Gustavo Gómez ocupa el cargo de coordinador de Cáritas Ibiza desde hace ya tres años, pero lleva casi una década ligado a la entidad. Se encarga de las cuentas y de pedir subvenciones que ayuden a mejorar la vida de las personas más necesitadas. Además, dado el problema actual que hay con la vivienda en la isla, la entidad está esbozando un proyecto que ayude, al mismo tiempo, a dos colectivos necesitados. Tampoco se olvida de la importancia de seguir sumando socios para poder responder a la demanda actual.

— El otro día hablando con Miguel Ángel Riera, delegado episcopal de la entidad, nos decía que Cáritas se había propuesto el reto de conseguir 100 socios a 1.000 euros cada uno. ¿Hasta qué punto es necesario?

—Es un objetivo del que ya habíamos hablado más de una vez porque vemos que necesitamos ampliar los fondos propios por un montón de cuestiones. En primer lugar para una mayor sensibilización de la sociedad local y, por otro lado, para no depender tanto de las entidades externas, tanto administraciones públicas como privadas. Necesitamos asegurar un presupuesto para poder hacer frente al día a día.

—¿Cómo es el día a día en Cáritas? ¿Ha crecido el número de usuarios que usan los servicios del centro?

—Hace un par de semanas, con la proyección de tener casi el año cerrado, era curioso ver que, sumando toda la gente que ha pasado por los programas, ha bajado un 10% el número de atenciones. Ahora rondamos las 1.400 cuando el año pasado atendimos a 1.500 personas. Sin embargo, ha subido un 15% el número de personas que llegan al comedor social de personas sin hogar. La primera lectura de estos datos es de preocupación cuando en otros ámbitos de Cáritas, como el de empleo o acogida, ha venido menos gente a vernos. La preocupación está en que ha crecido la gente que ha venido a buscar una bolsa de comida o un plato caliente.

—En este sentido, ¿cada vez llega gente más joven pidiendo algún tipo de ayuda?

—Sí, sí. Igual que otros años comentábamos que no veíamos a gente ibicenca por el centro, sí que es verdad que antes no se veía a tanta gente joven. Seguimos teniendo un perfil de una persona varón de 30 a 50 años, pero sí que aparece más gente por debajo de la treintena que ha perdido un poco la esperanza. Tendemos a pensar que alguien de 20 años se come el mundo y sale a buscar trabajo y lo encuentra y esa recuperación personal es un trabajo difícil.

—Quizás eso que acaba de decir sea de lo más difícil de trabajar en Cáritas, ver que hay gente que pierde la esperanza.

—Claro, sin duda. Cuando te llega una persona desmotivada que piensa que el mundo pasa directamente de él, que nadie se interesa por él, que la persona pierde la esencia que le hace única... eso es lo más difícil de recuperar. Lo ves, sin ir más lejos, en la escalera cuando están esperando para desayunar. Charlas con uno, le preguntas y simplemente el pararte a hablar con él y escucharle te hace ver lo que nos necesitan para empezar su reconstrucción.

—¿Y lo más satisfactorio de trabajar allí?

—Muchas cosas y eso que en el día a día ves cosas duras y sabes que cuando tú te vas a casa con tu familia a estar calentito hay gente que se queda a la intemperie. Sin duda lo más satisfactorio es el agradecimiento que recibes y es que, sobre todo aquí en Ibiza, viene mucha gente con el problema de la vivienda y ves que no puedes hacer nada cuando les echan de su casa y no saben donde ir. Aún así te agradecen tus palabras, te agradecen que estés a su lado, aunque muchas veces no tengamos recursos para poder hacer más. Ahora en Navidad mucha gente me manda una carta diciéndome lo bien que están y que sin nuestro trabajo no hubieran podido salir. Eso te reconforta más que nada porque cada uno de ellos es un triunfo. Que alguien venga a pedir ayuda y que se la podamos dar, dentro de nuestras posibilidades, para que salga de la situación en la que se encontraba es lo más grande.

—De las cientos de personas a las que ayudáis cada año, ¿se puede decir que una gran mayoría sale del ‘bucle’ en el que se encuentra inmersa?

