Mª Ángeles Leciñena.

Es lunes por la mañana y sólo hay dos personas en la sala de espera de Urgencias. «Están todos dentro», dice Leciñena que coordina un servicio que siempre está en el punto de mira. De su servicio y de su faceta más personal, habla está veterana doctora que empezó a estudiar Ciencias Exactas.

¿Cómo fue estudiar Ciencias Exactas?

—Tenía matrículas en matemáticas e hice Exactas pero era el año de la revolución y, más que a estudiar, me dediqué a estar en la calle detrás de pancartas y delante de la Policía. En esos momentos de tanto activismo me planteé que me parecía poco humanista pasarme toda la vida encerrada con números.

Y de ahí el salto a Medicina.

—Compaginé con Magisterio. Cuando acabé los estudios de profesora estaba de interna en Digestivo en el Clínico y aprendí mucho. El tiempo me cundía mucho. Estudiaba por la noche, por la mañana iba al hospital a hacer prácticas y me quedaba tiempo para irme con la tuna.

Y corrió delante de los grises.

—Sí, me tocó correr delante de los grises y te impone más cuando ellos van a caballo y tu a pie. Luego fue gracioso porque en una manifestación en Ibiza se me acercó un policía local y me dijo «doctora, si quiere venga con nosotros en el coche, que llueve mucho». Han cambiado mucho las cosas y también las Fuerzas de Seguridad.

Ha estado en política y es de las que no se muerden la lengua.

—No he estado en política por necesidad, ni por hacer carrera. Política hacemos todos los días siempre que opinas. Aunque parezca mentira, los cargos no me atraen, los vivo con un exceso de responsabilidad y nunca los he pedido. Cuando te ofrecen un cargo y siendo mujer parece que tienes doble obligación de aceptar porque es muy fácil criticar cuando no has dado el paso adelante. Todo el mundo debería tener derecho y obligación de estar en política algún tiempo.

Pues algunos no están bien valorados.

—Creo que hay políticos de muchas clases, no todos son sinvergüenzas. Hay políticos por vocación de servicio. Lo mejor de un partido no son sus dirigentes sino sus militantes.

Usted es un poco verso suelto del PSOE, ¿Sigue afiliada?

—Casi por un error bancario dejo de militar, pero no necesito tener un carnet para tener mis ideas. Alguno de los dirigentes de mi partido que no responden a mis expectativas no van a cambiar mi forma de pensar.

¿Cómo fue venir a trabajar en Ibiza?

—En el viaje de fin de curso de Magisterio teníamos dos opciones: Ibiza y la Costa Azul. Voté por la Costa Azul pero ganaron los de Ibiza y yo, por cabezonería, no fui; pues, taza y media. Cuando acabé Medicina había mucho paro en Zaragoza y tenía un familiar aquí que me animó a que me viniera. Me colegié en julio y en agostó empecé a trabajar en Urgencias.

Vamos, que lo suyo no fue vocación sino un cúmulo de circunstancias.

—Un día, a las tres de la tarde, me dijeron que a las cinco empezaba en Urgencias y no lo había pisado antes. Fue un poco de taquicardia, pero había muchas menos, hubo inviernos con siete urgencias al día en primaria. Éramos dos en Urgencias, el del hospital y el de Primaria, que era yo.

Vaya cambio con las de ahora.

—Sobre todo había menos población.

Igual que ahora, que cuando llega el verano se echa a temblar.

—No sólo por los extranjeros sino por los de la Península, que si saben encontrar el hospital también son capaces de hallar un centro de salud que también tiene Urgencias. El hospital siempre ha sido muy apetecible porque tiene muchos medios. Algunos te dicen que tienen que esperar, pero que le hacen de todo. En sitios como en Sant Antoni sería bueno tener un aparato de rayos básico y que puedan hacer analíticas sencillas, eso quitaría urgencias de aquí y serviría para primaria.

¿No ha tenido ganas de irse a trabajar a primaria y dejar las urgencias?

—No, debuté en Urgencias de una manera muy repentina pero me engancharon y me encanta. Tuve oportunidad de irme al Miguel Servet de Zaragoza en 2001 pero no me fui. Me he enamorado de Ibiza y cuando me jubile me costará abandonarla.

¿Piensa irse cuando se jubile?

—Creo que sí, por motivos de organización familiar, pero sin prisa porque me va a doler mucho. Mientras el cuerpo aguante nunca me desvincularé de la isla. Tengo amigos ibicencos que son como mi familia. Aquí he pasado por momentos muy especiales.

¿Le duele que Urgencias sea uno de los servicios con más reclamaciones?

—Urgencias es la cara de la disfunción del sistema y donde todos los problemas acaban reflejándose. Si no hay camas, acaban aquí; que se alarga la lista de espera quirúrgica, el paciente viene y no le digo las esperas para consultas. No sólo pasa en este hospital. Aparte de que aquí tenemos nuestros propios problemas como la falta de plantilla adecuada para dar unos mínimos asistenciales. Me sorprendió que dijeran que se necesitan 29 profesionales de Urgencias. Nunca hemos llegado a ese número; ahora hay 17 haciendo guardias, más otro cinco exentos por edad o enfermedad. No hay gente con formación en Urgencias que quiera venir a trabajar. En los últimos años se ha ido gente, muchos por temas personales. No hemos tenido problema para contratar a gente por el catalán, pero el hecho de exigirlo hace que se plantee que quieran quedarse. También hay otros que no quieren hacer el esfuerzo de aprenderlo y eso lo hemos tenido toda la vida. Tenemos fama a nivel nacional de la carestía de la vida que es cierto. También tenemos el problema del transporte y los alojamientos. Tendrían que hacer campañas a nivel nacional explicando sus líneas estratégicas para paliar todos estos problemas y no sé si se ha sabido hacer.

Ha acabado hablando de política.

—La política está en todo, lo personal, lo social y lo laboral.

¿Cuál ha sido su peor y mejor experiencia en este servicio?

—La mejor adrenalina de mi trabajo es cuando un paciente me da las gracias. Lo peor cuando comunicas una mala noticia, cuando tienes que atender a pacientes por agresiones sexuales y recuerdo un momento muy duro de la muerte de un bebé. Hay situaciones para las que no estas preparado y haces mecanismos de defensa, como reírte. La gente no entiende que necesitemos descargar esa tensión.

Es una apasionada de los viajes. ¿Cuántos países le queda por visitar?

—El mundo es muy grande. Me gusta viajar porque te da muchas lecciones de vida, aprendes a no protestar por las condiciones de trabajo y los privilegios que he tenido. He visitado 40 países y a algunos he vuelto, como Marruecos, Vietnam, Camboya y Egipto. Tengo pendiente Irán, el sur de la India y Chile. Me hubiera gustado hacer más viajes humanitarios, el único que hice fue a los campamentos sahararuis y monté un servicio de urgencias.

¿Ha tenido que ir a Urgencias en alguno de sus viajes?

—No, pero en los aviones me ha tocado hasta siete veces. En uno de los viajes a la India del norte una señora tuvo una crisis epiléptica, era la primera vez que le pasaba y le dije que tenía que ir a que la atendieran, pero desoyó mi consejo y siguió viajando.