El director Alberto Castrillo-Ferrer.

Ayer se representó en Can Ventosa de Ibiza la obra Tristana. Protagonizada por Olivia Molina, Diana Palazón, José Luis Ferrer y Alejandro Arestegui y dirigida por Alberto Castrillo-Ferrer, esta historia de una joven huérfana con ganas de comerse el mundo, ser libre y tomar sus decisiones sin depender de un fuerte patriarcado que escribió Benito Pérez Galdós en 1892 sigue teniendo una contemporaneidad sonrojante. Tal vez por ello y por el magnífico papel de Olivia Molina como Tristana, esta obra que comenzó con Maria Pujalte y Pere Ponce en su reparto original ha tenido un gran éxito por toda España. De la vigencia de la historia y de la situación actual del teatro hablamos con su director, Alberto Castrillo-Ferrer.

—Tristana fue escrita a finales del siglo XIX por Benito Pérez Galdós pero sigue estando de actualidad. ¿Por qué?
—Porque aunque hayan pasado los siglos la sociedad no ha cambiado tanto. Decir Tristana hoy en día es decir lucha por la independencia de la mujer, lucha por la libertad sin el que dirán y un deseo de emanciparse sin mirar atrás.

—¿Es necesario leer la novela ver la obra?
—Quien conozca la obra se encontrará una adaptación muy fiel al original aunque teniendo en cuenta que hablamos de teatro, un arte que se mueve por conflictos y es menos narrativo que el cine o la novela.

—¿Lo mejor son sus personajes?
—Sin duda. Son cuatro desgraciados atrapados en su desdicha. Tristana es una huérfana que quiere cambiar su mundo, Lope está en un malvivir porque aunque está enamorado sabe que no está haciendo las cosas bien y luego le consumen los celos y la enfermedad, Horacio tampoco es una persona feliz y Saturna, el ama de llaves, lo lleva todo fatal aguantando todo tipo de cosas. Lo tienen todo para conquistar al público.

—Su evolución también es fascinante...
—Sí. Horacio, que es el más liberal luego acaba siendo el más conservador y con Lope pasa igual. Todos ellos aportan cuarvas emocionales estupendas que hacen que la obra esté llena de sensibilidad y de naturaleza humana. Lo mejor de la obra es que el espectador se siente identificado con sus personajes.

—¿Hasta con el de Tristana?
—Claro. Ella apadrina la bandera del feminisimo porque lo siente desde dentro y como haríamos cualquiera. La diferencia es que ella vive a finales del XIX y todo era mucho más complicado porque el patriarcado estaba muy instaurado en la sociedad.

—Olivia Molina está estupenda. Hay quien dice que hace el mejor papel de su carrera.
—Olivia ha sido para mi un descubrimiento y desde el primer día descubrí que es una de las grandes actrices españolas. Sólo la conocía de haberla visto en televisión o por el origen de su familia pero he encontrado a una joven que además es una magnífica persona, siempre dispuesta a ayudar a todo el mundo. De hecho ha sido la que ha enarbolado la bandera de esta obra en todo momento y sin ella, posiblemente, nada de esto hubiera sido posible.

—Lo cierto es que ella y Alejandro Arestegui son los únicos que siguen del reparto original...
—Es cierto. Desde el principio tuve la suerte de trabajar con Pere Ponce y María Pujalte pero después, por unas cosas o por otras, tuvieron que abandonar el proyecto. Afortunadamente José Luis Ferrer y Diana Palazón se han metido a la perfección en sus dos personajes ya que desde el primer momento estaba perfectamente trazado.

—¿Por qué cada vez más actores se atreven con el teatro? Parece mucho más difícil que la televisión o el cine.
—¿Y qué tiene que atrae a tanto público? Creo que la clave está en que el teatro es verdad y que cuando uno ve una buena obra se engancha definitivamente. Por eso, cuando doy conferencias en los institutos siempre les digo a los alumnos que si quieren ligar no hay nada mejor que ir a ver una obra de teatro porque si a tu pareja le gusta tendrás mucho ganado después. (Risas).

—¿También influye la adrenalina del directo, del no poderse equivocar?
—Por supuesto. Ten en cuenta que un actor de teatro se puede morir en directo. En el cine todo se puede parar y aquí no.

—¿Y la magia del contacto con el público?
—Eso es magnífico. El aplauso final o ver la cara de los espectadores ante tu texto, ver si están cansados, felices, con miedo o aburridos es lo mejor que hay.

—¿Es un buen momento para el teatro?
—Estamos mejor que hace unos años cuando vivimos una gran crisis para actores y espectadores. Sin embargo aún hay muchas cosas que mejorar, sobre todo a nivel de información y educación. En España todo el mundo sabe de cine pero de teatro no tanto y falta información sobre los tipos de obra que se representan para poder elegir el producto que queremos ir a ver.

—¿Y a nivel de ayudas?
—Estamos como siempre. Si queremos mejorar hay que hacer más políticas y dar más presupuestos.

—Y que el teatro siga siendo crítico...
—Por supuesto. Somos la hemeroteca más antigua que existe con más de 3000 años de existencia. Ya en la primera obra de Esquilo se hablaba de corrupción y nada ha cambiado desde entonces. Es necesario que el teatro siga siendo ese Pepito Grillo para no acabar en dictaduras, sistemas totalitarios o sociedades contentas pero vacías. Es absolutamente necesario que el teatro siga haciendo preguntas a la sociedad.