Joshua Socias durante la entrevista en Cala de Bou. | Marcelo Sastre

Joshua Socias es por todos conocido como Hosh, en la Ibiza que le vio nacer en 1976. Tras 25 años spray en mano y un título de Bellas Artes bajo el brazo, se ha consolidado dentro del panorama del street art como un creador que destaca por su estilo jovial y pulcro, su forma participativa de trabajar y por su constante evolución. Hosh ha hablado para el Periódico de Ibiza y Formentera de su trayectoria, que comenzó en plena explosión del Hip-hop en los años 90, de su punto de vista acerca de la profesión, así como de todas las vertientes que confluyen dentro de la corriente.

Un análisis que nos desvela la profundidad del universo del arte urbano y nos descubre a un artista dotado de una lógica de trabajo efectiva. El grafitero justo hace un mes que aterrizó del Fate Festival, una apuesta por el muralismo a gran escala que congrega al arte contemporáneo internacional en Nápoles desde 2004.

— ¿En qué consiste el ‘Fate Festival’ y cómo ha ido la experiencia?
— El proyecto está dedicado al Campeonato del Mundo de Parapente y se pensó hacer una ruta artística para ver las obras desde el aire. Por lo tanto, eran tejados muy grandes. Para esto se emplea pintura, porque el spray es para base vertical y en grandes superficies te dejas la mano. La experiencia fue muy interesante y diferente, hacíamos el seguimiento con drones y nunca había trabajado en un espacio tan grande sin poder ver la obra directamente. Una cosa más que complementar a mi trabajo.

— Acerca de su trabajo y de su estilo, ¿de qué se alimenta?
— Siempre he intentado tener influencias fuera del grafiti, y en el grafiti obviamente, pero siempre me ha gustado no seguir las reglas al pie de la letra. Me gusta, desde el contraste de colores de un anuncio de publicidad a un cartel que veo por la calle. O puedo aplicar la combinación de colores de un vestido; mi fuente es todo lo que veo. No es centrarme en una cosa concreta sino, por ejemplo, en el mundo del cartoon, de la ilustración, en el pop surrealista, lo psicodélico, artistas de pintura como Jean Dubuffet y Twombly, o de escritores de grafiti de los clásicos de Nueva York o de España.

— ¿Dónde está la diferencia entre el grafiti y el muralismo?
— El muralismo era algo que estaba muerto desde artistas mejicanos como Diego Rivera. A través del grafiti empezó a generarse un interés por el muralismo y ahora muchos se han metido a ello. Entonces, para mi lo han impulsado los grafiteros pero han seguido destacando los buenos muralistas, muchos de ellos no son grafiteros, ni tienen porque serlo y reconozco su mérito. Son muy diferentes a nivel de concepto y lo único que comparten con los grafiteros es la calle. Lo que pasa es que los grafiteros se pican porque los muralistas ganan dinero. Ahí es donde hay que aclararse, incluso pasa aquí en Ibiza. El grafiti puro y duro no está pensado para profesionalizarlo, no tiene sentido. Por eso yo separo, cuando hago grafiti y cuando hago muralismo e intento darle una vuelta. Tienes que tener un discurso o un concepto muy bueno para que funcione. Pero hay caos, porque incluso hay gente que está haciendo muralismo y nunca ha estado en la calle.

— Entonces, ¿hay que tener un bagaje en la calle para hacer muralismo?
— No tiene porqué. Hay chavales que igual no lo necesitan. Llevo 20 años pintando en la calle y eso me ha ayudado para subirme a una grúa y pintar en grande, pero veo chavales que nunca han pintado en la calle, les ponen una grúa, un asistente y le dan permisos para pintar un muro entero.

— En la actualidad, ¿se ha centrado en exclusiva al muralismo?
— Nunca dejaré de lado el grafiti, pero los separo porque soy consciente de que no tiene nada que ver. Con el muralismo se trabajan otras cosas, hay que hacer un ejercicio mayor porque utilizas un espacio público grande en el que la gente se fija. Cuando hago un mural en otra ciudad intento integrarme en el contexto social de lo que pinto, porque si tu haces un mural en una ciudad que no es la tuya, hay que saber qué pasa en esa ciudad para que no sea ofensivo, para que perdure en el tiempo y para que los vecinos lo hagan suyo, y no sea como una invasión. En un grafiti pones tu nombre sin buscar ningún tipo de integración con la sociedad.

— ¿Qué es para Hosh el grafiti?
— Es la terapia de poner mi nombre y trabajar el estilo, sin sugerir nada. En el grafiti pones tu nombre para trabajar un texto y una tipografía y así es como nació en Nueva York, para tener tu minuto de gloria y darte a conocer. Quieres identificarte como la Coca-Cola, eres una marca y una forma de mostrarte ante millones de personas. Por eso tú no podrías coger un edificio entero y poner tu nombre, sería un ejercicio de ego, y es lo que lo diferencia del mural.

— Hablaba de la profesionalización como una de las diferencias entre las dos vertientes, ¿qué opina sobre pintar en persianas o exponer en museos?
— Para mi, pintar una persiana de comercio no es profesionalizar el grafiti, es como llamar al bricolaje arte. Hay que saber comparar, porque tampoco es lo mismo una galería de arte, una sala de exposiciones o un museo. Veo pintores que van a un bar a exponer su obra y yo no entiendo eso, para mi no es mostrar tu obra, sino decorar el local. Es obra decorativa y muy difícilmente eso vaya a un museo.

