Hoy vengo a hablar de un tema que, a menudo, se confunde, porque puede disfrazar otras cosas que, en realidad, no sabemos, podemos, o queremos ver. Me refiero a la pereza.

En general, pensamos que una persona sufre de pereza cuando, teniendo muchas cosas que hacer, sin embargo, se dedica a no hacer nada y a dejar pasar el tiempo. Tiene falta de ganas de trabajar, o de hacer cosas, o, las hace con debilidad, lentitud y desgana.

Suele tener una connotación negativa (mucho más en nuestra sociedad tan competitiva y centrada en la acción), y relacionarse con la negligencia, la flojera y la holgazanería.

Sin embargo, la pereza suele ser un “traje” con el que disfrazamos otros aspectos más complicados que nos cuesta mucho ver.

Algunos de ellos son:

• Miedo: A menudo, cuando no tenemos ganas de hacer algo, lo evitamos y lo posponemos continuamente,
lo que en realidad ocurre es que detrás hay un miedo grande que no queremos enfrentar. Por ejemplo,
al retrasar continuamente tareas que sabemos que van a tener consecuencias importantes para nosotros, y, a pesar de ello, las vamos retrasando una y otra vez, es muy posible que tengamos miedo al fracaso, miedo al éxito, baja autoestima, etc.

• Cansancio: Puede suceder que, en realidad, lo que esté pasando es que estemos tan cansados que no nos veamos con fuerzas para abordar esa tarea que tenemos por delante, ya que suponemos que nos va a suponer un esfuerzo grande que, quizás, no esté en nuestra mano en esos momentos. En estos casos, la mayoría de las veces, podemos hacer nuestra tarea sin problemas, después de tomarnos el tiempo necesario para descansar.

• Falta de motivación: Tal vez, nos cuesta tanto realizar la tarea en cuestión porque, en el fondo, es algo que no queremos hacer realmente. Podría ser que fuera algo que nos han encargado otros, o algo que va en contra de nuestros valores esenciales o de nuestros objetivos reales.

Expectativas negativas: podría ser que pensemos que realizar esa tarea no nos va a proporcionar un beneficio que merezca la pena, o no tendrá un reconocimiento que creemos que merecemos, o, tal vez, pensamos que hacerla nos puede llevar a pasarlo
mal.

La mayoría de las veces, la pereza suele ser una falta de auto-regulación y de organización del tiempo, que se puede solucionar, si somos conscientes de ello.

Pero, cuando retrasamos nuestras tareas continuamente (en este caso, se llama procrastinar: sustituimos tareas relevantes por otras insustanciales que nos hacen perder el tiempo). Cuando nos auto engañamos a nosotros mismos o tenemos muy buenas intenciones, diciendo que pronto lo haremos, pero, después, nunca damos el paso. Cuando sufrimos un perfeccionismo tan grande que nos impide terminar algo, porque nunca está suficientemente bien. En todos esos casos, seguramente, nuestra “pereza” nos esté afectando muy negativamente y, es muy posible que acabemos teniendo un problema, si no lo solucionamos.

La pereza nos puede llegar a provocar mucha insatisfacción.

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Muchas veces, conlleva baja autoestima (no nos sentimos capaces de conseguir nuestros objetivos, no tenemos confianza en nuestros recursos personales, creemos que estamos abocados a fracasar continuamente). Provoca insatisfacción personal, apatía y sensación de vacío. Hace que abandonemos pronto nuestros objetivos y que no disfrutemos de las actividades, porque creemos que implican mucho esfuerzo o las sentimos como obligatorias.

También, puede estar asociada a trastornos del ánimo. La persona es incapaz de hacer nada, porque le domina un estado de desgana, apatía y falta de energía importantes que le impiden actuar con normalidad.

También está relacionada con nuestra personalidad. Hay personas más centradas en la acción, más activas. Y otras que prefieren actividades más tranquilas y contemplativas y necesitan menos movimiento en sus vidas. Y ello no es bueno ni malo, siempre que no nos suponga un problema a la hora de conseguir los objetivos que nos propongamos.

Para enfrentar la pereza, nos puede ayudar: Funcionar por objetivos, no por estados emocionales.

•Desglosar las tareas en pequeños pasos más fácilmente abordables.

•Fijar metas alcanzables que garanticen el éxito a largo plazo. Ello nos servirá para ganar en confianza y romper esa teoría de que siempre fracasamos.

•Establecer plazos claros y dedicarles el tiempo necesario. Hay que buscar un espacio del día para poder hacer aquello que nos cuesta hacer, y hacerlo, aunque no tengamos ganas.

Buscar apoyo social. Compartir nuestra actividad con otra persona o comprometerse con alguien que tenga una actitud activa, nos puede ayudar a motivarnos.

Eso sí, hay que intentar no llegar al extremo contrario y encontrar un equilibrio, ya que llegar a una rigidez extrema en la que no nos permitimos nunca parar a descansar, ni posponer, puede llegar a ser igual de
perjudicial o más.

Como siempre, ser conscientes, es la clave para encontrar nuestro propio ritmo.

Y tú, ¿te consideras una persona perezosa?