—Bueno, hay de todo y hay diferentes niveles. Por ejemplo, en los talleres de inserción, este año de las 100 personas que han pasado por ellos, más de un 30% en algún momento han tenido un trabajo. Ese es el objetivo y eso es brutal cuando en el SOIB no están ni a la mitad de esos porcentajes. A lo mejor son trabajos que no están bien remunerados o que ni siquiera van con un papel de por medio, pero ya es un comienzo.

—Según lo que dice... pobre no es solo quien no tiene un techo bajo el que refugiarse.

—Así es. Como comentamos desde hace dos o tres años con el tema de viviendas que nosotros lo empezamos a ver muy claro, vemos que hay estadísticas oficiales que dicen que hay gente que no llega a fin de mes aún teniendo jornadas de 40 horas de trabajo. Eso nos parece inconcebible en una sociedad de bienestar actual o que pretende serlo. Algo falla cuando aquí se habla de batir récords siempre a final de verano en turismo y el trabajador, que es el que está generando todo ese movimiento, no puede llegar a fin de mes. Eso lo denunciamos y lo denunciaremos siempre.

—En esta línea, Cáritas está estudiando la posibilidad de poder ayudar a un colectivo de mayor edad al tiempo que incide en el problema de la vivienda. ¿En qué consiste ese proyecto que tienen entre manos para este 2018?

—Estuvimos sondeando el tema y tenemos un esbozo de un proyecto que, digamos, sería social y sería sobre todo con la gente de nuestra comunidad eclesial. Hemos hablado de que el proyecto estaría centrado en esas personas mayores que necesitan estar cuidadas y esa gente que viene aquí a trabajar a la isla y no tiene dónde quedarse. La cosa sería que estas últimas convivieran y acompañaran a esas personas mayores. El objetivo final es que toda esta gente mayor que está sola pudiera estar acompañada por gente que también está sola y que necesitaría de una habitación. Son cosas que estamos modelando para aportar una ayuda a esta necesidad tan acuciante del problema de la vivienda.

—Ibiza es la isla de los contrastes: hay quien tiene mucho y quien no tiene apenas nada.

—Exacto. Parece que solo se ve esa otra Ibiza que sale en la tele cada dos por tres en verano, pero el otro lado también existe y la brecha cada vez es más grande entre unos y otros. El problema es que los menos favorecidos ocupan el porcentaje más bajo aunque en realidad es grande. Tenemos que hacer algo para cambiar la situación.

—Desde hace meses se habla mucho de las viviendas sociales y del albergue que está generando opiniones contrarias entre los vecinos de la zona. Desde su punto de vista, ¿cómo van a ayudar a mejorar la situación?

—Cáritas tiene una idea muy clara. Nosotros lo que nunca hemos dicho es que el albergue tenga que ir en una calle o en otra, lo que sí que tenemos claro es que el albergue tiene que ir en la ciudad. Un centro social tiene que estar en la sociedad y cerca de nosotros. Si en algún momento nos puede dar algún problema puntual, pues bueno. Ahora sin el albergue en esa zona también se ve a gente en la calle. Respecto al tema de la vivienda sí que creo que se están haciendo esfuerzos, pero hay que ir más allá. A nosotros cada día nos llega gente diciendo que antes ganaba 300 euros y con una pequeña ayuda nuestra podían pagarse una habitación por 400. Estas personas son las que primero se quedan en la calle sin ninguna posibilidad. Ya no te hablo de médicos o policías, si no de gente que no puede hacerlo. No va a haber viviendas sociales para todos, pero hay que buscar soluciones de otro tipo porque no llegamos y esto cada vez va a más.

—La pobreza «va a más» y vosotros, ¿cómo llegáis económicamente a fin de año para ayudar a todos los usuarios que acuden al centro?

—Desde hace algún tiempo vivimos al límite. Las administraciones van pagando cuando pueden. Nosotros cada día ponemos la comida en la mesa para 90 personas y no es algo que nos estén regalando. Necesitamos tener una base económica por algo que estamos haciendo que debería de hacer la administración y qué menos que pagar cuando toca. No podemos afrontar más pagos si siguen pagando tan tarde.

—¿Cuántos socios sois actualmente?

—Ahora unos 200 pero sí que es verdad que hay que gente que lleva 40 años y estamos encantados, pero pagan cinco euros. Entonces bienvenido sea, pero sí que intentamos potenciar el número de socios porque nos quitaría peso para no depender tanto de las administraciones y así ampliar las ayudas, becas y demás.