Antoni Riquer i Arabí nació en el número 40 de la calle del Mar de Eivissa. Todo un presagio para un corsario que perteneció a una familia de larga tradición marinera que pasará a la historia como el ibicenco que lideró la
captura de la imponente embarcación inglesa Felicity emulando la leyenda de David y Goliat. La batalla del 1 de junio de 1806 ha pasado desde entonces de padres a hijos, aumentada por el hecho de que toda la tripulación era ibicenca. Ese día, poco después del amanecer, un bergantín inglés se avistó en Formentera, en aguas de la Mola. Riquer puso su barco a punto y, después de oír misa en la iglesia de Sant Elm, reunió a toda la tripulación y se embarcaron en el jabeque San Antonio y Santa Isabel, tras la embarcación inglesa.

Las diferencias entre ambas naves eran abismales: en el Felicity viajaban 75 hombres, cañones, obuses y tres cajas con todo tipo de armas, mientras que la embarcación ibicenca apenas reunía 58 hombres y un armamento mucho más modesto. Además, el primero estaba comandado por Miquel Novelli, un italiano de 27 años que tenía fama de ser un corsario valiente que atacaba siempre que podía sin medir las fuerzas del enemigo. Este currículum no amilanó a Antoni Riquer y los suyos, que comenzaron a perseguir a sus adversarios desde el puerto de Eivissa. El enfrentamiento se produjo a cinco leguas marinas de la isla de Formentera cuando el barco ibicenco consiguió acercarse al Felicity y fue recibido con descargas de artillería.

Sin embargo, los ibicencos empezaron a lanzar botellas de fuego que convirtieron la nave enemiga en un polvorín que acabó incendiándose y que obligó a rendirse a toda la tripulación enemiga. Una vez neutralizado el
peligro, Riquer y sus hombres asaltaron el Felicity y consiguieron que los ocupantes de la nave se rindieran aunque las bajas en ambos bandos fueron importantes: un total de 16 muertos, entre ellos el padre de Riquer.

Esta victoria le valió al corsario ibicenco el grado de alférez de fragata y una pensión mensual de diez escudos. A pesar de ello, Antoni Riquer nunca volvió a vivir una hazaña comparable a la que le hizo pasar a la historia.
La última información que se tiene de él data del año 1839 cuando comandaba el guardacostas Fénix, de 25 toneladas y 17 tripulantes, un barco con una categoría muy por debajo de los que había tenido a sus órdenes en el pasado. En 1840 se retiró definitivamente sin tener apenas propiedades ni fortuna, únicamente con el honor de ser el corsario más valeroso de la isla.

Un obelisco para homenajear a los corsarios ibicencos

El 2 de junio de 1905, 99 años después de la batalla, un joven Isidor Macabich propuso la conmemoración del centenario de la hazaña. Según señala Fanny Tur en el libro ‘Corsaris’, Antoni Riquer ya tenía una plaza con su nombre pero a Macabich le pareció poco porque pensaba que Eivissa debía mucho más a sus corsarios. Por este motivo, el Ayuntamiento, con Bartomeu de Roselló como alcalde, acordó crear una comisión que organizara toda una serie de actividades para recordar el episodio, entre las que se decidió construir un obelisco. El 1 de junio de 1906, justo el día en que se cumplían 100 años de la batalla, se colocaba la primera piedra del monumento, presupuestado en 9.000 pesetas, aunque las obras no empezarían hasta 1914. Finalmente, el 6 de agosto de 1915 se inauguraba, en presencia de las máximas autoridades de la isla, el monumento en homenaje a Riquer y a todos los corsarios ibicencos que durante siglos surcaron el Mediterráneo.