Antonio posa en el centro de su restaurante, rodeado de clientes. Abajo, la familia Torres Planells brinda por la última comida. | DANIEL ESPINOSA

Ibiza perdió ayer uno de los restaurantes de comida casera más queridos de la ciudad. Después de 50 años al servicio de vecinos y turistas, Restaurante Antonio sirvió ayer sus últimos menús a lo largo de una ajetreada y emotiva jornada en la primera plata del local situado en la calle Abad i la Sierra 21 de Vila. Su propietario, Antonio Iniesta, apagó ayer por última vez los fogones que han dado de comer a varias generaciones de residentes, muchos de los cuales acudieron por última vez para mostrar su cariño y respeto por el cocinero ibicenco y su equipo de trabajadores. Durante medio siglo, Antonio se ha mantenido fiel al estilo tradicional de sus recetas y al asequible precio de un menú (11 euros) que ayer presentó como platos estrella arròs de matances y lechón al horno.

Comensales

«Hacen la comida que se hacía en casa de toda la vida, platos ibicencos. Si esto cierra, nuestras madres tendrán que resucitar para volver a comer casero», lamentaba Roger, uno de los ‘feligreses’ del Restaurante Antonio.

Muchos de los comensales que ayer despidieron el entrañable negocio, como Julián o Pep, lo conocían desde hace más de 20 años. «Buen ambiente, comida casera y menús baratos» han sido para ellos la clave del éxito de este establecimiento que ha dado de comer, a lo largo de 50 años, al exalcalde de Madrid Enrique Tierno Galván o a reclusos de la prisión de Dalt Vila. Todos eran bienvenidos.

Para la familia Torres Planells (de Muebles Ibiza) otro de los secretos de la longeva trayectoria de Antonio es la celeridad con que sirven la comida. «Para nosotros y para muchos trabajadores que tienen poco tiempo a mediodía es ideal comer platos de calidad y en media hora, en lugar de estar una hora y pico en la mesa», sostiene Vicente Torres, quien admite que «echará de menos» un restaurante que conoce «de toda la vida».

Las ibicencas Salomé y su madre Pepita sintieron especialmente la noticia. Para ellas todos los platos del menú y los postres «están ricos». «Es muy conocido y venimos desde hace años. Es una pena que cierre. Que lo pasen a la familia o amigos, pero que no lo quiten», suplicaban.

Incluso para los franceses Elain y Felip, que llevan 22 años en la isla, el humilde local de Antonio es un «referente» de la comida ibicenca: «Llevamos muchos años viniendo, nos gusta la simplicidad, el ambiente y la comida casera. Tenemos un restaurante y sabemos lo que es esto, es una pena que cierre».

Amable e Isabel, también vecinos de Ibiza, son fieles a Antonio desde hace un cuarto de siglo. Elogian el «trato personal» y, de nuevo, la comida casera que sale de los fogones de Antonio, sobre todo «el arròs de matances, las galtes [carrilleras] de los miércoles y la paella de los sábados». «Lo echaré muchísimo de menos, mañana –hoy para el lector– es miércoles de ceniza, a comer en casa purgando», bromeaba Amable.

Probablemente ayer Antonio sirvió más menús que nunca. El restaurante se llenó, como cabía esperar, y para agradecer la fidelidad de su clientela se ofrecieron cava y buñuelos. El apreciado cocinero apenas tuvo tiempo de abandonar el que ha sido su puesto de trabajo durante 50 años en un par de ocasiones. Una de ellas hacia las 15,30 horas, cuando recibió una placa conmemorativa de manos del alcalde de la ciudad, Rafa Ruiz, quien no quiso perderse el adiós de Antonio acompañado de su familia y de parte del equipo de gobierno.

Eternamente agradecido

«Lo que me sabe mal es que no le ha tocado arròs de matances al señor alcalde, se me ha acabado», indicaba Antonio abrumado ante tantas felicitaciones. Durante los últimos días ha recibido multitud de llamadas, incluso de antiguos clientes que ahora viven en la Península. «Esto no es un restaurante cualquiera, es un restaurante familiar y conozco a casi todos. Todavía no lo he asimilado, estoy hecho un flan pero estoy muy contento por la gratitud de la gente.

Siempre hemos procurado que estén como en casa y que estén contentos, si no hay una cosa se le da otra para comer», subrayó.

Paco, el camarero bonachón, y Amparo, fija en la plantilla desde hace 18 años, sintieron de manera muy especial y emotiva la última jornada en el restaurante. «Con cada cliente que me despido se va un trocito de mí, se me están yendo, se me están yendo, tengo la piel de gallina», admitía Paco casi entre lágrimas.

Antonio Iniesta afronta a partir de hoy mismo una merecida jubilación en la que podrá viajar y disfrutar de sus hijos y nietos, mientras su ya legendario establecimiento espera comprador o arrendador.