Sin los turistas de la temporada, las calles de Dalt Vila se sumen a partir de octubre en el más absoluto de los silencios donde es más fácil tropezarse con un gato que con un ser humano. De los pequeños comercios que abastecían al vecindario hace cuarenta años ya no queda ninguno y su lugar lo ocupan ahora restaurantes, bares y tiendas de moda que bajan la persiana en cuanto acaba la temporada.

Según los datos del Ayuntamiento, actualmente hay empadronadas 580 personas en Dalt Vila aunque en invierno no habrá más de 400, la mayor parte personas mayores que viven toda la vida en el mismo lugar y «cuatro Robinsones», como llama una de las vecinas del barrio a los jóvenes «encantados» con un barrio cuyo hechizo desaparece «cuando tienen que subir cargados con bolsas y una garrafa de agua».

El escritor Luis Llobet lamenta que, con la llegada del turismo, la gente «de toda la vida» vendiera sus casas, que en muchos casos no tenían agua corriente, baños o calefacción, para comprarse pisos nuevos en el Eixample.

Ahora, según afirma, solo quedan unos cuantos vecinos «que mantenemos el espíritu de Dalt Vila» y que gastan «auténticas fortunas» en mantener sus casas sin que el Ayuntamiento les compense, por ejemplo, con una rebaja de los impuestos municipales que deben pagar.

Junto a Llobet, Fernando Bertazioli es uno de los pocos ibicencos que vive en la escasa decena de casas habitadas que va desde Can Botino, sede del Ayuntamiento, hasta la catedral. Para él, residir en el casco histórico de Ibiza supone «un infierno». «Cuando no hay una procesión, montan la feria medieval», lamenta.

Bertazioli considera que Dalt Vila «está prácticamente muerta» y no descarta que, cuando fallezca, sus hijos vendan una casa heredada de padres a hijos desde el siglo XVIII.

Algunos vecinos suelen bromear señalando la triple muralla que aisla Dalt Vila: en primer lugar la física, las murallas renacentistas, en segundo la mental, que es el esfuerzo que les cuesta a muchos ibicencos subir a la parte alta de la ciudad y, la última y más reciente, las obras de la plaza del Parc que han acabado de disuadir a la gente de visitar el casco antiguo.

Sin embargo, vecinos de sa Carrossa como Mariano de Broto ven dichas obras como una oportunidad para Dalt Vila. «Tengo una ilusión tremenda porque, cuando estén acabadas, se abrirá una vía de comunicación entre la parte nueva y la antigua», asegura.

De Broto y su mujer son de Barcelona pero se compraron hace diez años una casa en la que viven cuatro meses al año en un barrio que, según dice, «es una maravilla pero se está convirtiendo en una zona de lujo». «Antes teníamos tiendas de toda la vida que se han convertido en tiendas exclusivas que solo abren en verano», lamenta.

Los artistas Traspas y Torijano también se consideran «unos privilegiados» por tener una casa a pocos metros de la catedral. «Llevamos viviendo aquí 33 años y estamos enamorados del barrio», afirma este matrimonio que vive y trabaja en la calle Mayor, donde tienen una tienda que solo abren en verano.

Isabel y Jesús no ven inconveniente a no disponer de comercios donde hacer la compra porque «para eso tenemos una buena despensa». Para ellos son todo ventajas, hasta el ejercicio que hacen cada día al subir las empinadas calles.

Dicen haber recibido ofertas suculentas por comprar su propiedad pero aseguran que su casa no está en venta a pesar de, con ese dinero, podrían comprarse una casa en el campo con piscina. «Es el tesoro que les dejaremos a nuestros hijos», aseguran.

LA NOTA

Las desventajas de vivir en un barrio-museo

Las estrictas normas de acceso al tráfico es la principal desventaja que destacan los vecinos de un barrio que es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Ellos disponen de una tarjeta de residentes para entrar con el coche pero el problema es para los amigos que les visitan o los operarios que tienen que arreglar averías en sus casas, a los que se les niega el acceso a partir de una hora. Hay un autobús que va desde el centro de la ciudad a Dalt Vila pero solo pasa cada hora.

A todo ello se une la inseguridad que han provocado los robos registrados últimamente, propiciados por la soledad de las calles y la falta de policías que vigilen la zona.

LA NOTA

Dalt Vila, una urbanización de lujo para millonarios que viven 4 meses al año

Rico e italiano. Es el perfil de las personas que, en los últimos cinco años, han compradores antiguas casas en la parta más elevada de Dalt Vila.

Pagan por ellas cantidades astronómicas que pueden llegar a los 10 millones de euros para construirse auténticas mansiones de lujo que consiguen al unir varias casas. La última casa que está en obras es la de una belga ubicada en un solar junto al antiguo hospital.

Sin embargo, este incremento de compradores de viviendas no se traduce con una revitalización del barrio. Los nuevos ‘vecinos’ son millonarios que solo están cuatro meses al año en Ibiza, durante los cuales apenas hacen vida por la calle y hacen continuos viajes a sus países de origen, principalmente Italia pero también Alemania y Rusia.

A pesar de que Dalt Vila se está convirtiendo en una especie de urbanización exclusiva, los vecinos de toda la vida agradecen la llegada de los nuevos vecinos.

«Están invirtiendo mucho dinero y rehabilitando con buen gusto unas casas que, de lo contrario, estarían en ruinas», señala el escritor Luis Llobet.