La máquina excavadora avanza sin piedad y acaba con los últimos bloques de hormigón de la antigua escuela de Sa Graduada. A pocos metros de allí, Assum López, ex alumna del centro, toma un café en una terraza mientras observa entre lamentos uno de los escenarios de su infancia convertido en una montaña de escombros.

Esta abogada de profesión y pintora por vocación de 55 años estudió en el centro toda la educación básica, desde finales de la década de los 60 hasta principios de los 70. En una época en la que Vila solo tenía dos colegios: su escuela y la de la Consolación.

Assum solo tiene recuerdos buenos de aquellos tiempos y califica de «excepcional» la educación que recibió. Asegura que aprendió a leer en tan solo una semana y, a pesar de vivir en plena dictadura de Franco, recibió unas enseñanzas «muy avanzadas». «Nunca nos adoctrinaron políticamente», explica.

Su clase, de la que también formó parte la ex alcaldesa de Vila Virginia Marí, fue la primera en la que se mezclaron niños y niñas en la misma aula. Aún así, la diferencia entre ambos sexos seguía siendo evidente. En clase de labores, las niñas se quedaban haciendo punto de cruz y ganchillo mientras los niños jugaban mientras tanto en el patio.

A muchos de sus compañeros les ha perdido la pista. Por eso, propone que se celebre un encuentro entre todos los antiguos alumnos de Sa Graduada.

Al frente de esta clase, formada por unos 40 alumnos, estuvo Nieves Marí, una maestra que marcó su vida para siempre y que Assum considera «una referencia».

Assum visita frecuentemente a la que sigue llamando doña Nieves, como lo hacían todos los alumnos a sus maestras. Nos deja acompañarla y con ella acudimos a su domicilio.

Una maestra estimada

Nieves Marí nos recibe de pie, con una sonrisa y un físico envidiable a pesar de sus 87 años de edad. Su antigua alumna la define como una de las maestras más queridas de de la escuela. «Doña Nieves nos enseñó que lo importante no era llevar ropa buena sino limpia y a respetar a todo el mundo por igual y no discriminar a nadie por su apariencia», señala.

Nieves aprobó las oposiciones a maestra en Barcelona y empezó a trabajar en Sa Graduada en los años 60 donde impartió clases hasta su jubilación. Anteriormente, había sido interina en Sant Mateu y Jesús en unos años en que trasladarse de un lugar a otro de la isla no era fácil.

Su marido, Pep Riera, apostilla que, en su época como maestra de Sant Mateu, tenían que vivir separados durante la semana a pesar de que estaban ya casados y que Nieves iba cada día en una mobilette a la escuela de Jesús entre caminos sin asfaltar. Su antigua alumna remarca que doña Nieves fue «una adelantada a su época». Una «superwoman» que compaginó su profesión y su vocación con el cuidado de sus cinco hijos.

Nieves Marí llegó a ser directora de Sa Graduada. Cuando fue nombrada, sin embargo, se sorprendió porque no se lo esperaba. «Pensaba que iban a nombrar a otras maestras», señala argumentando que a ella le gustaba pasar desapercibida en la escuela.

La docente jubilada recuerda que sus alumnos en aquellos momentos eran más respetuosos que los de ahora. «Los niños eran más ruidosos que las niñas pero todos eran muy buenos», afirma.

Cuando empezó a dar clases en esta emblemática escuela de Vila, la ciudad tenía poco más de 10.000 habitantes. En ese momento, casi todos eran ibicencos, aunque a medida que iban pasando los años «leías la lista del alumnado y cada vez había más apellidos de fuera».

Con la llegada de personas inmigrantes a la isla, los colegios de Vila empezaron a padecer graves problemas de masificación desde finales de la década de los 70. Para resolverlos, el ayuntamiento aprobó la ampliación de Sa Graduada y la construcción de un nuevo edificio en el patio. Durante el curso 1983-84, el centro se trasladó provisionalmente al Instituto de Bachillerato de sa Blanca Dona y la escuela volvió a abrir el curso siguiente, cuando recuperó su nombre original.

La escuela del pasado

Hasta los años 80 las clases se impartían únicamente en castellano a pesar de que muchos de los alumnos eran gente de campo que solo hablaban ibicenco y tenían que aprender el otro idioma en la escuela. «Algunos incluso tenían que dejar las ovejas al cuidado de alguien para venir a clase», explica la maestra.

El año pasado, Nieves Marí recibió la Medalla d’Or de la ciutat d’Eivissa como maestra mayor de 80 años. Pero a pesar de su abultada experiencia, no se atreve a dar consejor a las nuevas generaciones de docentes. «Únicamente que tengan vocación», indica tímidamente.

Estos días en que sa Graduada se ha convertido en un solar lleno de escombros donde se construirán los futuros juzgados de Eivissa, doña Nieves no ha querido pasar delante de la antigua escuela. Prefiere quedarse con los buenos recuerdos, de los tiempos en que «corríamos por el pasillo y el suelo rebotaba al caminar».

Su ex alumna, que sí que ha sido testigo del derribo, explica que ahora siente como si le hubieran quitado un trozo de su infancia: «Como abogada sé que hacen falta unos nuevos juzgados pero no puedo evitar sentir una inmensa pena».

El edificio ya no existe pero sí la memoria de los que pasaron una parte muy importante de su vida entre estas paredes.

LA NOTA

Una escuela que cambió la enseñanza

La escuela de Sa Graduada, que cumpliría este año su 80 aniversario, cambió el modelo de enseñanza que hasta entonces estaba implantado en Eivissa.

En 1927, el ayuntamiento adquirió unos solares a s’Hort del Bisbe y cuatro años después, el presidente de la República Niceto Alcalá Zamora decretó la Orden Ministerial para aprobar su construcción con un presupuesto de 153.000 pesetas.

La falta de liquidez del consistorio para asumir los pagos retrasó las obras y no acabaron hasta 1936. Se inauguró como la Escuela Graduada de Eivissa, la primera de las Pitiüses que dividía el alumnado en grados configurando grupos homogéneos de 60 alumnos como máximo. El cambio fue importante, ya que hasta ese momento las escuelas públicas eran unitarias, con una sola aula compuesta por alumnos con diferentes edades y niveles de conocimiento.

Sa Graduada fue concebida como un centro moderno que contaba con aulas espaciosas y bien iluminadas, biblioteca o aula de trabajos manuales.

Durante la Guerra Civil, el ejército ocupó el edificio y lo destinó a tareas de intendencia hasta 1950 y, en esa época, la escuela solo pudo utilizar algunas aulas.

El centro recibió en la dictadura el nombre de Colegio Nacional de José Antonio y dejó de ser mixto. Los niños estaban en el primer piso y las niñas en el segundo.