El Born, Barcelona, 2014

Es un aliciente más que se desarrolla en muchas ocasiones con sutileza, proponiendo cierta duda al observador, si ha sido conseguido o no. Ciertamente son propuestas revocables, aunque en ocasiones resultan tras composiciones que proponen varias opciones que en este sentido surgen con retórica rotunda y estable. Una estabilidad tan bien aprehendida, que precisamente en este sentido avivan el juego. Son formas, texturas y colores lo suficientemente establecidos, como para que la obra resultante no descienda hacia un precipicio, aunque simbólico.

En este caso trabajamos con volúmenes establecidos y casi compuestos al azar. Son como las cualidades del dandi, apreciados en el momento de ser precisamente eso, apreciados. Son instantes tal vez sujetos a una determinada espontaneidad, o sin ir más lejos, a la mirada atenta de quien observa, reconoce y disfruta.

En el caso del Guernica por ejemplo, observamos una clara tendencia hacia el lado opuesto de las trayectorias conocidas y utilizadas habitualmente. Algunos intérpretes atribuyen la tendencia de este ejemplo a que la intención inicial de dicha obra fue componerla con la previsión del grabado, cambiando los sentidos, para que tras la impresión, se pueda apreciar de izquierda a derecha como acostumbrados estamos.

Pero las tendencias direccionales no son las únicas visiones que posibilitan el juego jerárquico de los elementos, a la hora de la composición. También las distintas cualidades de los propios elementos, y no solo en forma y color, proponen una alternativa a la descentralización del equilibrio, si observamos por ejemplo el Grito de Munch. Aquí la sección protagonista, aunque aparentemente desplazada recupera rápidamente su posición, gracias la acción expresada.

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Cuando el espacio dirigente de la obra señala claramente el centro, cabe aligerar esta gravedad expuesta, seleccionando los espacios neutros avivados por elementos menores de color, como muestra Klee en su obra. Al igual que Kandinsky, logra un balance claro y bien equilibrado. Cuanto más vivo el color, menos superficie es necesaria para contrarrestar peso. Will Faber es también un gran maestro de esta baraja de color, superficie y forma.

En escultura normalmente el propio papel temático propone este equilibrio. Si observamos los trabajos de Botero, reconocemos rápidamente la habilidad con que maneja la desmesura entre cuerpos y extremidades, logrando una impresión siempre ligada a la expresión pretendida. En el caso de Moore ocurre algo similar pero de manera distinta. Precisamente la falta de volumen caracteriza y ayuda a contrarrestar esta ausencia de peso. Miramos a través de los cuerpos, consiguiendo gracias a este vacío una aproximación al volumen pretendido pero inexistente.

No se precisa el respaldo de un cálculo matemático. La situación a la hora de componer es bien sencilla. Absorbemos y valoramos lo que percibimos y notamos rápidamente si el conjunto de mesas y sillas están colocadas con equidistancia o no. Hay quien se ayuda de marcas para poder trabajar con más rapidez y precisión. Pero realmente no es necesario complicar tanto el asunto. Si el primer conjunto está correctamente colocado, es por ejemplo en este caso la propia línea de las baldosas, la que nos sirve de guía.

Aquello que en la vida cotidiana nos plantea estética y orden, nos sirve aquí por igual. Según la composición, el banco debería volcar. Gracias a los elementos esculturales la composición no peligra. Aquí, sin querer se ha logrado un balance perfecto. Perfecto para unos, para otros tal vez no. La cuestión es que el equilibrio que se plantea provoque una reacción.