Vicent Marí echa la crema de calabaza en la soperas para servir. | DANIEL ESPINOSA

Alrededor de un millar de alumnos comen habitualmente en los comedores repartidos en 18 colegios públicos de Ibiza. El número es mayor ya que los datos corresponden sólo a los centros públicos, pero en concertados como La Consolación, Sa Real, Las Trinitarias o Mare de Déu de les Neus de Sant Jordi también disponen de este recurso. Las familias recurren cada vez más a este servicio para poder conciliar la vida familiar y laboral. En el caso de los colegios públicos, la concesión del servicio, que salió a concurso público en el que se presentan las empresas interesadas, está cargo del catering S’Olivera desde 2006. Los concertados disponen de cocina propia.

Precio medio de 6,70 euros
Para este curso está previsto que se pongan en marcha dos comedores más, los de Cas Serres y Can Guerxo, y presumiblemente para el siguiente será el de Sant Carles.
El precio y la calidad de los menús es una de las cuestiones que más preocupa a las familias. La media de lo que se paga en Ibiza es de 6,70 euros, aunque varia dependiendo de los monitores y eso hace que suba un poco el precio. En el caso de S’Olivera, son seis euros. La delegada de Educación, Margalida Ferrer, precisa que «el precio está aprobado por el consell escolar del centro, atendiendo al número de alumnos y de monitores, el centro decide el número de monitores y eso depende de cada centro. Si hay más alumnos, más barato. En Sant Joan, el precio supera los siete euros». Pilar Escandell, gerente del catering de S’Olivera, explica que el precio es el mismo, «pero depende los monitores». «En Canarias dicen que es de tres euros, pero dudo que en ese precio esté incluido el monitor. Nosotros llevamos cinco años con los precios congelados», asegura.

La administración ayuda a la familia con becas de comedor. Un total de 279 alumnos se beneficiaron el curso pasado y en este hay un poco menos, aunque se está revisando. Este curso hay unas 250 familias que solicitaron esta ayuda.

Cada vez hay más centros que piden comedor. «En los tres ultimos cursos se han puesto cinco en marcha para conciliar la vida familiar. La tendencia es que cada vez más vaya aumentado», apuntó Ferrer.

Uno de los colegios públicos con más alumnos es el de S’Olivera, que dispone de comedor propio, con una media de 312 niños aunque hay días que llegan a los 400. Can Raspalls es el segundo con más alumnos, 86; y le sigue Sa Joveria, con 66. Los colegios con menos comensales son Sant Joan y Can Coix, con una media de ocho alumnos. «Van variando, hay meses en los que tiene más y otros menos», explica la delegada de Educación, Margalida Ferrer. «El número de menús varia dependiendo de la temporada. En Ibiza, en septiembre octubre y junio, rondan 1.200 y 1.300, mientras que en noviembre, diciembre y enero bajan y están entre 900 y 1.000», añade Escandell.

El catering de S’Olivera, que se encarga de la comida en los colegios públicos, cambia el menú cada mes y por temporada. Disponen de un recetario y van renovando los platos. «Intentamos que en el mismo mes no se repita ningún plato», apunta Escandell. En colegios como S’Olivera cocinan en su comedor para los más de 300 alumnos que se quedan a comer. El resto se prepara en la cocina central del catering y se reparte en termos sellados a los colegios de la isla, como Sa Joveria, uno de los dos colegios que hemos visitado junto a S’Olivera, que preparó ese día 400 menus.

A las seis de la mañana
Vicent Mari, chef de S’Olivera y uno de los dos propietarios del catering, empieza su jornada a las seis de la mañana. A las 12,15 horas ha de estar todo listo para empezar a servir a las 12,30 el primer turno; el segundo para comer es a las 13,30 horas. Servir comida a 400 alumnos requiere una infraestructura bien organizada. S’Olivera cuenta con 30 monitores y dos coordinadores. Mónica Molio, coordinadora del comedor, se encarga que todas las aulas tengan monitores: dos monitores por clase en Infantil y tres por dos clases de Primaria. «Los monitores les enseñan hábitos de alimentación y de higiene. No somos camareros, sino intentamos que sean autonomos», apunta. El catering tiene un proyecto pedagógico denominado Els viatgers en el que se hace un viaje en el tiempo desde septiembre a junio. «Están dos horas en el comedor pero en realidad tardan 45 minutos en comer. Cuentan con el proyecto pedagógico pero se le da libertad a los niños, si quieren jugar fuera, no hay obligación», añade Damià Massanet, director del proyecto pedagógico. Este curso, la empresa dispone de una aplicación en el móvil, una herramienta de información con los padres para que informen si no van al comedor o si necesitan una dieta blanda. «Facilita la gestión, se dispone de una lista diaria de comensales y se mejora la comunicación con los padres», añadió.

Los alumnos de S’Olivera se preparan para comer crema de calabaza ecológica, palitos de merluza con ensalada y de postre, flan. En Sa Joveria, las varitas se cambian por salchichas. La merluza, como el resto de pescados que se sirve, es congelada. «Hay padres que nos reclaman pescado fresco pero, por normativa, no se puede dar porque tienen que pasar los controles por el tema del anisakis. Tampoco podemos proporcionar pescado con espinas. Hay un nutricionista que nos elabora los menus», añade Pilar Escandell, que destaca que como empresa local se abastece también de proveedores de la zona. «No tenemos línea fría. Todo se prepara el mismo día. Los cocineros vienen a las seis de la mañana y empiezan a prepararlo para cocinar. Todo de se hace de manera muy tradicional».

El menu es muy variado incluye desde platos de la cocina tradicional ibicenca adaptados a los niños, como el guisat de peix, sofrit pagès o greixonera, o platos mallorquines como el arròs brut, a otros como fajitas y croquetas, las preferidas de Sara Tur y Maria Marí, dos alumnas de Sa Joveria. Los cocineros tienen también sus trucos para disfrazar las verduras, «las trituramos para que no se vean en el plato», apunta Vicent Marí. Termina la hora de la comida y los alumnos se levantan y cuentan lo que más le gusta. «Lo mejor del comedor es que se puede repetir», apostilla Guillermo.