— Al final, es otra forma de mercantilizar el arte, ¿no?
— Depende de cada uno. Pintar persianas es una forma muy digna de ganarte el pan, no quiero decir que no. Pero no se puede llegar a un museo pintando persianas. Tengo amigos míos grafiteros que me dicen que llaman a gente de fuera para el Bloop Festival de San Antonio, pues claro, es que es un festival para muralistas y aquí no hay. Dentro del street art no todo es muralismo, sino arte conceptual. Yo veo muy complicado el tema del negocio del arte, es lo peor que tiene porque es algo muy subjetivo. A veces expones en un sitio y según la galería ya tienes que tener un precio, vas adquiriendo caché, ese caché nunca puede bajar y, ¿qué pasa cuando hay crisis, entonces?

— Es todo muy relativo...
— Sí. Luego también es a quién te diriges. A mi me gusta enfocarlo por ahí, porque no es lo mismo hacer un mural para un colegio que hacerlo para otro sitio. Lo importante es saber lo que quieres hacer y hacia donde vas orientado, sigo una coherencia conmigo mismo y lo que hago, sin dejarme llevar por números. Estipulo según mi momento y coherencia. En muralismo hay que mover mucho, incluso necesitas subvenciones y facilidades. No es por ser contradictorio, pero tampoco voy a bajar mi caché, aunque pueda pintar gratis en según que casos.

— Sus obras son visibles en varios centros escolares de la isla, ¿por qué estos espacios y qué aporta el mural participativo?
— Fue casual y previsto a la vez. Hace años que hago mural participativo. También he trabajado como educador en centros de menores, dando clases de capoeira a niños y trabajo mucho con diferentes tipos de población. Cuando se enteraron de que hacía grafiti, me ofrecieron hacer talleres, y a partir de eso decidí juntar la idea de hacer murales y hacerlos participativos.

— Y, ¿de dónde surge la idea del mural participativo?
— Hace años fui a un festival donde conocí a Mono González, un muralista chileno de los de verdad, que empezó a pintar en los 70 con la dictadura de Pinochet. Su mural social me impactó mucho, hasta el punto que ha sido una persona que me ha abierto la visión de lo que yo hacía, me ha reafirmado cosas que intuía y me servido de guía. Entonces yo lo que intento cuando voy a Italia, como ahora, es que participe la gente, conocer a la gente, el barrio. Así, de alguna manera respetan más tu obra, se llevan algo de ti y tu te llevas algo de ellos. Para eso, busco un estilo sencillo en el que me puedan ayudar. Del festival en el que conocí a Mono, me tocó pintar un colegio en el que habían varios chavales gamberretes. Yo sabía que tenía que hacerme amigo de ellos porque si no me quitaban la pintura y demás, y me ayudaron mucho. Me gustó la experiencia.

— Y extrapoló la idea al Medusa Festival de Ibiza, ¿no?
— Como aquí es tan difícil conseguir un permiso para pintar un edificio, decidí hacerlo en colegios. El proyecto les interesó, eran cuatro artistas para escuelas con talleres de arte urbano. Cuadraba todo, porque pedir permiso al Ayuntamiento facilita la faena. En una comunidad de vecinos por ejemplo, con que uno no esté de acuerdo, no hay obra. Entonces, fue efectivo; es un lavabo de cara, aportas un cambio y encima los chavales se quedan contentos. Hay colegios que me han pedido un mural y espero que Medusa Festival vuelva a celebrarse en 2019.

— ¿Es vandálico el grafiti?
— No creo que vandálico sea la palabra, porque pintar puede ser ilegal pero siempre voy a respetar dónde. Es decir, nunca voy a hacerlo sobre una propiedad particular, un edificio histórico o patrimonial importante, ni sobre otra obra. Tiene su parte reivindicativa, porque en el momento que pintas en la calle ya estás reivindicando algo. Cuando cumplí 30 años fui a Nueva York a pintar el metro. Pintaba trenes, y lo respetable en el grafiti también es adónde puedes llegar. En mural hay una especie de derechos que protege las obras, no te lo pueden quitar así como así.

— Tiene que dar pena pintar y no ver nunca más su obra.
— Imagínate, cuando tenía 30 años en el metro de Nueva York pintando vagones, teníamos que aprovechar para hacer la foto a la salida del primer tren de madrugada, esperar a acabar el carrete y luego revelarlo.

— ¿Ha sido multado en Ibiza?
— En Ibiza nunca me han multado. Una vez casi lo hace un policía cuando escribía en una caseta de Gesa en medio del monte. Pasé pintura blanca por encima y se arregló, pero lo he comentado muchas veces, hay muros feos que ganan mucho más pintados. Con el propietario de Maderas Planells, en la autovía a San Antonio pasó algo parecido, pero le gustó tanto el resultado que al final me dejó hacer.

— ¿Cómo está el panorama del ‘street art’ en la isla?
— Hay una convivencia entre artistas y cada uno hace lo que hace, porque somos pocos pero curiosamente hacemos cosas muy diferentes. Entonces sigo aquí, porque es mi ciudad y me apetece hacer proyectos, como arte participativo con la gente, o mover cielo y tierra para traer a Mono González o a Suso de Madrid, artistas con los que me identifico. Aunque sigo moviéndome y donde me llamen voy, no me quedo estancado. He hecho cosas en Brasil, Nueva York, en Alemania en los 90 y a través del grafiti me he ido moviendo.

— ¿Qué opina sobre el encarcelamiento de Valtonyc y de raperos en general?
— Me parece ridículo que en 2018 pase esto. Mi apoyo total a ellos, aunque las formas no han sido muy inteligentes y, al final, lo que consiguen es vender más.