Goa tiene 7 años, los mismos que lleva viviendo con Miguel Ángel, un joven de 26 años que lucha cada día por encontrar una vivienda digna en la isla. Situación que se complica cuando dice que no busca una casa solo para él, sino también para su perra. «Parece que tengo un tigre de bengala en vez de un animal de compañía», señala. Y sus palabras no se alejan mucho de la realidad. Sin ir más lejos, cada día podemos ver decenas de anuncios de alquileres de pisos que no permiten la entrada de animales y, lo que es aún más sorprendente, tampoco de niños. «Está claro que esto explotará en algún momento y no podemos quedarnos en casa hasta entonces», dice al tiempo que admite que, él mismo, está «permitiendo» esta situación.

Este ibicenco se independizó hace más de seis años cuando empezó a trabajar, pero hace unos meses tuvo que salir, a la fuerza, de su zona de confort. Después de estar cinco años de alquiler en el mismo piso, el contrato finalizó y con él la esperanza de encontrar algo «a un precio razonable» que no le separe de Goa.

Ahora no vive, sobrevive en lo que puede considerarse una «caseta» con tejado de uralita y, hasta hace unas semanas, sin luz ni agua corriente. Tampoco tiene contrato legal, ni antes ni ahora. «Hasta septiembre vivía en una de las habitaciones que hay en la casa de mi casero. Había dos chicas más y cada uno pagábamos 400 euros, pero llegamos un día y vimos todas nuestras cosas fuera», cuenta. De la noche a la mañana se vio en la calle, con sus pertenencias y su mascota, sin más opción que la de alojarse en uno de los terrenos que su casero tiene en los alrededores de su vivienda. «Él ha sido quien me ha obligado a vivir aquí, no podía elegir y ahora no encuentro nada donde acepten a mi perra», añade.

La situación es complicada. Miguel Ángel se encontró con un solar inhabitable que ha ido cogiendo, con mucho esfuerzo, un aspecto más acogedor. «Me he gastado casi 1000 euros entre el cable de la luz y la manguera de agua que he enganchado a su casa, no porque me lo haya facilitado, pero sino no podría vivir». Aún así ha tenido que fabricarse una ducha al aire libre y ni siquiera tiene un urinario para hacer sus necesidades. «Mi miedo viene ahora con la llegada del invierno, el frío y las lluvias».

Miguel Ángel vive ahí porque «la alternativa sería irme debajo del puente de Blanca Dona». Ahora está cobrando el paro después de finalizar, hace unos días, su contrato de temporada en un supermercado. «No me preocupa encontrar algo porque sé que salgo y tengo 10 trabajos seguro».

El problema es otro y el joven es consciente de que si no tuviese a Goa a su cargo, la situación sería diferente. «Estoy peleado con la mitad de mis amigos porque no entienden que viva así por un animal», explica haciendo ver el extremo al que ha llegado por su perra. Eso sí, es claro cuando dice que si hace siete años le hubiesen advertido que iba a acabar de este modo, «no tendría nada más que mi mochila y viviría feliz». Palabras que ahora se le atragantan porque, a día de hoy, sería incapaz de abandonar a un animal que ha pasado a formar parte de su familia y por el que «estoy viviendo de esta manera».

EL DETALLE

Miguel Ángel está dispuesto a empezar de cero en otro sitio

«Yo aquí tengo todo: mi familia, mis amigos, mi vida... y no solo eso, irme fuera significa empezar de nuevo y no sabría cómo hacerlo», cuenta el joven. Aún así, admite que «si mañana me sale algo, por ejemplo, en Las Palmas de Gran Canaria me voy corriendo». Una decisión que no hubiera tomado hace dos meses cuando la situación no había llegado a este extremo.

Ahora, ha perdido hasta las ganas de buscar piso porque «ni pagando seis meses por adelantado aceptan a mi perra».

Aún así, se muestra optimista y cree con paciencia la suerte llamará a su puerta. «Lo que no voy a permitir es que mi casero repita esta situación con otra persona», señala convencido de que nadie se merece pasar por ese «mal trago».