Una divertida imagen del actor manacorí Toni Gomila que actúa mañana en el Teatro España de Santa Eulària. Foto: DAMIÀ COLL

El exitoso y muy premiado espectáculo de Toni Gomila llegará mañana sábado al Teatro España de Santa Eulària. Acorar es una reflexión sobre la identidad colectiva de los pueblos, sobre lo que nos define como grupo y que Gomila explica sin pelos en la lengua. «Ese odio que menorquines y pitiusos sienten hacia Mallorca no deja de ser una parte de amor», considera el artífice de esta obra a la vez que asegura que, en el caso de Mallorca, lo que les une es «la esquizofrenia colectiva de pensar una cosa y hacer exactamente lo contrario. Pensamos que hay que respetar el territorio y el paisaje, pero si tengo que construir en rústico lo hago». Un monólogo tan íntimo y reflexivo como divertido.

—¿Cómo definiría ‘Acorar’?
—Es un monólogo que estrenamos en el año 2011 y que durante estos casi 6 años ha ido girando por Baleares, Cataluña y Valencia. Últimamente, su traducción al castellano se presentó en la feria de Huesca y en Buenos Aires, Montevideo, Lima, Uruguay y Perú.

—¿Entendemos que avalan a esta obra tanto el tiempo que se lleva representando como los diferentes lugares dentro y fuera de España que está visitando?
—Tiene muchos avales esta representación porque después también hemos coleccionado como 15 o 18 premios entre reconocimientos y menciones sin contar nominaciones. El texto está editado y se han vendido infinidad de libros. Ha habido como una especie de unanimidad por parte de crítica y público que se transmite en asistencias, pues se llena en todas partes. Es un fenómeno social que lo refleja Acorats, el documental que se estrenó el año pasado y que hizo el periodista Joan Martí. Esto sin tener abuela. (Risas).

—¿Cuál es el secreto?
—El secreto es que ha dado en un clavo que debía estar ardiendo en el interior de cada uno y que es aquello que puede preocupar a la gente con un mínimo de sensibilidad cuando se ve totalmente sobrepasada por la globalización, diría yo.

—¿Cómo se traduce eso en el argumento?
—Es muy simple. A partir de una jornada de matanzas y en la descripción de la misma, aprovechamos para hablar de qué es la identidad, qué es aquello que nos define y las cosas que nos dan carácter, aquello que nos diferencia del resto del mundo.

—¿Por qué las matanzas?
—Pues porque es una actividad casi primitiva coger un cerdo vivo y acabar transformándolo en embutido, carnes y dejar la despensa llena para todo el invierno. Es una actividad ancestral, familiar, donde el protagonista es de manera inconsciente nuestra tribu más antigua. Y digo tribu para no hablar de nación, que para mí tiene conceptos relacionados con la política y no es un espectáculo para nada político, que a mí no me interesa para nada la política.

—Si no es un espectáculo político, ¿de qué carácter sería?
—Antropológico.

—¿Qué es lo que nos diferencia del resto a los baleares?
—En el caso de Baleares, yo defiendo que no existe una identidad balear como tal. Estamos todos muy arraigados a cada una de nuestras islas, tenemos una conciencia cariñosa de nuestra relación hacia los demás. Ese odio que menorquines y pitiusos sienten hacia Mallorca no deja de ser una parte de amor. Sabemos que estamos a la deriva aquí todos juntos y en cierto modo estamos juntos, pero no revueltos.

—¿Entonces cuál es esa identidad en Mallorca?
—Creo que es la esquizofrenia colectiva: pensar una cosa y hacer exactamente lo contrario. Pensamos que hay que respetar el territorio y el paisaje, pero si tengo que construir en rústico lo hago. Pensamos que la cultura es muy importante, pero no destinamos esfuerzos a ello, amamos nuestra lengua sobre todas las cosas, pero la consideramos inútil para según qué.

—Hay quién dice que eso de pensar, decir y hacer cosas diferentes constituye la base de algunas enfermendades...
—Sí, pero lo que pasa es que aquí estaríamos enfermos de no tener este flujo de dinero tan importante cada verano. Ese dinero nos supone una morfina que nos permite llegar al verano siguiente.

—¿De dónde nació la idea?
—Estuve en Argentina representando una obra y allí pude ver un espectáculo que hacía una gran reflexión sobre Argentina y los argentinos. Me pareció tan cruel, tan divertido, tan cariñoso, tan salvaje aquel texto que al salir del teatro me dije: yo quiero hacer algo así, pero de los mallorquines. Y siempre me rondaba por la cabeza un chiste que hablaba de que la sobrasada que se hizo mala un año y se quedó blanca, en realidad se volvió salchicha de Frankfurt para complacer a los alemanes. Ahora me parece un chiste horroroso, pero lo cierto es que a partir de él comencé a escribir.
Es un espectáculo muy sencillo que resulta emotivo a ratos, pero a otros muy divertido. Tiene un poco de todo.

—¿Qué acogida ha tenido este texto sobre los mallorquines en Argentina?
—Curiosamente muy positivo, sobre todo la segunda parte que no habla tanto de la matanza, si no de la globalización y uniformidad cultural del mundo. En eso se sintieron muy identificados. Incluso en Perú funcionó muy bien. Son cosas mágicas que suceden a veces.