Hoy me gustaría hablar de una capacidad muy valiosa para disfrutar de nuestra vida y tener mayor bienestar.
En realidad, es una actitud, un modo de funcionar y, es necesaria para practicar mindfulness o atención plena, pero, a su vez, también se desarrolla con la práctica.

Se trata de la mente de principiante, es decir, de ver las cosas como si nunca las hubiéramos visto antes, como si fuera la primera vez.

A mí me gusta llamarla “ir en modo niño”, es decir, mirar la vida con los ojos de un niño, con la inocencia, la candidez, la frescura y la sorpresa de un niño, cuando descubre las cosas por primera vez.

Porque, si lo pensamos detenidamente, en realidad es así. Nada de lo que nos ocurre en nuestro día a día nos ha ocurrido antes, puesto que ese momento es único y nuevo, y no lo hemos vivido anteriormente.

Podemos haber tenido experiencias parecidas en el pasado, pero, exactamente esa que está sucediendo en ese determinado momento, nunca la hemos vivido antes, nunca nos ha sucedido anteriormente exactamente de la misma forma y en las mismas circunstancias, por lo que cada vez, realmente, es la primera vez.

Ni siquiera nosotros somos tampoco exactamente los mismos. Algo, por pequeño e imperceptible que sea, sin duda, ha camboado también.

Sin embargo, nuestras experienciaspasadas, nuestros recuerdos, nuestras expectativas, nuestras creencias, nos hace juzgar las cosas y nos hacen pensar que «eso» ya lo conocemos, que «eso» ya lo hemos vivido antes, que «eso» ya sabemos lo que es, que sabemos lo que pasará, que sabemos cómo es esa persona, que sabemos qué consecuencias tendrá lo que sea que nos esté sucediendo.

Y, debido a ese «ya lo sé» continuo, vemos solo detalles y nos perdemos la riqueza de la vida. Es como si la viéramos por un estrecho agujero, en lugar de verla con toda su plenitud. «Vemos» las cosas antes de que sucedan y, por ello, no vemos la vida como realmente es, sino como la queremos ver. Como si ya la hubiéramos vivido, antes de vivirla, lo que hace que no la vivamos realmente.

No permitimos que las cosas sucedan, sino que vivimos condicionados, esperando que todo sea como ya «sabemos» que será.

Y eso nos impide disfrutar y saborear nuestra vida plenamente.

Todo es conocido, todo está ya hecho, vivido, experimentado, probado, escuchado y dicho… Y así, no pueden surgir el entusiasmo, la sorpresa, el juego, la ilusión, la esperanza, la diversión, la risa, la alegría, la pasión, la espontaneidad… Y, tristemente, dejamos de aprender, de experimentar, de probar cosas nuevas, de arriesgarnos, de poner un poco de aventura, chispa y magia en nuestra vida.

Imaginemos por un momento… ¿Cómo sería la vida en nuestra ciudad si no existiera ni un solo niño? ¿Si no hubiera risas, juegos, bromas, sorpresas, colores…? ¿No sería muy triste? ¿No sería todo tremendamente aburrido, rutinario, gris, predecible…? ¿No faltaría algo muy importante?

¿Y por qué motivo, al crecer y cumplir años, nos volvemos tan serios, tan rígidos y tan aburridos y formales, y nos olvidamos de ese niño o niña que fuimos y lo encerramos en el baúl de los recuerdos?

¿Por qué al ponernos en «modo adulto» tenemos esa manía de juzgarlo todo, de darlo todo por hecho, de sentir que nuestra experiencia vital anterior nos da el «poder» de saber qué pasará y qué sucederá en cada nueva experiencia de nuestra vida?

Me gustaría plantear aquí un pequeño reto: cambiar nuestra actitud y empezar a mirar la vida con los ojos puros y limpios del niño o niña que fuimos. Y, con cada nueva situación y experiencia «borrar» de nuestra mente todo lo que nos suene a parecido y a repetido, poniendo nuestra intención en que verdaderamente sea algo nuevo que está sucediendo por primera vez.

Y hacer eso mismo con las personas que nos vayamos encontrando cada día, intentando tratar a todos como si realmente fuera la primera vez que les vemos, sin juicios ni prejuicios, sin expectativas, sin dar nada por hecho, abriéndonos a cualquier posibilidad.

Miremos lo que nos rodea como si no lo hubiéramos visto nunca y estuviéramos descubriéndolo por primera vez.

Saboreemos una comida como si fuera la primera vez que la probamos. ¿Qué nuevo matiz, sabor, olor, color, descubrimos que no habíamos detectado antes?

Miremos una película que ya conocíamos como si jamás la hubiéramos visto y desconociéramos su final.

Miremos nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestro entorno, el paisaje que vemos por la ventana, como si fuera la primera vez que los vemos, e intentemos descubrir todos sus matices, su luz, su forma, sus colores…

Utilicemos cada día cada uno de nuestros sentidos para VIVIR y disfrutar plenamente cada experiencia que la vida nos regala, poniendo en ellas toda nuestra atención. Volvamos a ser niños de nuevo…