La venta ambulante es ya un clásico en Ibiza, pero el problema se acentúa en Sant Antoni donde el goteo de vendedores es continuo cada día, más aún, en el centro del municipio. «Solo hay que estar diez minutos sentado en un banco del Passeig de ses Fonts para verlo», dice Joan Ribas, presidente de la Asociación de Comerciantes de Sant Antoni al tiempo que asegura que la situación está «peor que nunca».

Relojes, cadenas, bolsos y camisetas son algunos de los productos que estas personas intentan vender a los cientos de turistas durante toda la temporada y lo hacen, además, de una forma ilegal. Añade, también, que siempre son los mismos, «están como de guardia, como en el Palacio de Londres» y está convencido de que el material que ofrecen es simplemente un gancho para poder traficar con drogas que es «lo que la gente demanda». En un caso o en otro, la realidad es que la banda de vendedores no falla ni un día en las calles de Sant Antoni y no tienen ningún problema en ofrecer su género delante de tiendas y restaurantes molestando a todos los empresarios. «Si se ponen en el escaparate de mi tienda puedo decirles que se muevan, pero si están a unos metros yo ya no tengo competencias, no soy nadie para echarlos», dice María desde el mostrador de una tienda de souvenirs. Lo mismo le sucede a Gabriel en su local, quien asegura que ya está «cansado» de avisar al Consistorio de esta práctica ilegal que repercute en las ventas de su negocio. «No es que facture mucho menos, pero algo sí se nota», apunta. Por su parte, el presidente de la Asociación de Comerciantes del municipio piensa que las consecuencias que sufren los vendedores ambulantes en caso de que «les pille» la Policía son «mínimas». «Lo primero que les puede pasar es que tengan que echar una carrera y lo segundo es que les vayan a multar y al tratarse de delitos menores, al ser extranjeros no pueden hacerlo», señala.

Estos vendedores se recorren las calles de arriba a abajo, sin prisa, se cuelan en las terrazas de las cafeterías y no dudan en cortar la conversación de los turistas para ganarse una venta más. Una situación que Maite, una vecina del West, aborrece por la «falta de educación» que conlleva. «A mí no me hace gracia estar tomándome algo tranquilamente en una terraza y que cada dos por tres me venga alguien a vender algo. Además, les da lo mismo vender gafas de sol a las 12 de la noche que paraguas cuando el día está despejado», dice.

Para empresarios y vecinos, la situación actual necesita de medidas más «extremas» que frenen la práctica ilegal de los vendedores que «no pagan impuestos como el resto». Todos coinciden en que el Consistorio solo pone «excusas» y, año tras año, la situación de repite. «Es rarísimo ver a agentes patrullando cada poco. Se les ve de ciento en viento y así pasa lo que pasa», señala Bruno, empresario de la zona. En este sentido, Joan Ribas pide que se les «moleste un poco» para que así puedan reducir su presencia en el municipio.

Todo suma

A la venta ambulante hay que añadirle la ordenanza de las terrazas en la que las tiendas tienen que retirar los expositores de la calle a las 12 de la noche. «Nosotros pedimos que nos ampliaran el horario hasta la una de la madrugada en los meses de verano, pero nada», lamenta Ribas que asegura que una vez está todo recogido dentro del local es difícil que entren los turistas porque el espacio se reduce y se hace más incómoda la venta. «No digo que en una hora salvásemos el día, pero sí que te da ese último empujón», señala.