Medio centenar de personas viven en condiciones muy precarias en una veintena de caravanas.

Martina (nombre ficticio) es una de las personas que vive junto a su familia en el asentamiento de caravanas de Ses Variades, en Sant Antoni. Y también una excepción, pues lo hacen por voluntad propia. «Somos una familia viajera, antes estuvimos en Francia y ahora aquí».

Esta mujer reconoció que la mayoría de las personas que viven en las caravanas lo hacen por necesidad, por las dificultades que tienen de acceder a una vivienda en la isla. Al principio, cuando nos acercamos para hablar con ella, se mostró reticente. «Continuamente viene gente a grabar sin respetar nuestro espacio personal, me siento violenta y cuestionada», relató.

En el solar de Ses Variades, un espacio de uso público, permanecen estacionadas más de una veintena de caravanas. Por ley, pueden hacerlo, lo que no está permitido es acampar, poner sobre el terreno sillas, mesas u otro tipo de accesorios.

El silencio en la zona es absoluto. Prácticamente todas las caravanas están tapadas con cortinas y es complicado hablar con nadie. A medida que avanzamos, encontramos cinco botellas de gas de la risa (óxido nitroso) en una zona en la que se realizan botellones habitualmente. Unos metros más allá encontramos una caravana en la que se oye ruido. Después de preguntar, un hombre saca la cabeza por la ventana.

Exclusión social

Pedro (nombre ficticio) tiene un aspecto muy descuidado. Cuenta que vive en esta caravana, de su propiedad, porque a su edad (62 años) ya nadie le quiere contratar. «Solo quieren a gente joven». Es mécanico y electricista y se quedó sin trabajo hace 12 años. Su mujer sí tiene trabajo, lo que le permite tener un sustento mínimo.

Tiene cáncer y no sabe cuánto tiempo le queda. Recibe asistencia sanitaria (enseña una sonda que tiene conectada al cuerpo), pero las condiciones higiénicas en las que vive no son las más adecuadas, ni para vivir ni para curarse de su enfermedad. También tiene acceso a electricidad y para conseguir agua explica que se desplaza hasta Sant Rafael, con la ayuda de algún amigo.

«Vivo así porque cuando me quedé sin trabajo ya no podía seguir pagando mi casa y no quería ser desahuciado ni tener líos con la justica», aseguró. Pedro se siente totalmente desamparado por los servicios sociales. «Solo hay ayudas para inmigrantes, pero para los españoles no queda nada». Al mismo tiempo argumentó que si fuera joven se iría de este país y que se avergonzaba de ser ciudadano español. «Pero, entonces, si usted dice que también se buscaría la vida en otro país ¿por qué responsabiliza a los inmigrantes que hacen lo mismo?», pregunté.

Pedro reconoció que los inmigrantes también intentan salir adelante como pueden, pero tiene la percepción de que las instituciones no se ocupan lo suficiente de los españoles. Y responsabilizó a los distintos gobiernos centrales y a los distintos equipos de gobierno del Govern balear de no hacer nada contra la precariedad.

«Los que somos pobres, los que no tenemos nada, no importamos a nadie. Ibiza no es una isla bonita como dicen, es una isla para ricos», sentenció. El precio desorbitado de la vivienda es uno de los factores que conduce a la pobreza y la exclusión social.