Pedro Miguel Ramírez en su casa junto a dos de sus tres hijos.

Si alguien le hubiera dicho a Pedro Miguel Ramírez que acabaría en Ibiza, casado, con tres hijos y como diácono de la Iglesia Católica cuando empezó sus estudios de Ingeniería Química en el Instituto Tecnológico de Tapachula, Méjico, se hubiera reído de semejante ocurrencia. Su familia era protestante y no sabía ni dónde estaba Ibiza.

Pero el próximo sábado 20 de octubre, a las 10.30 horas en la catedral de Ibiza, el obispo de las Pitiusas, Vicente Juan Segura, le ordenará como primer diácono permanente de la isla de Ibiza. Y desde ese estudiante mejicano de familia adventista hasta hoy hay una larga historia.

Romper con el pasado

Mientras estudiaba en Méjico, Pedro Miguel se unió a un grupo de jóvenes católicos que realizaba actividades de ayuda social. Dice que siempre le había llamado el poder ayudar a los demás. Pero a medida que iba desarrollando esta actividad con ellos descubrió una perspectiva del Evangelio que no conocía. «A mí no me cuadraba su actitud; eso que les movía a ellos a acercarse a la gente pobre y a la acción social».

Eso le llevó a tratar temas más teológicos que sociales con el sacerdote que llevaba el movimiento, Gerardo Robles. Entre acusaciones del uno al otro, y de una iglesia a otra, terminó planteándose su fe protestante y finalmente inició el catecumenado para bautizarse.

Robles, al ver su interés por la labor social, le invitó a ayudarle en las visitas que hacía a pequeñas aldeas muy pobres de los montes que rodeaban Tapachula. Aquella misión le llenó tanto que nació en él interés por la vocación sacerdotal.

Sus padres habían tolerado su paso a la fe católica, pero en el momento en el que le comunió a su padre que quería ser sacerdote sobrepasó lo tolerable. «Si quieres seguir estudiando te apañas como quieras, no te voy a dar un peso para la formación y ahí tienes la puerta», cuenta que le dijo. Y no se lo pensó, cogió la puerta y se fue.

Viéndose en la calle, sin nada, acabó viviendo en la parroquia del sacerdote con el que había visto nacer su vocación. De ahí se fue al seminario a Querétaro y en el propio seminario le plantearon, por su buen perfil académico, seguir sus estudios en Toledo, España. Antes de salir de Méjico logró la reconciliación con su padre.

Tras cruzar el Atlántico para formarse para el sacerdocio, y estudiar allí dos años, aparece, sin embargo, un anhelo distinto. Sufre una crisis vocacional.
«A mí me gustaba mucho todo el aspecto de la misión y la labor social del sacerdote. Pero también sentía el deseo de formar una familia», precisa.

Ambas vocaciones, al sacerdocio y a la familia, provocan en él un gran conflicto. Tras nueve años de estudios decide que lo deja. Que verá cómo dar uso de toda la formación recibida, pero que quiere formar una familia. Esto se lo plantea a César García Magán, actualmente vicario general de la Diócesis de Toledo. Éste, que ve potencial en Pedro, le plantea un periodo de reflexión. Una experiencia ayudando a la iglesia. Y le pone en contacto con el obispo de Ibiza.

«Cuando me hablan del obispo de Ibiza, yo lo primero que pregunto es: ¿dónde está Ibiza?», dice riendo. Habló con el obispo y éste le habló maravillas de la isla. «Luego aquí las corroboré», afirma.

Empezó colaborando en la parroquia de Sant Rafel y después pasó por la de Santa Eulària.

Se integró bien en la isla y hoy día habla perfectamente catalán.
«Como a mí lo que me gustaba era la labor social, me apunté como voluntario a Cáritas. Y el obispo me dio una actividad más, en la pastoral juvenil», explica. Fue ahí donde conoció a Marta Cabrera, la que sería su mujer. En aquel momento era sencillamente una joven de la que él se enamora y en su interior le confirma su vocación al matrimonio.

Dejó definitivamente su camino hacia el sacerdocio e inició su noviazgo con Marta. Hoy tienen tres hijos.

El diaconado

«Desde hace tiempo se planteaba instaurar el diaconado permanente en Ibiza», explica Pedro, debido a la necesidad de ministros de la iglesia. En España hay más de 400 diáconos permanentes.

Dentro del orden sacerdotal hay tres grados: diácono, persbítero y obispo. El diácono es el primer paso antes de los dos grados siguientes. Pero no todos los diáconos acaban de presbíteros. El diácono transitorio, célibe, será el que se ordene sacerdote. El diácono permanente se mantiene en ese grado, y puede, o no, estar casado.

Un diácono puede presidir bodas, bautizos y funerales. También puede presidir la celebración de la palabra, la misa, pero al no ser presbítero no puede consagrar el pan y el vino.

Su labor será sobre todo asistencial y la desarrollará en la parroquia de San Pablo, en Vila. «Tendré que compaginar estar con mi familia, el trabajo y la labor en la iglesia». Un ministerio que vivirá en familia.