Dalt Vila, en el seno de una familia humilde de labradores naturales de Sant Antoni de Portmany. Marí Ribas nunca olvidó sus raíces. No solo por el sobrenombre que adoptó sino por su constante mirada hacia las escenas cotidianas de la isla.

A los once años entró a trabajar de aprendiz en el taller del maestro decorador Antoni Palau ‘Añet’. Con él comenzó a pintar, a leer todo lo que caía en sus manos y también a coleccionar objetos de arte, muebles antiguos y vestidos y joyas de pagesa.

En 1921 conoce al pintor y fotógrafo Narcís Puget y un año después abandona el taller donde trabajaba para marcharse a Barcelona donde dejó atrás sus trabajos de pintor brocha gorda y empezó a formarse como artista.

Ya de vuelta a Eivissa, ‘Portmany’ consiguió ser un dibujante reconocido tras ganar diferentes premios y participar en numerosas exposiciones. Era ya entonces habitual verle en el Rastrillo, junto al Portal de ses Taules, donde se colocaba estratégicamente para observar desde lejos el bullicio del Mercat Vell. Desde esa pequeña atalaya, ataviado con un gorro o su inseparable boina, el artista pintaba sobre papel obras de pequeño formato que guardaba en una carpeta que siempre llevaba junto a él.

Desde este punto recibía la inspiración para retratar a las mujeres que hacían la compra cargadas con sus senallons o los hombres que se arremolinaban hablando en grupo.

A ‘Portmany’ también le gustaba ver pasar la vida en el puerto de Vila, donde, con apenas cuatro trazos del trozo de caña que utilizaba como pincel, retrataba el trabajo de los marineros y las personas que pasaban por delante de los veleros atracados.

La tinta china fue el medio de expresión para plasmar la vida popular en las calles. Una visión muy particular de la realidad que le rodeaba que dejó más de 10.000 dibujos durante sus 30 años de carrera artítistica. Hoy, la calle que lleva su nombre zigzaguea por el barrio de La Marina como los trazos de sus dibujos. Una calle ahora desierta pero que, dentro de unos meses, estará repleta de personas anónimas que volverán a llenar de vida esta ciudad que ‘Portmany’ tanto amaba.