En mi largo caminar, buscando a Cristóbal Colón, recuerdo que me inicié en noviembre de 1962 en La Habana, Cuba, y de la mano de Salvador de Madariaga, cuando navegaba de Segundo Oficial en un buque sueco. Años después cayó en mis manos La tesis mallorquina de Cristóbal Colón, 1967, que cambió mi vida. Me estoy refiriendo al capítulo Los accidentes geográficos de las Baleares inspiraron a Colón nombres propios para las islas recién descubiertas. En él, el autor, J. Suau Alabern, se refiere al castillo de San Salvador de Felanitx (Mallorca), a Cala Saona, al Cap Martinet y la isla Margarita. Es muy cierto que Colón trasladó los citados topónimos al Mar Caribe, pero resulta que Sant Salvador era el patrón de la Cofradía de los Navegantes de Ibiza (Confraria dels barquers), que Saona se encuentra en Formentera, Margalida (nada de Margarita) en la costa Noroeste de Ibiza, y el cabo Martinet cerca de la entrada a la bahía de Ibiza. O sea, corrigiendo a Suau Alabern, digo que la toponimia usada por Colón en América no era de Baleares, sino de las Pitiusas, que no es lo mismo, y por ello reparé en que los topónimos tienen su importancia dentro de los enigmas que rodean a Colón.

Empecé a investigar y conseguí publicar un libro sobre la toponimia colombina. Y resulta que el Almirante usó 197 nombres de lugar para bautizar las nuevas tierras, de los cuales hay 114 que son nombres de santos, fiestas religiosas y otros coyunturales relacionados con la navegación. Otros 41 los encontramos en la Corona de Aragón y, para que conste, Colón no utilizó ningún nombre del Golfo de Génova.

También en Cataluña, algunos investigadores colombinos al ser entrevistados por los medios de comunicación afirman que Colón usaba nombres de lugar catalanes, pero ocultan que están en las costas de Ibiza y de Formentera.

Para terminar, afirmo que al trasladar numerosos nombres de las costas de Ibiza y de Formentera, Colón puso en evidencia que los mecanismos de identificación con su tierra son un vínculo cierto, que es un dato a tener en cuenta y que psicológicamente es defendible, como me dijeron en 1979 los catedráticos de Psiquiatría Ramón Sarró Burbano y Joan Obiols Vié, ambos de la Universidad Central de Barcelona.