Jordi tiene 20 años y perdió la vista cuando solo tenía tres como consecuencia de una encefalitis. En realidad tampoco es seguro que ese fuera el motivo ya que un estudio genético diagnosticó un defecto en uno de sus genes que, según dice Marga, su madre, puede que tenga que ver con la pérdida de visión. «Yo pienso que es una confluencia de mala suerte. De momento no puede recuperar la vista, pero con el defecto en el gen que encontraron hay unos laboratorios en Estados Unidos que están haciendo ensayos clínicos y están pendientes de la licencia de aplicación para 2018 en Europa», cuenta Marga, al tiempo que asegura que su hijo «está muy tranquilo» en ese sentido. Para esta familia ibicenca el mal trago que vivieron hace 17 años ya es cosa del pasado y defienden con certeza la idea de que no se puede echar de menos lo que no se tiene.

Jordi vive en el campo, en los alrededores de Sant Rafel, y su día a día es tan rutinario como el de cualquier otra persona. «Estoy acostumbrado porque ya son muchos años, además los recuerdos que tengo de cuando podía ver son muy escasos», dice el joven que apunta que «si pudiera ver, podría hacer otras cosas y no dependería tanto de la gente. Aún así todo el mundo es muy solidario». Tanto que, el verano pasado, le dieron la oportunidad de dedicar su tiempo libre a una de sus grandes pasiones: la música. «Con mis amigos siempre voy a la discoteca Es Paradis, es como nuestra segunda casa, y empecé a hablar con uno de sus djs y se ofreció a darme clases en invierno», contaba emocionado. Ahora Jordi hace sesiones los domingos y, como él mismo dice, lo hace por inspiración. «Un minuto antes de ponerme delante de la mesa de mezclas no sé ni lo que voy a pinchar. Pongo una canción y ya está». Uno de sus sueños es poder asistir a un concierto de la banda británica Coldplay, pero mientras tanto se conforma con mezclar algunos de sus temas aunque, reconoce, «es complicado».

Para él el oído es uno de sus sentidos más desarrollados y dos infecciones en una de sus orejas le han hecho pasar momentos de desequilibrio. «Si a una persona que ve le falla el oído, no pasa nada, puede hacer vida normal. Para mí es complicado porque me guío según lo que escucho», señala. Y es que Jordi lo único que puede diferenciar con sus ojos es el día de la noche por la claridad del sol.

Ahora estudia segundo de bachillerato en un instituto para adultos después de haber probado suerte en una FP de Administración que no terminó de gustarle. «Reconozco que soy un poco vago, pero supongo que después haré selectividad y aún no sé si iré a la universidad porque me interesa más la producción musical», decía esperanzado teniendo presente la opción de poder estudiar fuera de casa; «quizás me vaya a Barcelona, pero ya veré».

De momento, este año seguirá en la isla para finalizar el último curso. «Estoy muy contento y me lo ponen muy fácil en el instituto», dice mientras explica que sus libros, a excepción de alguno de inglés que lo tiene en formato físico y en braille, son el ordenador; un medio que no tenía en mente hace unos años cuando desconocía el alcance que iban a tener las nuevas tecnologías. Así lo cuenta Ángels Martínez, profesora del equipo que tiene la Conselleria d’Educaciò y la ONCE, quien ha acompañado a Jordi desde pequeño y lo hará hasta que termine sus estudios. «Era pequeñito y yo le decía que tenía que aprender a usar el teclado porque lo iba a necesitar más adelante y todos iban a saber a utilizarlo menos él, pero no quería», dice Ángels mientras explica cómo cambiaron las cosas de repente. «Sus amigos empezaron con el Facebook y ese verano nos dijo que quería apuntarse a un curso de mecanografía y en un solo mes lo aprendió. A a mí me ha costado años». Ahora no se separa de su teléfono móvil y «más le vale», añade su madre, «porque si él no responde ya sabe que empiezo a llamar uno por uno a sus amigos», dice.

Sus amigos son los de siempre, los del colegio de toda la vida. Con ellos sale a pasear en bicicleta, de fiesta y lo que surja, porque siempre están pendientes de él. Jordi reconoce que le gusta el «riesgo» y aunque su madre sabe que es un chico responsable, confiesa estar muy pendiente de él en cada momento. «Lo de salir de fiesta me angustia mucho porque depende de los demás. Te tienes que fiar de él y de los de fuera de casa», dice Marga que reconoce que aún no se ha llevado ningún susto.

Este joven ibicenco no puede ver, pero vive la vida con la misma intensidad que la gente que le rodea. Quizás no pueda conducir una moto como sus amigos o necesite más atención que el resto, pero gracias al apoyo de la gente que le rodea, Jordi va cumpliendo poco a poco todos sus sueños.

LA NOTA

Vivimos en una sociedad visual en la que el resto de sentidos se quedan en un segundo plano

Jordi es el único invidente en el Instituto Santa María de Eivissa. Con él está Ángels Martínez, profesora del equipo que tiene la Conselleria d’Educaciò y la ONCE, quien le ayuda a adaptarse a las nuevas situaciones. «Coordinamos las necesidades de esa persona, con la familia y con la escuela, de tal manera que tenga
todas las necesidades cubiertas», apunta. Aún así todos los colegios cuentan con la ley de inclusión que permite que los alumnos discapacitados puedan integrarse en colegios ordinarios. «En Ibiza ahora hay 20 invidentes estudiantes y en el total de Baleares 146», señala Martínez. Para ella, la labor de acompañamiento que hace la ONCE es «extraordinaria» y su trabajo le permite disfrutar de la vida desde otra perspectiva. «Estos casos ningunean tus tonterías. Vivimos en una sociedad visual y el resto de sentidos necesitan más tiempo. Este tiempo te ayuda a ganarlo en tu vida porque muchas veces vamos tan deprisa que nos perdemos los detalles».

LA NOTA

Ibiza aprueba raspada en accesibilidad

Jordi, Marga y Ángels comparten la misma opinión: Ibiza está preparada, en parte, para personas invidentes, pero aún tiene mucho en lo que trabajar. Y es que la isla aún no cuenta con todos los semáforos adaptados, ni
con las rampas necesarias para andar con normalidad. «Todo lo que se tiene que adaptar cuesta más que lo que se hace nuevo», señala Ángels al tiempo que diceque «desde la ONCE metemos presión e intentamos sensibilizar a los políticos mediante paseos con antifaces o sillas de ruedas para que sean conscientes de que
no es fácil ser discapacitado en nuestras calles». Con el ejemplo de Barcelona, Madrid u otras ciudades europeas, se pide una mayor implicación por parte de las administraciones para conseguir cambios que faciliten la vida de estas personas.