«Cuando vi la foto en PERIÓDICO de IBIZA Y FORMENTERA y leí que tenía antecedentes, un escalofrío me recorrió el cuerpo. Llamé a mi madre y le dije: es él. Me puse a temblar, a llorar, me quedé helada. Yo pensaba que la herida se me había cicatrizado pero al ver la noticia de esa pequeña de 4 años, reviví todo lo que sufrí aquel 4 de abril de 2007». Así recuerda una joven vecina de Santa Eulària el golpe que sufrió la noche del miércoles al reconocer al agresor sexual de una pequeña de 4 años, su propio agresor.

Desde el miércoles por la noche, los miedos que poco a poco habían ido quedando apartados, han vuelto de golpe. «Llevo dos noches sin dormir y a veces rompo a llorar cuando voy por la calle. Pensaba que lo tenía superado, pero no», indica la chica con los ojos vidriosos y la voz temblorosa.

El miércoles, la juez de guardia decretaba prisión provisional para un joven de 34 años detenido horas antes por la Guardia Civil por un delito de abusos sexuales a una niña de 4 años. El acusado era el mismo joven que nueve años atrás abordó en plena calle a esta joven.

4 de abril de 2007

«Aquel día se me hacía tarde. Pasaban las 9 de la mañana, pero fui al colegio. Siempre iba con mi vecina pero ese día iba sola. Noté que alguien me seguía pero continué hacia el Colegio Santa Eulària. Al llegar a un paso de peatones me cogió por detrás, me cruzó la calle y llamó para que le abriesen un portal. Me introdujo en el ascensor y me dijo que no gritase. Al llegar a la cuarta planta, salimos y me presionaba fuertemente la boca y la nariz. Me bajó la ropa e insistió en que no gritase. Tenía siete añitos y yo no era consciente de lo que él quería hacerme. El miedo era cada vez mayor y pensé que me quería matar por lo que en un descuido aproveché para gritar y tocar el timbre de una puerta.

Al oír a los vecinos me soltó y se marchó escaleras abajo». Así empezó el calvario que se tradujo en una carrera de obstáculos que se prolongó durante seis años y que ahora se ha reabierto. Laura, madre de la joven, denunció los hechos. Durante semanas, la pequeña, su madre y agentes de la Guardia Civil daban paseos por Santa Eulària tratando de identificar al agresor.

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Tres años después, aquel hombre estaba trabajando en la puerta de su escuela. Ella lo reconoció. «Me puse a temblar y llorar. Volví a tener pánico». Alertaron nuevamente a la Guardia Civil y el joven fue detenido y confesó. Pero el juicio no llegó hasta pasados otros tres años.

La madre recuerda que acudieron sin abogado y que el juez les informó que había habido un acuerdo de conformidad. D.M., fue condenado a un año de prisión, pero la pena quedaba suspendida.

«Le impusieron una orden de alejamiento de 200 metros, pero él seguía caminando tranquilamente por Santa Eulària mientras yo estaba en tratamiento psicológico, metida en casa todo el día y llorando», recuerda. Su madre indica que «era una niña educada y muy feliz, hasta aquella fatídica mañana. Ya no ha sido la misma». La joven añade que desde aquel día siente «miedo cuando se acerca un desconocido. No confío en casi nadie y nunca subo en un ascensor con un hombre».

La joven está muy dolida con la postura que tomó en su día muchas personas, «la gente, a veces, no entiende la gravedad de las cosas, y en su día salieron en defensa de mi agresor. Ahora se ha demostrado que ese hombre debería estar en la cárcel desde hace tiempo. Si lo hubiesen encerrado en su día, ahora no tendríamos que lamentar otra agresión. No sé si le ha hecho más o menos que a mí, pero lo que sí sé es que esa pequeña ya está marcada».

«Desde el miércoles he tenido mil y una pesadillas. Por la noche siento otra vez esa misma sensación de asfixia, la misma que el 4 de abril de 2007. Lo de la pequeña de 4 años me ha dolido como si me clavasen un puñal en el pecho. Había empezado a pasar página, a vivir , a tener confianza y, de golpe, han vuelto todos los demonios», apostilla.

Apunta que la situación le supera y que quiere ponerse en contacto con los padres de la nueva víctima de su agresor: «Espero y deseo que la justicia ahora haga justicia y no salga de prisión», concluye.