Miguel Ángel Sánchez celebró la misa del pasado domingo en Sant Miquel, en el día de los mayores, en el que se despidió. | DANIEL ESPINOSA

Llegó a Ibiza en abril de 2006. Ya conocía la isla y dos situaciones condicionaron su llegada: que el anterior delegado episcopal, Miguel Ángel Riera, quisiera irse a Roma a estudiar y que el obispo de Ibiza, Vicente Juan Segura, ya le conociera al haber coincidido ambos durante la formación que recibieron en Roma.

Hoy, poco más de diez años después, se despide el párroco de Sant Miquel y delegado episcopal de Cáritas en Ibiza durante la última década. Una enfermedad obliga a Miguel Ángel Sánchez (Elche, 1949) a jubilarse antes de lo que hubiera previsto y lo hace con dos sentimientos claros en su interior: «por un lado mucha pena, por lo que queda atrás, pero al mismo tiempo con mucha confianza en Dios».

—¿En qué situación se encontraba Cáritas Ibiza cuándo usted llegó?
—Necesitaban un delegado episcopal para que mi antecesor, Miguel Ángel Riera, pudiera salir a estudiar. Ahora llevo 27 años ligado a Cáritas, en ese momento ya llevaba 17. Llegaba una persona con experiencia en Cáritas y que sabía qué terreno pisaba al hacerse cargo de las funciones. Eso fue algo que facilitó que Cáritas haya evolucionado en un sentido muy positivo a lo largo de estos 10 años.

—¿Cuáles fueron los objetivos que se marcó en Cáritas?
—Yo siempre tuve un interés muy grande en que Cáritas Ibiza se pusiera en sintonía profunda con el pensamiento y los planteamientos de Cáritas española. Somos una confederación y por ese motivo a veces cabe el peligro de que una se quede aislada. En el caso de Ibiza con mayor razón dada la insularidad. Por eso, desde siempre tuve mucho interés por abrir horizontes y que hubiera sintonía. Creo que se ha logrado. Desde nuestra diocesana siempre se ha animado a acudir a los cursos que Cáritas diocesana imparte en el Escorial, también a los voluntarios. El efecto que produce esta asistencia es muy positivo porque además de lo que se aprende, produce un sentido de pertenencia a una institución grande que tiene 82.000 voluntarios. Una institución de mucho peso dentro de la iglesia y de la sociedad en general.

—¿Qué sintió cuando llegó a la parroquia de Sant Miquel?
—Lo que siente alguien que viene de Madrid después de casi diez años de una intensísima actividad profesional (risas). Como anécdota le diré que anteriormente en una semana cambié 4 veces de país. De tal manera que llegó un momento en que ya no sabía dónde estaba. Y en ese contexto llegué a Sant Miquel. Alguien dijo que venía muy cansado y que venía a descansar. Pudiera ser apropiado, si no fuera porque el trabajo de Cáritas ha sido enorme y muy intenso, sobre todo teniendo que hacer frente a la crisis económica. Ha sido muy duro.

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—¿Cuál sería su balance de estos diez años a cargo de Cáritas Ibiza?
—Han sido sumamente intensos, con momentos de particular alegría. Por ejemplo uno de ellos tuvo lugar en junio del año pasado cuando inauguramos las instalaciones, los nuevos locales reformados que le han dado dignidad a la sede de Cáritas. Una reforma muy bien hecha que ha dado mucha alegría.
Momentos críticos también ha habido en Cáritas cuando la falta de aportación de los ayuntamientos nos ha hecho entrar en crisis económica profunda. Las administraciones se comprometieron a subvencionar determinadas actividades y después no pagaron nada más que tardíamente. Tuvimos que abrir una póliza bancaria para cubrir los gastos diarios porque si no se tiene con qué, de algún sitio hay que sacarlo.
Que conste que yo considero que es una cuestión muy selectiva, de prioridades. Aún en plena crisis, la administración ha tenido dinero para lo que ha querido tener dinero. Si los pobres están en primer lugar, el dinero es para ellos, pero si no es así, cuando quieran llegar a ellos ya no les queda. La cuestión económica de una administración no se impone por si misma, sino de las opciones políticas del que está gobernando en ese momento.

—¿Ha habido algún momento que le haya sorprendido de manera especial durante esta década en Cáritas?
—Lo que es sorprendente es que haya pobres en Ibiza y que la pobreza haya descendido al territorio. Ya son familias ibicencas las que vienen a pedirle a Cáritas. Puede que tengan trabajo, pero lo que ganan no les da lo suficiente.
Después, el informe Foessa, que es de Cáritas, puso de relieve una característica de la pobreza en Ibiza y es que muchos de los pobres inmigrantes no cuentan con una red social de apoyo, sino que están completamente solos y ese es un factor que redobla sus dificultades. Todo el mundo sabe que en esta isla tenemos que pertenecer a una casa de y si no, no eres nadie. La red social de apoyo familiar funciona en Ibiza y eso ha salvado muchas situaciones muy delicadas, pero queda un resto de gente que viene de fuera y no tiene.

—¿Alguna situación que recuerde con especial cariño?
—Pues no porque cada gesto que hacemos es un gesto de amor. No destacaría nada en particular porque todos los años hay múltiples ocasiones. Hay un momento muy tierno cuando hacemos una torrada en Can Pere Mosson con las personas del centro de día. Allí estamos voluntarios, técnicos y usuarios comiendo chuletas de cordero, porque con los musulmanes hay que estar alerta (risas). Es un momento muy agradable y celebrativo. Pero esa no es toda Cáritas.

—¿Con qué se queda de estos diez años en Sant Miquel?
—La parroquia, después de un primer tiempo de mutuo entendimiento, discurre por cauces muy normales, sobre todo con el apoyo dels obrers. Ha habido ventajas, como vivir en este lugar. He sido una persona profundamente afortunada de poder vivir en la casa parroquial de Sant Miquel durante diez años. Y los inconvenientes son los de una parroquia muy pequeñita que tiene una estructura geográfica muy dispersa. Los feligreses viven en el campo y eso hace que las personas vengan a la iglesia en ocasiones contadas con lo que los planteamientos pastorales son distintos a los de otras zonas.

—¿Con qué sensaciones se despide de Ibiza?
—Con mucha pena, claro, por todo lo que queda atrás pero al mismo tiempo con mucha confianza en Dios. Yo no pedí sufrir el ictus que tuve hace un año y eso ha condicionado mi jubilación. Ahora me marcho a la península donde tengo una hermana que está siendo tratada de un cáncer y yo voy a intentar estar todo lo cerca de ella que pueda.