La parte vieja de Ibiza, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, alberga en sus entrañas 2.500 años de historia que ningún turista quiere pasar por alto en su visita a la isla.

Calles empedradas, escaleras con vistas panorámicas y lugareños dispuestos a enseñar al visitante los encantos de Dalt Vila, se fusionan para mostrar la otra cara de Ibiza. «Pero la cosa ha cambiado. Ya no tenemos al turista que gasta y que no mira la cartera», asegura la dependienta de una de las tiendas de accesorios de la zona. Y es que, ni siendo visita obligada alcanzan las cifras de ventas de décadas anteriores.

«Tenemos ilusión porque cambie esta situación, pero va a ser difícil recuperar lo que hemos perdido», dicen algunos empresarios que no pierden la esperanza de volver al trajín turístico de antes.

Por sus históricas calles se respira la tranquilidad común de un mes de noviembre, no de agosto, y la facilidad de encontrar un sitio para descansar en esa terraza que te han recomendado. «Esto es culpa del cambio que han hecho en el Reina Sofía, donde antes aparcar era gratis y ahora es de pago», murmuran algunos.

Tampoco ayuda al sector de la restauración el mal tiempo. «Sí que es verdad que vemos más movimiento, pero el gasto sigue siendo mínimo. Además hay mucho turismo joven, incluso adolescente, y su nivel adquisitivo es reducido».

Mientras unos cierran sus puertas antes de tiempo por recibir «visitas a cuentagotas», otros alargan su jornada laboral «por si tenemos sorpresas de última hora que mejoren la jornada». El nuevo perfil del turista tiene claro el dinero que destina a sus compras y comidas y es difícil que se «salga de la pauta», cuenta la empleada de una pequeña tienda. Lo que está claro es que cada uno decide en qué invierte durante sus vacaciones y en muchas ocasiones es el azar quien juega a favor o en contra de los empresarios de Dalt Vila. «A veces y por casualidad ha entrado alguien y ha hecho la compra del día porque justo ha parado en nuestra tienda», dice uno de los muchos hosteleros.

Suerte o no, los números no cuadran y el cambio que sufre el turismo en la isla es una realidad difícil de aceptar.